Las palabras, esas hechiceras que conjuran el crepúsculo

Las palabras, esas hechiceras que conjuran el crepúsculo

Las palabras, esas hechiceras que conjuran el crepúsculo
Hay palabras que no se olvidan. Que permanecen en nuestra memoria aunque ya no las pronunciemos. Son palabras potentes, que hechizan no sólo por su significado, sino también por su armonía. Palabras que “de tan viejas parecen nuevas”, como diría Alfonsina Storni. Vocablos que tienen sombra, transparencia, peso, luz centelleante, alas, eco, misterio crepuscular y viento. Sobre todo viento. Octavio Paz, el gran poeta mexicano, decía que la función del hombre es justamente revalorizar las palabras, luchar contra el deterioro del lenguaje. Y esa lucha se ha vuelto urgente en estos días en los que la palabra vale bastante menos que un emoticón. De hecho, dicen los expertos, hoy pronunciamos 600 vocablos de los 2.200 de uso cotidiano que dispone el español. Y los adolescentes aún menos: solo 300. Es una grosería que parece no tener fin, alentada por el culto a lo vulgar en todos los escenarios de nuestra vida: la radio, la televisión, los hogares y las escuelas.

Sin embargo, esas palabras que estamos olvidando viven en un féretro escondido y en la flor apenas comenzada. Y piden responsabilidad. ¡Claro que sí!... Porque a través de las palabras nombramos la realidad que nos rodea. Y, al ser nombradas, las cosas existen, como pasa en el primer verso de las Sagradas Escrituras: Dios crea a través de la palabra. De allí la importancia de hacer un esfuerzo para lograr que lo que sale de nuestros labios sea en realidad la iridiscencia de nuestra alma y no el producto rancio de una cloaca opaca.

No se trata claro está de usar sólo las palabras bonitas o cultas. Se trata más bien de asumir que existen muchas palabras agraciadas que vale la pena pronunciar de vez en cuando. En este sentido, el idioma español es muy rico. En internet, por ejemplo, se pueden encontrar múltiples listas de términos prodigiosos seleccionados por escritores y artistas. En esas encuestas figuran desde términos tan trascendentes como paz y humildad, hasta palabras simples pero intensas como amor, madre y caridad.

Pero también existen vocablos que son hermosos por su simple pronunciación; palabras que embellecen cualquier conversación y que al ser usadas generan un mundo de sensaciones. Una de ellas es la palabra crepúsculo. Proviene del latín crepusculum y designa el preciso instante en el que comienzan el atardecer y el amanecer. Hoy es usada también para designar algo que se acaba, como el ocaso (otra palabra que vale la pena pronunciar más seguido). Aun así, el crepúsculo sigue teniendo una magia singular: es en ese momento que los sentidos se agudizan y los sentimientos se vuelven una suerte de fosforescencia que busca brillar en medio de la penumbra. Es, según Jorge Luis Borges, el instante en el que empieza a latir lo sagrado. Un instante que Antonio Machado salvó en un poema inmortal: “Caminé hacia el crepúsculo glorioso, / congoja del estío”.

Otra palabra hermosa que acapara todas las listas es, precisamente, estío. Viene del latín aesti-vum y es sinónimo de verano. Casi nadie la usa porque forma parte del habla culta o poética, pero... que bueno sería incorporarla de vez en cuando en nuestras conversaciones ¿no? El mismo albur corre la palabra tempestad (del latín tempestas), usada para referirse a una tormenta con vientos de extraordinaria fuerza. A veces, ese mismo término es utilizado como ejemplo de ánimos agitados. Sin embargo resulta absolutamente poético hablar de “la tempestad del martes”. O como propone Pablo Neruda: “Es la mañana llena de tempestad / en el corazón del verano”.

Igualmente hermoso es el término melancolía, sinónimo de tristeza profunda y que hoy ha caído en el olvido. En 1982, Isidoro Blaisten, usó esta palabra como título para su quinto libro de cuentos “Cerrado por melancolía”. Y, por alguna razón misteriosa, fue un éxito editorial en aquel tiempo. Muchos aseguran incluso que ese éxito se debió principalmente a la fuerza de sus historias y al taciturno enigma de su título.

Un enigma que también parece tener la palabra Luna, una de las preferidas por la poeta taficeña Estela Porta. “Es el tercer ojo misterioso de la noche”, define. Aunque también le gusta azul (“por su profundidad de océano e infinitud de cielo”), caireles (“tiene un tintineo sutil, mientras nos sucede la vida”) y alondra (“un gorjeo de luz de la mañana emplumada de promesas”).

La escritora Mónica Cazón sostiene, por su parte, que el poder de la palabra es tan mágico que sin ella el hombre es incapaz de comprender el universo. “No creo que halla palabras feas o bellas. Lo que importa no es el sonido del vocablo, sino su cadencia dentro de la frase”, asegura.

Hay por supuesto muchas palabras más. Resulta interesante hacer el ejercicio de armar nuestra propia lista: ágora, pléyade, aurora, borrascoso, desaforado y evanescente son sólo algunas. Lo bueno es asumir que nuestro idioma es un bosque encantado repleto de palabras como árboles que están ahí para que su sombra nos refresque y su savia nos purifique.

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