La insatisfacción mundana de Francis Scott Fitzgerald

La insatisfacción mundana de Francis Scott Fitzgerald

CLÁSICOS. En sus novelas y cuentos Scott Fitzgerald fusiona hábilmente el lirismo con la degradación. CLÁSICOS. En sus novelas y cuentos Scott Fitzgerald fusiona hábilmente el lirismo con la degradación.
09 Septiembre 2014
¿Qué pasaría si la naturaleza humana se revirtiera? ¿Cómo sería nuestra vida si en lugar de nacer niños llegáramos a este mundo como ancianos y, con los años, fuéramos rejuveneciendo hasta terminar nuestros días como un bebé indefenso? Esta subversión de nuestro destino fue imaginada con exquisita pulcritud por Francis Scott Fitzgerald (1896-1940). De hecho “El curioso caso de Benjamín Button” es, tal vez, uno de los cuentos más inquietantes de la literatura. Y, por esa misma razón, su lectura puede depararnos un goce singular. Sus páginas están repletas de reflexiones que sacuden el alma. Por ejemplo: “Crecer es algo muy curioso. Llega sin avisar”. 0: “Las oportunidades definen nuestra vida. Incluso las que se nos van”.

El relato, que fue llevado al cine en 2008 por el director David Fincher con Brad Pitt como protagonista, es sólo una de las creaciones geniales de Scott Fitzgerald. La más conocida de todas es “El gran Gatsby”, que también tuvo varias adaptaciones en el cine, la más reciente, protagonizada por Leonardo DiCaprio.

Los inicios
Scott Fitzgerald (del que se cumplirán el 26 de septiembre 118 años de su nacimiento) es uno de los nombres referenciales de la primera mitad del siglo XX en literatura norteamericana. Creció en una familia católica irlandesa. Estudió en la Universidad de Princenton, sin llegar a graduarse, y luego se alistó en el ejército para participar en la Primera Guerra Mundial. Con su novela inicial, “A este lado del paraíso” (1920), obtuvo gran popularidad. Esto le permitió publicar sus cuentos en revistas de prestigio y convertirse en una de las figuras más representativas del “sueño americano”. En esos años se trasladó a Francia junto con su mujer, Zelda Sayre, personaje fundamental para Fitzgerarld, tanto en la felicidad como en la desdicha. Ella no sólo fue su inspiración y compañía en el decenio de gloria que le tocó vivir; también fue el centro de sus preocupaciones a partir de 1930, cuando él se hundió en el alcohol y ella en la demencia (murió en el incendio de la clínica donde estaba recluida, en 1948), y ambos debieron afrontar las consecuencias del fracaso y la miseria.

Fue en Francia donde Scott Fitzgerald terminó de escribir “El gran Gatsby”, su obra más famosa. La novela cuenta la historia del éxito y posterior decadencia de un traficante de alcohol durante la ley seca, que se fabrica una identidad aristocrática y a partir de allí vive como un fantasma en una mansión, consagrando todas sus fuerzas y dinero a conseguir a la mujer que ama. El escritor logró describir en sus páginas un arquetipo que estaba surgiendo por entonces en Estados Unidos: el individuo de clase baja y de escasa moral, que para triunfar utiliza cualquier medio a su alcance. Un modelo que, por cierto, no está muy lejos de lo que sucede en nuestra sociedad brutalmente consumista.

Alegoría sobre la vida
Sin embargo, en “El curioso caso de Benjamin Button”, Scott Fitzgerald se aparta de la generalidad. El cuento narra las peripecias de un individuo cuya vida recorre el camino inverso al discurrir de la naturaleza; esto es, nace siendo un anciano y su vida termina en el preciso momento que debía haberse iniciado. Así, este infantil juego de “El mundo al revés” se convierte en una realidad para Benjamin Button. Una realidad que también cuestiona al lector.

El propio autor reconoció que la historia le fue inspirada por Mark Twain cuando, durante una cena de amigos, le comentó que era una pena que lo mejor de la vida estuviera al principio mientras que la peor parte estaba al final. Así nació Benjamin Button con aspecto de viejo, en un relato que el autor calificaba también como su mejor y mas divertida obra. Y, en verdad, es difícil resistirse a ella teniendo en cuenta sus palabras.

Provisto de un humor insospechado y sutil -como cuando la esposa de Button le exige que se comporte de manera adecuada y que deje de hacerse más y más joven, o cuando sobreviene el desprecio de su hijo mayor por tener un padre que más bien parece su hermano- el relato se sostiene por la atrevida simetría de su tono y por la concreción de un deseo tan común como utópico: enfrentar los años de juventud con la experiencia de la madurez.

Por eso, este cuento -o cualquier otra obra de Scott Fitzgerald- es un deleite que vale la pena probar. No vaya a ser que el tiempo se nos vaya sin poder probar el dulce placer de la buena literatura.

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