Bajo pautas de la Iglesia y de los mecenas

Bajo pautas de la Iglesia y de los mecenas

El del Renacimiento, y el Cinquecento en particular, con Rafael, Leonardo, Miguel Ángel y otros, fue un arte aristocrático y refinado, dependiente totalmente de sus mecenas: la Iglesia, fundamentalmente, y algunas familias de banqueros y poderosos comerciantes.

Miguel Ángel, quien se hacía llamar “El Divino”, deslumbró desde pequeño por el conocimiento estructural del hombre y por la antropomorfización de sus santos y dioses. Aunque no fue el primero, desnudó a los personajes sagrados y los mostró de carne y hueso, como a los hombres.

El artista no sólo recibía encargos de la Iglesia, sino también órdenes, algunas de las cuales figuraban claramente en los contratos que firmaba: su pintura y su escultura reflejaban, por así decirlo, los deseos o apetencias de sus mecenas, tal como se ha dicho. El historiador Arnold Hauser cuenta que en el Cinquecento la curia se asemejaba a la corte de un emperador y las casas de los cardenales, a pequeñas cortes principescas. Eran aficionados al arte y daban trabajo a los artistas para inmortalizar sus propios nombres. “Con cada Iglesia, cada capilla, cada imagen, parecen los Papas haber pensado en su propia gloria antes que en la de Dios”, asegura el experto en sociología del arte.

Por eso se equivocan quienes creen que durante el Renacimiento el arte se liberó de la Iglesia (atado como estuvo durante la Edad Media): fue tan religioso como lo deseaban sus mecenas. Miguel Ángel, que simpatizaba con el neoplatonismo de la época, opinaba que las artes derivaban de ideas innatas puestas por Dios en el hombre.

El Renacimiento, como lo indica su nombre, retomó los elementos de la cultura clásica y puso al hombre como eje de sus planteos artísticos, casi simultáneamente con los albores del capitalismo. El Barroco, que lo sucede, de acuerdo con los principios de la Contrarreforma (discutidos en el Concilio de Trento), acentuará la exaltación y el exceso, las líneas curvas y volutas.

“El Divino” fue un hombre del Renacimiento, es verdad, pero en sus últimas esculturas y pinturas adelanta el Barroco.

Así, algunos estudiosos aseguran que “El Juicio Final” (concluido en 1541) representa el epílogo del clasicismo dominante en el Alto Renacimiento y el abandono de las ideas platónicas. Miguel Ángel rompe con la idea de toda concordia entre Antigüedad y Cristianismo, señalan. “Las casi 400 figuras que componen este fresco aparecen sumergidas en una atmósfera apocalíptica, penetrada por el sentido de dramatismo entre la vida y la muerte”, sugieren. Giorgio Vasari, un biógrafo de ese tiempo, advierte estos cambios en la obra.

En otras palabras, podría sostenerse que Miguel Ángel encarna el auge y decadencia del Renacimiento, atravesado, claro está, por los movimientos de la Reforma y de la Contrarreforma que tanto influyeron sobre las artes.

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