El buen administrador de su vida

El buen administrador de su vida

Pbro. Marcelo Barrionuevo.

22 Septiembre 2013
"¿Por qué puso el Señor esta parábola?, se preguntaba San Agustín. No porque el siervo aquel fuera un modelo a imitar, sino porque fue previsor para el futuro, a fin de que se avergüence el cristiano que carece de esta determinación". Las lecturas nos llevan a vivir la vida según la jerarquía de bienes y valores que nos ilumina la fe. Por un lado la primacía de Dios y por otro la responsabilidad de administrar el mundo como correspondencia a esa misma fe en Dios. El cristiano tiene que ser un buen administrador de su vida en el doble orden: de lo temporal mirando a lo eterno; de lo eterno sin dejar de ser responsable de lo temporal. Por un lado quiere el Señor que pongamos en los asuntos de nuestra alma, el empeño, la ilusión y la habilidad que muchos ponen en lo que les interesa, en lo que les es más entrañable y querido. El cristiano no debe tener un tiempo para Dios y otro para los negocios de este mundo, no debe tener "dos señores" sino solamente uno y a Él hay que servir, también en los asuntos diarios, con toda el alma.

"No podéis servir a Dios y al dinero", nos recuerda el Evangelio de hoy; aquí se nos enfrenta ante la verdadera "idolatría del dinero" que vive el mundo contemporáneo, todo es mirado desde lo económico como si fuese el único modo de vivir y analizar la cosas de la vida; por el contrario hemos de servir a Dios con el dinero, el prestigio profesional, con la iniciativa y responsabilidad que el Señor elogia al referirse a los hijos de este mundo. El dios dinero enceguece al hombre y le genera una apostasía espiritual irrefrenable. La primacía de Dios, permite que lo temporal se visto en su justo lugar de medio y no de fin de la vida humana.

Los cristianos, a la vez, habitantes del mundo y ciudadanos del reino de los cielos se comprometen sin reservas en la construcción de la sociedad terrena. Orientados hacia los bienes eternos, siguiendo un modelo superior, trascendente, tienen la obligación de involucrarse en el crecimiento integral del mundo para realizarlo cada vez más y cada vez mejor en la vida diaria.

La oración siempre debe ir acompañada por obras coherentes. La Iglesia, fiel al ejemplo de Cristo, no separa nunca la evangelización de la promoción humana, y exhorta a sus fieles a ser en todo ambiente promotores de renovación y de progreso social. Ejemplo de esto es la reciente beatificación del cura Brochero, un hombre que sin dejar de buscar la conversión de sus paisanos a Dios, no dejo ni un instante de promover la dignidad de los mismos y de su realidad social.

El laico cristiano tiene una grave responsabilidad de participar en la cosa pública. En lenguaje evangélico los hijos de la luz han de poner todo su empeño por estar presentes en aquellos lugares en que se trabaja por el bien común colaborando con todos con dedicación e ingenio para hallar soluciones que hagan más humana y cristiana la sociedad en que viven. Como aquellos primeros cristianos que escribían: "no dejamos de frecuentar el foro, el mercado, los baños, las tiendas, las oficinas, las hosterías y ferias; no dejamos de relacionarnos, de convivir con vosotros en este mundo. Con vosotros navegamos, vamos a la milicia, trabajamos la tierra y de su fruto hacemos comercio" (Tertuliano).

Reflexionemos

Nos acercamos al Bicentenario del 2016, es bueno preguntarnos ¿qué estamos haciendo los cristianos en nuestra Patria y para nuestra Nación? Pedes in terra ad sideran visus se escribía hace un siglo sintetizando la visión de aquellos próceres del Centenario, ¿qué podremos decir los cristianos en este bicentenario? ¿Estamos los cristianos a la altura de la historia que nos toca vivir? ¿Qué se dirá del aporte de los cristianos en 2116? Somos hijos de Dios, por eso también responsables de la historia.

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