"Si nos piden que nos portemos bien, lo más seguro es que hagamos lo contrario"

"Si nos piden que nos portemos bien, lo más seguro es que hagamos lo contrario"

Los alumnos ponen los pies sobre el escritorio, les dejan animales muertos entre las cosas de los docentes, los enfrentan y los empujan. El vínculo con ellos está herido, y los adolescentes lo reconocen. Algunos profesores saben ganarse el respeto y logran poner límites, pero otros los violentan por igual: les tiran del pelo, los acusan sin fundamentos, los amenazan o los ridiculizan.

EN LA PEATONAL. Uno de los grupos de estudiantes que habló con LA GACETA cuenta sus historias ayer al mediodía, al salir de su colegio. LA GACETA / FOTO DE ANTONIO FERRONI EN LA PEATONAL. Uno de los grupos de estudiantes que habló con LA GACETA cuenta sus historias ayer al mediodía, al salir de su colegio. LA GACETA / FOTO DE ANTONIO FERRONI
27 Octubre 2012
No saben cómo eran las cosas antes porque, simplemente, no las vivieron. Cuando llegaron a las aulas la violencia ya se había instalado de antemano y a ellos no les parece nada raro. LA GACETA quiso conocer qué opinan los chicos sobre el tema y salió a buscarlos. ¿Es frecuente el uso de la violencia? ¿Cómo es la relación con los profesores? ¿Qué debería hacer la institución? ¿Qué está bien y qué no? ¿Cuál es el límite?

El calor aprieta en la ciudad y por la vereda se abre paso un grupo de adolescentes, varones y mujeres, que avanzan entre tropezones, manotazos y carcajadas. De entrada ninguno contesta que la violencia sea buena, pero reconocen que no pasan más de dos días sin que se enteren o presencien algún intercambio de insultos o un par de piñas. ¿Qué los origina? Básicamente, cualquier cosa. "Las gastadas a la familia, a la hermana, o las bromas cuando ya se pasan", coinciden Alfonso, Ricardo e Ignacio, de 14 años y alumnos del Colegio Sagrado Corazón.

Las marcas físicas son fuente de cargadas, o cualquier rasgo que perciban como diferente. Uno de ellos muestra un lunar en el brazo y confiesa que ya está cansado de que lo carguen; por eso optó por dibujarse con lapicera una cara en donde el lunar hace de ojo. Con eso neutralizó a los pesados.

"La reacción depende del otro. Algunos se bancan las bromas o no les llevan el apunte, y otros terminan explotando", apuntan Matías, Braian y Alexis, de 15 años, del colegio San Francisco.

A veces, la torpeza y la prepotencia son los desencadenantes. Otras, los apodos ofensivos y las buchoneadas. "Teníamos un compañero que se tiraba de hampón y quería mandar. Era muy bardero, por suerte no está más", cuentan Pablo y Rodrigo, de 17 años, del Jim.

Otro grupo coincide en siempre aparece el buchón que quiere quedar bien y manda al frente al compañero que hizo la broma y al que el grupo de amigos está apañando. Ellos lo ven como una traición y le declaran la guerra.

En medio de todo eso, aseguran que pueden diferenciar entre la violencia como un juego de la que no lo es. "Es cosa de hombres y, aunque sea grosa, queda en el curso o se lo habla con los tutores", comentan Matías, Federico, Facundo y Nicolás, alumnos del Gymnasiun.

No solo es cosa de varones, porque las chicas también reconocen que la violencia es cotidiana. Quizás, más la verbal que la física. "Si se agarran a piñas, casi siempre es por un chico", cuentan Luciana, Micaela y Jésica, de 14 años, del Instituto 9 de Julio.

La relación con los profesores pareciera que es el verdadero campo de batalla. Los adolescentes reconocen que, en muchos casos, no les hacen las cosas fáciles. Tampoco se quedan callados y si tienen que plantear, reclamar o discutir, lo hacen.

Ida y vuelta

¿Cuál es la clave para que el docente se gane el respeto de su alumnado? No lo saben definir con claridad; cada grupo ensaya diferentes razones.

Lo que sí tienen claro es que en el momento en que le encontraron el punto débil, ahí la cosa cambia para peor. "Si la profesora se pone nerviosa porque viene la preceptora o pide que nos portemos bien, porque si no a ella le llaman la atención, lo más seguro es que hagamos todo lo contrario", comentan Melisa e Iván, de 16 años, del colegio Carducci.

Según los chicos, sobran los episodios violentos entre alumnos y profesores. Algunos contaron que habían usado la carne de un experimento de biología para ponérsela debajo del asiento de la profesora cuando ya estaba podrida; también le escondieron una paloma muerta adentro de la cartera o le sacaron la cartuchera. Como contrapartida, una profesora -describe una de las chicas- agarró de los pelos a una compañera que no quería bajar los pies del banco. Otro adolescente contó que un alumno encaró a un preceptor porque se rehusó a darle un permiso, y tanto discutieron que terminaron a las piñas en medio del patio del colegio. Otra vez -dijo- un profesor le arrancó la hoja de la carpeta a un alumno y este se paró y le dio un empujón. "Nosotros no hicimos nada, la verdad es que esperábamos que se peguen", confesó otro compañero. Se ríen cuando se acuerdan que una profesora tuvo que comenzar a tomar pastillas para los nervios porque no los podía manejar. "Te voy a hacer volar a vos y a ese celular", cuentan los chicos del Jim que dijo una vez un profesor. Es que otro dolor de cabeza son los celulares.

¿Con todos la cosa es así? "No, hay profesores que son como amigos, que tienen un método para dar las clases. Nos hacen leer mucho y al final de cada clase nos dan un práctico. Vos sabés que tenés que estudiar", explican los chicos del Sagrado Corazón. "A muchos los conocemos desde chicos, nos escuchan y nos dicen que hay un momento para la joda y otro para estudiar", comentan los alumnos del Gymnasium. En general no reniegan de los límites, reconocen que está bien que se pongan firmes y que a veces ellos cruzan la línea de la simple travesura.

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