Si los ángeles gobernaran, no haría falta el control

Si los ángeles gobernaran, no haría falta el control

"Todos somos buenos, pero si nos controlan somos mejores", dijo Alperovich, a propósito de un par de escándalos recientes. Pero los casos particulares de corrupción que salen a la luz son sólo la manifestación subjetiva de un "sistema" que apeló a esa corrupción para establecer sus pautas. La lección del capitalismo

Si los ángeles gobernaran, no haría falta el control

"Todos somos buenos, pero si nos controlan somos mejores". El aforismo, universalmente atribuido al tres veces presidente Juan Domingo Perón, estuvo en boca del gobernador José Alperovich hace pocos días. Respecto de la máxima del fundador del peronismo, no hay acuerdo ni certezas acerca del contexto en que lo dijo (están desde los que sostienen que fue parte de sus "enseñanzas", hasta quienes pretenden que fue a propósito de su cuñado, Juan Duarte). Ni siquiera respecto de la versión definitiva. Para unos, afirmó "el hombre es bueno pero si se lo controla es mejor". Para otros no dijo "mejor" sino "dos veces bueno". Y no faltan los que reemplazan "controla" por "vigila".
En el caso del tres veces gobernador tucumano, la circunstancia sí es conocida. Alperovich lo refirió a propósito de dos escándalos.
Por un lado, la advertencia del Tribunal de Cuentas de que la Dirección de Arquitectura y Urbanismo iba a pagar más caros (entre un 42% y 128%) dos reflectores de haces que iban a colocarse en la fachada de la Casa de Gobierno para su centenario.
Por otro, el hecho de que el delegado comunal de Atahona, César Nicolás Racedo Hohl, quedó involucrado en una causa federal en la que se investiga el presunto robo de piezas del ferrocarril que transitaba por el Sur de la Provincia. Fue luego de que, por orden del Juzgado Federal Nº 2, se allanó la vivienda del comisionado y se encontraron 52 durmientes y rieles del antiguo ferrocarril del sur.
La cita del mandatario tucumano contiene dos dimensiones. La primera, y explícita, refiere al control. La segunda, e implícita, a la corrupción.
El control, claramente, tiene por meta conjurar la corrupción. Pero también tiene otros objetivos, no menos altruistas e igualmente valiosos para el sitema republicano de Gobierno. "¿Para qué sirven los controles? Para exigir a la autoridad toda la responsabilidad por aquello que hace", puntualiza el escritor, historiador y periodista Daniel Muchnik en el artículo El olvidado control del Estado. Al apotegma de Perón, suma el del James Madison, ex presidente de los Estados Unidos. "Si los ángeles fueran gobierno no se necesitaría un control externo, ni interno. La dependencia del pueblo es, sin duda, el primer control del gobierno. Pero la experiencia indica que el género humano necesita de precauciones auxiliares".

"A cualquier precio"

¿La corrupción es evitable? Una respuesta afirmativa suena optimista pero también ingenua. Una respuesta negativa luce estadísticamente fundamentada, pero antes que pesimista es insoportable.
La cuestión obliga a mirar más allá de las situaciones particulares de ilegalidad. Porque la corrupción que se ve, la que escandaliza, es la manifestación subjetiva de una que está debajo: una corrupción objetiva e, incluso, sistémica. Y hasta simbólica. Que como no se ve por su condición de su subyacente no sólo es menos denunciada sino que es más legitimada.
Cada acto de corrupción es execrable, ya sea de un agente de tránsito que pide coima al que cruzó un semáforo en rojo, o de un empresario que la paga para conseguir un contrato, o de un funcionario que la exige para habilitar una obra, o de un comerciante que la ofrece para seguir en infracción, o de gobernantes que la proponen para que se apruebe una norma, o de un parlamentario que la acepta para sancionar la medida. Pero no debe olvidarse la raíz del flagelo.
Precisamente, el próximo martes comenzará el juicio al ex presidente radical Fernando de la Rúa (1999-2001), a dos miembros de su gabinete y a cuatro ex senadores por el supuesto pago de sobornos en 2000 para la aprobación de la reforma laboral. Esa cuestión refiere a una primera situación de fondo: el neoliberalismo acicateó la corrupción. "A cualquier precio" fue el estandarte literal que enarboló para establecer sus políticas.

"Marca" Tucumán
La corrupción en el poder político y económico, en las instituciones públicas y privadas, se convirtió en el medio para lograr desde leyes hasta negocios que, de otra manera (lícita y sensatamente) no podrían haber prosperado.
En definitiva, la corrupción fue política de Estado en la Argentina.
Y Tucumán fue un ejemplo emblemático. Se denunció el presunto pago por parte del mirandismo de coimas por un total de $ 2 millones a 27 legisladores para que, en la sesión del 19 de febrero de 2002, votaran a favor de una ley que habilitara la reforma de la Constitución provincial a fin de establecer la reelección consecutiva. Es decir, los denunciaron de cobrar sobornos para votar una norma que los beneficiaría a ellos mismos.
Luego, la extinta Fiscalía Anticorrupción (que llevara ese nombre ya dice tanto...) abrió una causa y la Justicia Penal requirió al Poder Legislativo la remisión de las declaraciones juradas de sus integrantes. La ley no se usó y no hubo entonces reforma ni reelección.

Contradicción original
De ese pasado cercano no quedan sólo memorias. Y no sólo por los escándalos de negociados en el Estado. La compra de votos en las elecciones es un ejemplo de práctica corrupta de esos tiempos".
Pero a ello se suma -advierte el abogado y politólogo Gabriel Pereira- que la corrupción política ha permitido al modelo neoliberal generar las condiciones estructurales de desigualdad en que se asienta.
Y eso sitúa a la corrupción, justamente, en un nivel todavía más profundo. Si se quiere, en la esencia misma de eso que es dado en llamar el "sistema". Es decir, no deja de haber una suerte de contradicción en el hecho de que, por un lado, el capitalismo eduque con el dogma de que el triunfo individual es una meta superior (y que las sociedades prosperan cuando el conjunto de triunfos individuales comienza a derramar en la comunidad). Y que, por el otro (y con independencia de la demanda de honestidad, que debe ser irrenunciable), se pida a los individuos que son consagrados por sus pares para administrar la cosa pública, y que se ubican a partir de ello en lugares privilegiados para obtener beneficios individuales, que renuncien al postulado del triunfo personal para convertirse, casi místicamente, en servidores públicos.
Es más, el gobernante que debe salir de la gestión más pobre que como entró sigue funcionando como paradigma basal para la misma sociedad que ha hecho del triunfo material un fin último para la existencia. Y que actúa como si temiese al fracaso económico, a menudo, más que a la muerte.

Crimen y mandamiento
La desigualdad también consagra la corrupción como una práctica que ya no sólo se reduce a los asuntos políticos o a los negocios, sino que se infiltra en la sociedad de una manera definitivamente extendida.
"Los delitos, en su totalidad, no existen desde siempre", advierte el sociólogo Héctor Caldelari. "En los 10 mandamientos no están contemplados todos los crímenes. Y, es más, algunos de los que figuran en ese decálogo ya no son considerados como tales. Es decir, en la sociedad predominan los delitos vinculados a determinadas circunstancias de la sociedad".
Si lo que importa es tener, y lograrlo "a cualquier precio", ya se sabe qué crímenes prevalecerán.


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