Sueños a espaldas del Río Grande

Sueños a espaldas del Río Grande

La sala de estar de la calle Las Delicias, en Los Perales (San Salvador de Jujuy) tiene -o poseía en aquel momento- tres paredes blancas y un ventanal. El hombre de bigote atemporal y de palabras gruesas, graves y pausadas había elegido un sillón que lo dejaba de espaldas a esta especie de muro transparente. A través del vidrio, el paisaje de piedras grises del Río Grande (un símbolo jujeño) inundaba la habitación. Y lo hacía con la misma intensidad con la que la pluma de aquel individuo había asaltado las letras armado con la angustia de la Puna, el recuerdo ferroviario de Yala, y la historia de un pueblo silencioso y aguerrido.

Héctor Tizón instaló a Jujuy en la literatura latinoamericana. Y lo hizo a fuerza de lo que llamó -aquella tarde y a espaldas del río- realismo pedestre: las víboras dentro de las habitaciones de la casa de la abuela, las batallas para adueñarse de la Puna inabarcable, el espanto de los inmigrantes que buscan una nueva vida entre los cañaverales y las viejas estancias, y el fantasma del tren que arrimó progreso, pero que dejó silencio y tristeza.

Hace casi un año, Tizón calificó al jujeño como un experto en pobreza. "El norteño es un hombre que soporta el sufrimiento con dolor, pero no con desesperanza", había dicho sobre aquel individuo al que le dedicó ríos de tinta durante más de seis décadas de literatura, política y justicia. Quizás aquella frase fue una manera de identificarse con él al final de su vida y de acercase aún más a esa tierra a la que consideraba irreemplazable. Porque él tampoco había perdido la esperanza. A pesar de sus arrugas expresivas, del peso de ocho décadas intensamente vividas, de un exilio y de más de 20 libros, propuso con optimismo: "tenemos el deber de soñar una y otra vez. Los sueños deben servir para vivir y no para aprender a morir". A espaldas del río hizo un silencio. Después se despidió.

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