La quema de caña asfixia a los bomberos

La quema de caña asfixia a los bomberos

Los cañaverales comenzaron a arder, como cada año, y estalló la polémica por la falta de control sobre esta práctica, que está prohibida por ley. Quienes deben enfrenar la problemática y arriesgar sus vidas son personas voluntarias que donan su tiempo a cambio de nada. Están agotados y exigen más intervención para terminar con estos peligrosos siniestros

 SIN TREGUA. Los Bomberos Voluntarios de 14 cuarteles llevan un mes sofocando a diario los incendios que se producen en los distintos cañaverales de la provincia. Dicen que lo peor está por venir. LA GACETA / FOTOS DE HECTOR PERALTA SIN TREGUA. Los Bomberos Voluntarios de 14 cuarteles llevan un mes sofocando a diario los incendios que se producen en los distintos cañaverales de la provincia. Dicen que lo peor está por venir. LA GACETA / FOTOS DE HECTOR PERALTA
Su olfato no tardó en percibir el inconfundible olor de la combustión. Se asomó por las ventanas de su casa y lo que vio, literalmente, era un infierno: las llamas avanzaban desenfrenadas, devorando las malezas que había dejado la cosecha de caña. En pocos minutos, las gigantescas columnas de humo cubrieron la vivienda y a Orlando Antonio Brito no le quedó más opción que sentarse a esperar que todo se termine. O no.

No es la primera vez que Orlando, de 67 años, queda envuelto en llamas en su casa, ubicada en el medio de un cañaveral, en un paraje de Los Aguirre, al oeste de la capital. Sintió miedo, dolor, impotencia, según describe con la mirada angustiada y casi sin voz. "Todavía me cuesta respirar", dice.

No quedó nada. Las llamas consumieron más de 20 hectáreas y todo se tiñó de negro. De entre las cenizas, todavía sale humo. En la zona se respira un olor que penetra hondo. Orlando se queja porque, según dice, la ayuda no llegó a tiempo el domingo pasado, cuando ocurrió el siniestro. Y es cierto. Antes que se iniciara el fuego en Los Aguirre, los Bomberos Voluntarios de Lules estaban en otro incendio, también de un cañaveral, a la vera de la ruta 301. Ni bien pudieron dominar las llamas en ese predio fueron a apagar el otro incendio. La batalla duró varias horas, con mochilas llenas de agua, mangueras y machetes para hacer cortafuegos. Nada parecía suficiente para atacar la furia de la combustión.

Así viven por estos días los bomberos voluntarios de la provincia. Sin descanso. Cada cuartel (son 14) tiene hasta cuatro salidas diarias y la mayoría de las veces es para meterse entre los ardientes pastizales o cañaverales, describe Hugo César Conegliano, titular de la Federación Tucumana de Asociaciones de Bomberos Voluntarios. "No damos abasto. Los recursos se vuelven insuficientes y a muchos se les apaga la vocación por esta realidad que las autoridades parecen no querer frenar: la quema de caña. Llevamos bastante tiempo en esto y a nosotros no nos van a venir a decir que son cosas accidentales. Muchos productores queman para disminuir costos. Pareciera que trabajamos para los cañeros, pero ellos no nos aportan nada", apunta Conegliano.

Ante esta situación, los bomberos han ido cambiando. Ahora, cuando llegan a una quema de caña evalúan los peligros: actúan si hay casas cercanas o si el humo afecta la visibilidad en las rutas. Si no hay riesgos, se sientan a ver cómo el fuego devora todo. No es lo que ocurre con frecuencia porque la población ha crecido tanto que cada vez se encuentran más viviendas cerca de campos sembrados. Fue lo que sucedió la semana pasada en Los Aguirre. Ese día, dos mujeres debieron ser evacuadas y recibir asistencia respiratoria.

En el cuartel de Bomberos de Lules los rostros muestran señales de cansancio. Pero eso tiene poca importancia ante el alarido de la sirena. Juan Carlos Lazarte y Tomás Elías Espinosa (ambos con 25 años como bomberos voluntarios) se envuelven con trajes ignífugos y parten, otra vez a Los Aguirre, acompañados por el titular del cuartel, Juan Bertolini. La vocación arde. El fuego les despierta una extraña mezcla de pasión y adrenalina. Y no dudan en rodearse de llamas y hacerles frente.

En estos días repletos de chispas y llamaradas amenazantes, si tienen tiempo para dormir lo hacen pegados a la autobomba, listos para cualquier emergencia. Y lo peor está por venir: agosto es el mes más crítico. Ninguno de los casi 350 bomberos voluntarios de la provincia cobra sueldo. Los cuarteles se sostienen con un sistema de voluntariado y reciben un subsidio gubernamental que, ante el costoso equipamiento que deben adquirir, no sirve de mucho. También se les provee de 100 litros de nafta por mes, que se consumen al cabo de tres salidas (un día). Aunque deben donar seis horas por jornada, algunos trabajan más del doble. No reniegan de esto. Sí de lo que ellos llaman los "empresarios irresponsables que no cuidan sus campos o queman todo para disminuir los costos de la cosecha".

"Cuando vemos familias cerca de un incendio nos volvemos locos. El fuego en los cañaverales avanza muy rápido, como si lo estuvieran avivando con nafta. Y uno a veces siente que ni todo el esfuerzo del mundo podrá detener eso; es desesperante", cuentan Lazarte y Espinosa. Por suerte (gracias a ellos), hasta ahora no hubo tragedias. Cuando el fuego cesa se retiran agotados, sin respuestas. Nunca hay culpables. Sí hay muchas hipótesis para una realidad que cada día los consume más. Según contabilizan, al final de la zafra, han participado en más de 300 incendios.

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