A 130 minutos
Pasaron dos semanas desde la caída del techo del anfiteatro C y la Facultad de Filosofía y Letras es un caldo de cultivo de la frustración, el miedo y el enojo de estudiantes, profesores y funcionarios. Caldo que parece un tsunami dirigido a la conciencia universitaria, ahora obligada a reflexionar sobre la forma en que se hacen y controlan las cosas, no ya en el Estado, sino en la UNT, en teoría formadora del recto proceder en la sociedad.

Las autoridades se toman un mes -a partir del 4 de marzo- para tratar de responder las dos preguntas básicas: 1) ¿por qué ocurrió este accidente? 2) ¿Hay un responsable? A partir de lo anunciado por el rector, Juan Cerisola -"un plan integral" para recuperar la Facultad y un sumario administrativo-, la primera pregunta se va a responder: un equipo encabezado por el decano de Ciencias Exactas, Sergio Pagani, va a evaluar lo ocurrido e informará qué va a ocurrir con el resto de la facultad. La segunda pregunta debería ser respondida pronto, pero va a generar algunos problemas. Podría ocurrir que se trate de un accidente sobre una obra bien hecha, derivado de imprevistos como acomodamiento de suelos. Pero también es probable que se trate de una mala praxis, que es lo que sembró el pánico en la comunidad universitaria.

Habrá que determinar quién licitó la construcción (en 1997, en tiempos del rector César Catalán y del decano Luis Bonano), qué empresa la construyó y quién (de Construcciones Universitarias) supervisó y controló esas estructuras. De ello saldrán dos preguntas más: ¿esa firma sigue construyendo en Tucumán? ¿Quienes la controlaron, siguen haciendo controles en la UNT?

La sombra de la presunta mala praxis es lo que está moviendo el caldero. Los funcionarios, cautos, han sido parcos en declaraciones -saben que cualquier palabra mal dicha puede generar zozobra y también desatar la espantosa interna que desangró a la UNT el año pasado- pero no han logrado tranquilizar a la comunidad universitaria, porque no pueden dar respuestas concretas sobre clases, exámenes y todas las actividades administrativas y académicas. Ni siquiera la fecha del 4 de abril es segura, porque no hay claridad sobre el estado general de la facultad a la que asisten 18.000 personas, muchas veces en condiciones de precariedad y hacinamiento. Situación que no se da sólo en este predio, sino en otros como la escuela de Bellas Artes y la sala Paul Groussac.

Pero si la obra fue mal hecha, ¿se podrá hacer algo? Responsabilidad penal no habrá, porque no hubo daños personales. Responsabilidad civil... no se sabe. En la reunión del jueves entre autoridades de la facultad y docentes de Adiunt se deslizó que las responsabilidades prescriben a los 10 años. Así, la pesquisa acaso servirá para saber quién hizo el anfiteatro y, apenas, quedará como un episodio más en esta provincia habituada a este tipo de accidentes: sin ir más lejos, los derrumbes de cielorrasos en el hospital Padilla (en diciembre de 2009) y en el Registro Civil (en enero pasado), se marcaron como anécdotas sin consecuencia.

Conforme con su anuncio, Cerisola dijo que "la Universidad es una sola y ante el infortunio toda su comunidad la defiende". Pero los estudiantes y algunos docentes contestatarios no están de acuerdo y plantean que la investigación no puede estar quedar solamente en manos de la Universidad, que -más allá de la idoneidad de sus profesionales- en este asunto es juez y parte. Proponen que haya una investigación externa con poder de decisión.

Tanto la investigación como las inquietudes se van a ir desarrollando en los días por venir. Días en los que siempre laterá la conciencia de que en ese anfiteatro iban a recibir aprestamiento los aspirantes a ingresar a la facultad, ese mismo lunes, a las 8.30. El derrumbe ocurrió un ratito antes, a las 6.20. Tucumán estuvo a 130 minutos de una tragedia.

Tamaño texto
Comentarios
Comentarios