El orgullo ancestral se mantiene intacto

El orgullo ancestral se mantiene intacto

Japón es un país donde el orgullo no es sinónimo de soberbia sino un sentimiento nacional ligado a sus ancestrales costumbres. Es la satisfacción personal por algo propio. Ninguna autoridad nipona se jactó tras el desastre de haber preparado durante años a la población para enfrentar los sismos y de haber advertido con una hora de antelación el tsunami -gracias a su tecnología de punta- para evitar daños mayores. Tampoco reclamaron ayuda mundial ante tamaña pérdida material (unos U$S 40.000 millones).

Incluso, las esporádicas conferencias de prensa se usaron para anunciar la solución de problemas puntuales -no como logros políticos- y llevar tranquilidad (caso centrales nucleares) a la población local y mundial. Fue la única voz oficial que se escuchó. Es que bomberos, policías y rescatistas nunca hablaron de los hechos ante el requerimiento de medios extranjeros. "Tienen que preguntarle a las autoridades, nosotros tenemos otra tarea", repetían.

El resto de los japoneses, en tanto, dentro del pánico lógico, mostró tranquilidad oriental y también el orden y solidaridad en cada lugar ante la violencia de la naturaleza. Estas actitudes se trasladaron a los supermercados, donde "no desaparecieron" los artículos de primera necesidad ni aumentaron los precios. No hubo especulaciones ni saqueos sino colas para pagar.

El orgullo nacional se reflejó además en el trato de la imágenes emitidas al mundo. Mostraron la violencia del sismo y el poder destructivo del tsunami pero, por respeto, no a las víctimas. El dolor quedó para consumo casero. En la tierra del sol naciente se preparan para un nuevo amanecer.

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