En el Caviglia se quedaron con ganas de escuchar más tangazos

En el Caviglia se quedaron con ganas de escuchar más tangazos

El Quinteto Cinco Esquinas interpretó un repertorio de clásicos del género rioplatense, pero el espectáculo duró apenas 48 minutos. Pocos jóvenes entre un público conocedor y nostálgico

El recital que el Quinteto Cinco Esquinas brindó en el teatro Orestes Caviglia tuvo gusto a chocolatín en un día gris de invierno. Es decir, gusto a poco.

El espectáculo se llama "Tangazos". Y sí: el pianista, Andrés Rosconi, abrió las manos y marcó el on, dos, tres, ua para que la banda comenzara nada menos que con "Felicia", de Enrique Saborido, al que le siguieron "Gallo Ciego", de Agustín Bardi, y "La Viruta", de Vicente Greco. En verdad, tangazos.

Aplausos apresurados, segundos antes de los chan-chan finales, dieron cuenta del perfil del público: indefectiblemente tanguero. Sabían el repertorio. Pocos jóvenes entre conocedores y nostálgicos. Eso y la calidez de la sala amenizaron la noche. La nochecita, mejor dicho.

Pasaron "Presencia tanguera", de Ismael Spitalnik, y la "Pulpera de Santa Lucía", de Héctor Blomberg y Enrique Maciel, un valsecito para cuya interpretación Rosconi lamentó que no hubiera espacio para bailar. Ganas no faltaron.

Aunque el tango es un género que les deja mucha mano izquierda a los músicos, posibilidades de improvisar y de jugar con los tiempos y las melodías, algunos portamentos del violinista, Leonardo Minig, sonaron, sino desafinados, exagerados. Pero nada grave, teniendo en cuenta, además, que se ocupó de buena parte de las melodías y, en consecuencia, fue tal vez el instrumento más expuesto.

El repertorio continuó con "Racing Club", de Greco, y los primeros bravos llegaron con la milonga "Corralera", de Anselmo Aieta, a la que le siguió una muy aplaudida "Triunfal", de Astor Piazzolla. Minig se destacó con la imitación de esos sonidos piazzollezcos extraños que surgen del chirriar de las cuerdas del violín.

Luego la banda interpretó dos obras del compositor Pedro Láurenz, "Mal de Amores" y "Amurado", un tango de mucha fuerza que embriagó al auditorio. Rosconi pidió entonces al público un reconocimiento para el bandoneonista, Sebastián Agüero, por ser el más joven y el último en ingresar, lo que lo obligó, según comentó, a estudiar y aprender rápidamente "arreglos fantasmagóricos".

Al piano, al violín, al bandoneón y al contrabajo, de Marcelo Urban, se los escucharon con claridad, no así a la guitarra, a cargo de Pablo Suárez, un tanto desdibujada, acaso por cuestiones del sonido.

Con "Prepárense", de Piazzolla, y -de bis- "La llamo silbando", de Horacio Salgán, el quinteto cerró un show de 48 minutos que el público intentó extender, con largos aplausos y entusiastas súplicas de otra. Pero los músicos se retiraron del escenario y el personal técnico encendió las luces del salón. Señal de que había que partir. La función fue un tentempié. Eran las 22.55, excelente hora para ir a cenar.

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