Mujica Lainez versus Casterán

El profesor rumiante.

28 Febrero 2010
Por azar ha caído en mis manos el ejemplar de LA GACETA del 11 de marzo último.
Hojeándolo, tropecé con la extensa y ácida crítica que allí dedica el señor Ricardo Casterán a mi traducción de la Phedre de Racine, y que titula "Problemas formales de la traslación de Fedra al castellano". Confieso que ignoro quién es el señor Ricardo Casterán. Así como él infiere en mi versión de la tragedia raciniana que la que hice de cincuenta sonetos de Shakespeare (por el señor Casterán desconocida) es capaz de "análogos estragos", me creo autorizado para deducir del artículo que me consagra, quién es este -para mí ignoto- señor Casterán.
El señor Casterán adopta, desde el principio hasta el final de su análisis, un tono tan resueltamente magistral, que a mi vez me arriesgo a inferir que es uno de esos profesores que consideran que la clasificación de 10 puntos no les corresponde más que a ellos mismos, en su carácter de tales. No puedo juzgar su traducción de Phedre por la sencilla razón de que, según informa en este artículo, no la ha publicado. Quizás esa circunstancia haya influido no poco sobre su actitud hacia quienes, como yo, osaron invadir su territorio de insólito dueño de Jean Racine, y se atrevieron a dar a la imprenta el fruto de sus tentativas, antes de que lo hiciera el propio y rumiante señor Casterán. Sin embargo, lo escaso que de su labor asoma entre los palmetazos de irritado dómine que me propina, basta para convencerme de que la labor traductora de este señor tan ansioso de rebuscar la paja en el ojo ajeno, no está exenta de extrañas deformaciones. Daré un solo ejemplo. En la segunda columna, el señor Casterán se detiene ante el verso famoso: "La fille de Minos et de Pasiphaé", y destaca los "disonantes martillazos" de mi traslación ofreciendo al lector, por contraste, la consecuencia de sus desvelos. El señor Casterán traduce ese alejandrino así: "a la hija de Minos y de Pasifae". Aplicando soluciones tan simples, es fácil traducir. Cualquiera de los hipotéticos alumnos del Profesor (¿) Casterán que haya recorrido un texto popular de mitología, podrá indicarle, levantando la mano, que en castellano, no se dice Pasifae sino Pasifea. Evidentemente, si yo hubiera usado el fácil procedimiento del severo censor, me hubiera ceñido más aún que al texto original, escribiendo, ajustadamente: "la hija de Minós y de Pasifae", pero mi conciencia profesional me obliga a adoptar, como la obediente Rosa Chacel, la acentuación que nuestra lengua impone y a escribir: Minos y Pasifea. Etcétera. Otros trabajos me vedan el triste placer, caro al señor Casterán, de continuar estudiando los resultados eufónicos de mi exégeta, con la tenaz minucia que él le dedicó a los míos. Por lo demás, como ya dije, la circunstancia de que su versión siga siendo inédita, me priva de la posibilidad de internarme en su musical laberinto. Le deseo, eso sí, que si alguna vez se decide a hacer pública su traducción de Phedre -una labor a la Penélope, a quien él acaso llamara Penélop- tenga la suerte de contar con un comentarista tan fervoroso como el que se ocupó de mi modesta tarea, y cuyo largo desmenuzamiento entraña el mejor de los homenajes críticos.
Por desgracia, sospecho que Casteránes tan totales no abundan, y que sus francesas Pasifaes no dispondrán, a su turno, del nutrido coro áspero que a su afán adeudan mis pobres y castellanas Pasifeas.

                                                                                                      Manuel Mujica Lainez
     (25 de marzo de 1973)

N. de la D.:
En ese entonces ya había publicado sus grandes obras y era uno de los escritores más reconocidos de América latina. Murió en 1984; este año se cumple un siglo de su nacimiento.

Pasatista superficialidad
Se equivoca la egolatría del Sr. Mujica cuando dice que le consagro un artículo y lo extravía su gusto por la paradoja cuando piensa que su sola extensión "entraña el mejor de los homenajes críticos".
Informo al Sr. Mujica que he redactado para LA GACETA, no una, sino tres notas sucesivas aparecidas con subtítulos diferentes, en las que me he referido a diversos aspectos de un problema más general que su trabajo: el problema de las dificultades y resistencias, a mi entender insalvables, que presenta trasladar al castellano una obra de tan minuciosa y rigurosa composición de tan alta poesía como Phedre ejemplificando el caso con muestras de varios intentos argentinos (entre los que también figuraba como fallido el Sr. Mujica).
No por eso he dejado de señalar, entre otras precisiones, por qué concretos motivos, desde el punto de vista formal, su versión me parece la más antojadiza e infiel de todas ellas; pero el Sr. Mujica no desvirtúa en su carta ninguna de las objeciones que efectivamente le formulé, y se limita a divagar fuera del tema.
Le he reprochado simplemente esto otro: el haberse "atrevido a dar a la imprenta el fruto de sus tentativas" cuando ese fruto estaba aún muy verde, quiero decir el pretender hacernos digerir una "tela de Penélope" que no había sido todavía suficientemente "rumiada". Cuando habla de su "conciencia profesional", cabe preguntarle a qué profesión alude exactamente, pues ignoro si el Sr. Mujica tiene alguna especifica, al menos en el sentido tradicional y universitario del término. Si se refiere a su conciencia profesional como traductor de los clásicos franceses, a juzgar por su versión de Las mujeres sabias de Moliere en 1964 y por la de Fedra de Racine en 1972, debe tenerla ya bastante maltrecha. No importa mucho, empero, quién sea profesionalmente el Sr. Mujica, como tampoco importa mucho quién yo sea, pues se trataba solamente en mis notas de mostrar con claridad por qué motivos generales y especiales, ni su traducción de Phedre, ni las otras que conozco (incluida, por supuesto, la mía propia), me parecen, formalmente, de calidad aceptable. Convengo, sí, en que quizá no habría exigido mejores ajustes formales si se hubiera tratado de los desvelos, o de la mera irresponsabilidad, de un aficionado cualquiera; pero en el caso de un  reputado académico de letras como el Sr. Mujica, pienso que la traducción -y publicación- de Fedra en castellano habría reclamado, hasta por motivos de prestigio nacional, poner en juego conocimientos más serios y especializados y menos pasatista superficialidad.

                                                                                                                  Ricardo Casterán
                                                                                                                      (1 de abril de 1973)

N. de la D.:
Profesor de francés, poeta y colaborador permanente de LA GACETA Literaria. Su traducción de Fedra fue publicada por la UNT en 2002, un año después de su muerte.

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