Nos estamos quedando sin maestros

Nos estamos quedando sin maestros

Ha muerto un símbolo, un ejemplo para muchos periodistas de mi generación. Comprometido con causas justas y reivindicaciones nobles, hacedor y protagonistas de publicaciones fundamentales. Recuerdo que apenas ingresé a LA GACETA me hablaron de él como un tipo formidable.

A finales de los 70 y comienzos de los 80, los conceptos y el trabajo de edición comenzaron a modificarse en todos los diarios; no encontré la máquina que había utilizado Tomás para dejar sus originales, pero ya era una leyenda entre los periodistas de toda Argentina y se había transformado en un activo grande de nuestro diario.

Aunque hablé pocas veces con él y es probable que de mí haya tenido un recuerdo muy borroso, Tomás y su vínculo con LA GACETA fueron la carta de presentación suficiente que me abrieron las puertas de muchas entrevistas y visitas.
Recuerdo a profesores en Madrid que me preguntaban de él, de periodistas de medios internacionales que querían saber sobre sus pasos.

"Usted es periodista tucumano, seguro que nos puede decir en qué está trabajando Tomás Eloy Martínez", me dijeron algunas veces. No hace mucho, Carlos Fuentes me sorprendió cuando lo crucé en un hotel de Mar del Plata.

"Ah, de LA GACETA... Eloy Martínez siempre me habla de su diario y de lo que significó para él", me lanzó el escritor mexicano. Entre mis comienzos y estos años, lo recuerdo también cuando nos dio una clase magistral en plena Redacción.

Nos habló de la investigación que realizó un diario de Monterrey y que él acompañó, luego de una gigantesca explosión subterránea que se llevó casi un pueblo de México... en un horario imposible para nosotros, ninguno de los que estábamos ahí queríamos volver a nuestro trabajo.

Amable, buen paisano, escucharlo y leerlo fue como hablar con un amigo a los que se admira y confía. Luego lo volvimos a ver en el diario cuando la Televisión Española filamaba los principales momentos de su vida como escritor.

Y lo "veía" siempre a través de sus publicaciones y novelas, o desde los debates que generaban sus textos, como cuando escribió acerca de la marca y las consecuencias de la pobreza en Tucumán, un artículo que enervó a las autoridades de la actual administración provincial. A Tomás le hicieron muchos homenajes y le dieron los premios más importantes; se los merecía y los merecerá. Pero yo siento que muchos de nosotros estamos en deuda con él.

El -otros también, pero sobre todo Tomás- nos guió por el camino del periodismo responsable y grande y nos empujó a abrir las puertas de los lectores a través de historias y de relatos fabulosos. Advierto que su vocación se transformó en una esperanza de superación en este trabajo, pero yo creo que lo seguimos -lo sigo- de lejos, a trancos cortos y seguramente débiles. Una cosa es más segura: nos estamos quedando sin maestros y no podríamos ser como ellos.

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