Los sueños pueden cumplirse

Los sueños pueden cumplirse

Por Rodoldo Bollero - Enviado por su equipo de prensa.

PRENSA BOLLERO PRENSA BOLLERO
17 Enero 2010
El año pasado, cuando miraba el Dakar por televisión, se me vino la idea: ¿por qué no podía disputar esa competencia? Lo consulté con mi señora y me dio su apoyo. En ese momento comenzó un sueño; correr la carrera mas dura del mundo. El sueño de llevar a Tucumán el Dakar.
Hoy miro para atrás y veo todo el sacrificio que hicimos con mi familia y un grupo de amigos. Sabía que este proyecto no era fácil, que se debía armar un grupo de trabajo muy bueno, para que todos fuéramos uno solo.
Mucha gente se acercó a darme una mano muy grande. Otros prometieron grandes ayudas y al final no estuvieron. Pero a todos, por el sólo hecho de haberme escuchado, les doy las gracias.
Muchos me preguntaron durante la carrera, cuando me veían llegar cansado, dolorido y renegando por una cosa o por otra, si correr el Dakar valía la pena. La respuesta es sí, totalmente. Es la mejor carrera que disputé en mi vida. Esta aventura valió la pena con creces.
Mientras el sueño se iba convirtiendo en realidad, dando paso a la aventura más grande de mi vida, comenzaron los interrogantes. La moto: ¿cuál sería la ideal? ¿Y la preparación física? ¿Cómo armar el equipo? Eran muchas preguntas. Las respuestas fueron apareciendo con el correr del tiempo.
Hoy, parado en La Rural, miro para atrás y no lo puedo creer: estoy al final del sueño. Pensar que fueron dos semanas y media de un gran trabajo. De pasar momentos de gran alegría y de euforia; otros de bronca y de dolor.
De haber recorrido tramos muy duro y haberlos superado, como Fiambalá, Copiapó, Iquique, lo duro de Atacama, el Nihuil. Fueron muchas las caídas, pero siempre me paraba y me decía que tenía que llegar, que había mucha gente apoyándome y no podía fallarles.
Este sueño no se habría concretado si no me hubiera rodeado un gran grupo humano. Empezando por mi familia; mi señora, Patricia, que me hizo el road book durante toda la carrera mientras yo trataba de dormir y fue la que manejó el grupo de apoyo. También a mis hijos, Agostina y Nicolás, que fueron piezas fundamentales. Sin olvidarme del gran equipo que me acompañó, con Gustavo Cisneros a la cabeza; Federico D’Amato, responsable de la moto; Juan Pablo Hilal, que trabajó conmigo durante un año para dejarme bien físicamente; Marcos Sena, que se encargo de la parte de prensa y todo lo relacionado con los cómputos; y dos grandes amigos que se manejaron todo: Jorge Cinquegrano y Esteban Gramajo.
Ahora llega el tiempo del descanso, de mirar para atrás y ver todo lo que se hizo, de empezar a pensar en el año que viene… Sí, el año que viene, para planificar mi segundo Dakar.
Hoy miro para atrás y veo todo el sacrificio que hicimos con mi familia y un grupo de amigos. Sabía que este proyecto no era fácil, que se debía armar un grupo de trabajo muy bueno, para que todos fuéramos uno solo.
Mucha gente se acercó a darme una mano muy grande. Otros prometieron grandes ayudas y al final no estuvieron. Pero a todos, por el sólo hecho de haberme escuchado, les doy las gracias.
Muchos me preguntaron durante la carrera, cuando me veían llegar cansado, dolorido y renegando por una cosa o por otra, si correr el Dakar valía la pena. La respuesta es sí, totalmente. Es la mejor carrera que disputé en mi vida. Esta aventura valió la pena con creces.
Mientras el sueño se iba convirtiendo en realidad, dando paso a la aventura más grande de mi vida, comenzaron los interrogantes. La moto: ¿cuál sería la ideal? ¿Y la preparación física? ¿Cómo armar el equipo? Eran muchas preguntas. Las respuestas fueron apareciendo con el correr del tiempo.
Hoy, parado en La Rural, miro para atrás y no lo puedo creer: estoy al final del sueño. Pensar que fueron dos semanas y media de un gran trabajo. De pasar momentos de gran alegría y de euforia; otros de bronca y de dolor.
De haber recorrido tramos muy duro y haberlos superado, como Fiambalá, Copiapó, Iquique, lo duro de Atacama, el Nihuil. Fueron muchas las caídas, pero siempre me paraba y me decía que tenía que llegar, que había mucha gente apoyándome y no podía fallarles.
Este sueño no se habría concretado si no me hubiera rodeado un gran grupo humano. Empezando por mi familia; mi señora, Patricia, que me hizo el road book durante toda la carrera mientras yo trataba de dormir y fue la que manejó el grupo de apoyo. También a mis hijos, Agostina y Nicolás, que fueron piezas fundamentales. Sin olvidarme del gran equipo que me acompañó, con Gustavo Cisneros a la cabeza; Federico D’Amato, responsable de la moto; Juan Pablo Hilal, que trabajó conmigo durante un año para dejarme bien físicamente; Marcos Sena, que se encargo de la parte de prensa y todo lo relacionado con los cómputos; y dos grandes amigos que se manejaron todo: Jorge Cinquegrano y Esteban Gramajo.
Ahora llega el tiempo del descanso, de mirar para atrás y ver todo lo que se hizo, de empezar a pensar en el año que viene… Sí, el año que viene, para planificar mi segundo Dakar.

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