"Lo bueno es que el almácigo siempre está y mantiene la línea de la historieta argentina, que tiene su propia escuela reconocida, como la europea, la norteamericana o la japonesa", dice en una ronda de diálogo el reconocido historietista porteño Horacio Lalia.
El compartió una mesa panel sobre "Socializar la historieta" dentro del Tinta Nakuy con Domingo Mandrafina (creador de Savarese), y Javier Mora Bordel (periodista español especializado en historietas), quienes también visitaron LA GACETA junto a Ernán Cirianni (del grupo Viñetas sueltas, de Buenos Aires) y a Juan "Oso" Rosello (de Dibutopía, organizador del Tinta)
La afirmación de Lalia es compartida por sus pares, y explicada por Mora Bordel, quien contó que los salones con premios que se otorgan en su país suelen ser ganados inexorablemente por argentinos. "La historieta argentina se diferencia de las demás por la intensidad narrativa en el desarrollo de una historia, generando clima y sentimiento. Allá (en Europa), se marea la perdiz, y acá hay un principio, un desarrollo y un final como corresponde", analiza el español.
Mandrafina pide la palabra con cierta timidez y cuenta que siempre sospechó que ese papel de nuestra historieta tiene que ver con la mezcla de escuelas narrativas (menciona la norteamericana y la europea), como consecuencia de la inmigración de mediados del siglo pasado.
"La de ustedes es una historieta que siempre fue muy madura, que se documentó bien para trabajar sus contenidos", añade Mora Bordel.
La mezcla de la que habla Mandrafina incluye la oleada de artistas latinoamericanos que se afincaron en Buenos Aires en los años 20, y a la confluencia de hechos históricos que fueron favoreciendo que la historieta se afianzara a nivel social.
Lalia apela entonces a su memoria. "En los 60, cuando yo empezaba, se dio la famosa desaparición de la historieta después de 10 años brillantes. Pero no desapareció nada, porque los maestros ya habían armado sus talleres y transmitían sus conocimientos y todo se mantuvo; fue mutando", explica.
"Fallamos en no haber podido armas una industria de la historieta, que es un arte popular y sumamente masivo", insiste Mandrafina.
En nuestro país, la historieta tuvo a lo largo de su historia muchos altibajos, pero generalmente en relación con la publicación de trabajos, y no respecto de su aceptación popular y masiva. "En los últimos años, encuentros como el Tinta Nakuy o el Viñetas Sueltas de buenos Aires se convirtieron en un espacio de encuentro más que en muestras de trabajos, y eso mantiene vivo nuestro arte", señala Cirianni.
Una herramienta para la educación de los jóvenes
Los historietistas tucumanos se convirtieron en referentes de una movida que en otros países es cada día más fuerte, que toma a la historieta como una herramienta clave en la educación formal de los niños y jóvenes.
"Pudimos publicar un libro y trabajamos en proyectos para usar historietas en las escuelas", contó Juan "Oso" Rosello.
Horacio Lalia contó que países como México o Puerto Rico le compran a editoriales argentinas libros de historietistas argentinos, generalmente de adaptaciones de clásicos de la literatura, para distribuir en las escuelas.
"En Argentina no terminan de darse cuenta que la historieta no es sólo para distraer y entretener, sino que tiene un potencial enorme en el acercamiento de los chicos a la literatura y a conocimientos de todo tipo", afirmó el historietista. "Nosotros machacamos mucho con esto de 'socializar la historieta' porque vemos que hay muchos prejuicios y desconocimiento", aportó el Oso.
Del mismo modo, Domingo Mandrafina destacó que mediante la historieta puede resultar más sencillo difundir un mensaje determinado. "Esos prejuicios alejan la cultura, porque se toma a la historieta como distractiva, cuando en realidad es un ariete de penetración cultural e ideológica muy fuerte", señaló.