La otra pasión

La otra pasión

La moda está impuesta. Los tatuajes ya forman parte del mundo futbolístico y es común ver grandes figuras luciendo dibujos en su cuerpo. En San Martín la tendencia va creciendo. Casi todos los integrantes del plantel tienen al menos uno. Quinteros, con 15, encabeza el ranking

APASIONADOS. Villavicencio lleva una imagen de Jesucristo en el pecho; Quinteros se hizo una “PR” por su fanatismo por los Redonditos de Ricota, y Perugini tiene varios tatuajes en su brazo. LA GACETA / INES QUINTEROS ORIO APASIONADOS. Villavicencio lleva una imagen de Jesucristo en el pecho; Quinteros se hizo una “PR” por su fanatismo por los Redonditos de Ricota, y Perugini tiene varios tatuajes en su brazo. LA GACETA / INES QUINTEROS ORIO
20 Enero 2009

Primero fueron utilizados para representaciones religiosas y como un distintivo tribal. Después llegó a los brazos de los marinos mercantes y más tarde a las prisiones. En la actualidad, adornar el cuerpo con leyendas y dibujos ya no conoce de estratos sociales y la revolución estética hizo del tatuaje una moda. El fútbol, cultura popular que no conoce fronteras, lo adoptó como un fenómeno que recorre las canchas del mundo y va en aumento. Los hinchas los utilizan para inmortalizar su amor vehemente hacia una camiseta, pero sin dudas, los más adeptos a esta nueva costumbre son los futbolistas, quienes consideran los tatuajes una cuestión de piel. En San Martín, el santafesino Marcelo Quinteros manda cómodo, con 15 "tattoos" que recorren espalda, tobillos, brazos y la cintura. Las estrellas de su antebrazo izquierdo simbolizan sus dos nenas, Jimena y Victoria. Fue el primero que se hizo y el que jamás borrará. "A todos me los hizo un amigo de Cañada de Gómez. Primero fue para recordar a mis seres queridos, pero después ya fue por gusto", explica a LA GACETA el "Chelo", que lleva a tinta y aguja las siglas "PR", con una corona, que recuerdan a su banda favorita: Patricio Rey.
Otro de los "santos" devoto a los simbolismos y diseños en su cuerpo es Marcelo Perugini, que hasta el momento cuenta siete, aunque no asegura que vaya a parar pronto. El bahiense, a los 17 años, se grabó una "L", inicial del nombre de su hermana. Después llegaron los nombres de su mamá y papá y el último, unas radiantes cartas de póker en el bícep izquierdo.
No hace falta enfocar demasiado la vista para distinguir, desde lejos, a Jorge Anchén, que con una cruz en su antebrazo derecho también lleva a todos lados a sus padres, los preferidos por sobre una tormenta, el león y la figura de una mujer, que cubren parte de su hombro y brazo izquierdo. El uruguayo reconoce que las primeras marcas se las hizo en Montevideo y luego las retocó en Buenos Aires y en Estocolmo, ciudades en las que jugó como profesional. ¿Y Tucumán? "Tal vez me haga el quinto acá", remató Anchén, con el termo y el mate bien a mano.
El gusto por los tatuajes también es compartido por Esteban Salvatore, Juan Monge, Germán Noce, Matías Villavicencio, Nicolás Herrera, Miguel Fernández, Cristián Canío, Gustavo y Antonio Ibáñez.
Tribales, letras chinas, soles y espinas poblaron el vestuario de La Ciudadela y transformaron al "tatto" en un hábito, que amenaza con volverse en manía.

Hay varios inmaculados dentro de los "albirrojos"
Siempre que se hace extensiva una moda existen también las excepciones. Dentro del plantel de San Martín todavía hay muchos jugadores que no cedieron a la dupla aguja y tinta y prefieren mantener indemne su dermis, principalmente por razones opuestas a los que los eligen. La falta de interés y la durabilidad de los tatuajes son, en muchos casos, los fundamentos necesarios para decir "no". Ese es el caso del volante Jorge Serrano, que no titubeó cuando fue consultado. "No me gustan y creo que no me interesa hacerme nada. Es más, ni tengo pensado realizarme uno", confesó el polifuncional jugador nacido en Los Vallistos.
El pelotón de los inmaculados también es integrado por Ramiro Leone, Mario Turdó, Marcos Gutiérrez y Mario Vera, entre otros.

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