Las caravanas de egresados y el uso del espacio público

Hace 3 Hs

Diciembre suele tener un sabor especial en San Miguel de Tucumán. El mes se vive intensamente en las calles por el ritmo de la época previa a las Fiestas, la antesala del receso para muchos y el cierre de ciclos académicos en las numerosas instituciones educativas.

Con los últimos exámenes llegan también los festejos por las recibidas, que en los últimos años se hicieron visibles en el microcentro y encontraron en la plaza Independencia un punto de concentración. Allí los logros individuales se expresaron como celebraciones al aire libre que ocupan el espacio público.

En estas páginas venimos mostrando la contracara de la alegría compartida, que son las consecuencias y molestias que generan estas concentraciones en la ciudadanía. Por un lado, los bocinazos, cánticos y festejos condensan la felicidad de haber alcanzado una meta. Detrás de cada título hay años de estudio sostenidos en contextos muchas veces adversos: trabajo, responsabilidades familiares, f rustraciones y persistencia. Recibirse no es sólo aprobar una materia, sino cerrar una etapa y compartir el resultado de ese esfuerzo con otros. En tiempos atravesados por la incertidumbre social y económica, esa alegría también tiene un valor simbólico: recuerda que el esfuerzo todavía puede dar frutos.

Por el otro, está la ciudad. No se trata de un escenario neutro ni un decorado disponible sin reglas. La plaza Independencia es un espacio emblemático, patrimonio común y lugar de encuentro cotidiano para miles de tucumanos. Cuando la celebración se desborda, aparecen las consecuencias: suciedad persistente, daños en fuentes y equipamiento urbano y calles colapsadas. A las  tareas de limpieza y reparación que terminan pagando todos los ciudadanos. También, en menor medida, están los ruidos molestos y los embotellamientos que se generan.

En el Municipio capitalino lo definen como un problema cultural, transversal a edades y sectores sociales. Y en ese diagnóstico hay una clave: el uso del espacio público implica derechos, pero también responsabilidades. Celebrar no debería equivaler a ensuciar, dañar o apropiarse sin límites de lo que es de todos.

La tensión entre intereses y derechos en este asunto es evidente. Prohibir puede resultar ineficaz; mirar hacia otro lado, irresponsable. El desafío está en ordenar, regular y generar conciencia. Consultada al respecto, la intendenta ha sido discreta y comprensiva: ha señalado que la gente “se recibe una vez” y ha entendido que son unos pocos momentos de festejo y que mientras no haya excesos no se iba a perseguir estas caravanas. No obstante, se debe reflexionar que se trata de una especie de carnaval en el que hay ciertos riesgos que ya han sido analizados por algunas instituciones educativas. Ergo, Las autoridades podrían ofrecer alternativas y pautas claras; las instituciones educativas pueden colaborar en la organización; y quienes celebran, asumir que el festejo no los exime del cuidado del entorno. La plaza no necesita ser blindada ni vaciada de vida. Al contrario: debe seguir siendo un espacio de encuentro, también para la alegría. Pero una comunidad madura se reconoce en su capacidad de festejar sin destruir, de ocupar el espacio común sin degradarlo.

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