El "León" rugió en La Plata y ahora va por la corona del Clausura

Estudiantes venció 1 a 0 a Gimnasia y el sábado jugará la final contra Racing en Santiago del Estero.

El León rugió en La Plata y ahora va por la corona del Clausura
Carlos Chirino
Por Carlos Chirino Hace 2 Hs

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El clásico platense fue un duelo espeso, cerrado, áspero, con aroma a nervio puro y combustible emocional. Y en ese territorio donde suele imponerse el que sabe sufrir, Estudiantes volvió a mostrar su linaje, venció 1-0 a Gimnasia en El Bosque y se ganó, con autoridad silenciosa, el boleto a la final del sábado ante Racing en Santiago del Estero por el torneo Clausura.

El gol de Tiago Palacios, a los 15 minutos del segundo tiempo, rompió un partido que parecía condenado a definirse por un mínimo detalle. Y fue justamente un detalle -el cierre fallido de Renzo Giampaoli, la viveza de Edwuin Cetré y la aparición solitaria de Palacios en el segundo palo- lo que inclinó la historia hacia el lado albirrojo. Un clásico que había comenzado con más pierna fuerte que fútbol, con más grito que juego y con más interrupciones que sociedades armadas, terminó decidiéndose por una jugada nacida en la lucidez.

Hasta ese momento, el encuentro tenía rasgos de novela espesa. Cinco amarillas en el primer tiempo, fricción en todos los sectores del campo, laterales convertidos en trincheras y escasas ocasiones de gol. Gimnasia intentaba -sin demasiada claridad- aprovechar la localía para asumir el protagonismo, mientras Estudiantes se aferraba a su plan: orden defensivo, rigor competitivo y la paciencia de quien sabe que la oportunidad aparecerá tarde o temprano.

Las primeras emociones llegaron recién a los 43 minutos de esa etapa inicial. Cristian Medina tuvo la más clara del “Pincha”, pero Nelson Insfrán respondió con una atajada firme. En la contra, casi de inmediato, llegó la situación que pudo cambiarlo todo: un remate de Manuel Panaro, desvío de por medio, obligó a Fernando Muslera a una reacción de reflejos notables. El uruguayo, con toda su experiencia internacional, voló hacia su izquierda para impedir el 1-0 del “Lobo”. Fue una atajada de semifinal, de torneo grande, de arquero que sostiene a su equipo en el momento límite.

Ese doble sobresalto le puso condimento a un primer tiempo que había tenido más dientes apretados que juego fluido. Y lo confirmó la propia dinámica del complemento, donde ambos equipos salieron decididos a buscar la final, aún sin encontrar claridad en los metros finales. Pero mientras Gimnasia acumulaba pelota y metros en campo rival sin volumen ni sorpresa, Estudiantes aguardaba con la calma del depredador que mide distancias antes de atacar.

La jugada del gol nació por la izquierda. Santiago Arzamendia descargó largo, Giampaoli salió al cruce confiado, pero Cetré no le perdió pisada. El defensor del “Lobo” se arrojó al piso para despejar, falló por centímetros y dejó abierta una puerta que el colombiano atravesó con decisión. Su centro, exacto, venenoso, encontró en el segundo palo a Palacios, que llegó lanzado y solo tuvo que empujarla. Un gol simple en su ejecución, demoledor en su impacto. El banco de Estudiantes estalló; el Bosque quedó congelado.

Desde ese instante, el partido cambió de tono. Gimnasia buscó el empate con el corazón antes que con las ideas. Fernando Zaniratto movió el banco: adentro Hurtado, Merlo y Briasco, afuera Panaro, Merlini y Piedrahita. El local fue, insistió, empujó, pero siempre chocó contra una defensa que agigantaba cada disputa.

Estudiantes, fiel a su estilo, esperó el momento para liquidarlo de contragolpe, pero no lo consiguió. No lo necesitó. La ventaja mínima era un tesoro suficiente en un partido con tan pocas grietas. Y en la última jugada del encuentro, hasta el propio Insfrán fue a buscar un cabezazo salvador, pero el milagro no llegó. Facundo Tello pitó el final y la historia volvió a teñirse de rojo y blanco.

El dato es implacable: Gimnasia ganó solo uno de los últimos 27 clásicos. Y el historial, ahora más amplio que nunca, se estira a un 69-51 que grafica, como pocas estadísticas, la diferencia entre uno y otro. La semifinal no quebró la tendencia: Estudiantes se impuso como en los partidos de adentro, de roce, de presión alta, de saber competir en escenario ajeno.

Con el triunfo, los dirigidos por Eduardo Domínguez repiten lo que ya lograron el año pasado: llegar a la final del fútbol argentino. Esta vez, el duelo será contra un rival que llega con el pecho inflado: Racing, que viene de eliminar a Boca en La Bombonera con una muestra de personalidad. El choque decisivo será el sábado 13 de diciembre, a las 21, en el Estadio Madre de Ciudades de Santiago del Estero. Allí, frente a una “Academia” en alza, el “Pincha” buscará otra vuelta olímpica para su vitrina reciente.

Pero antes de pensar en la final, la noche en El Bosque dejó imágenes imborrables: la resistencia del visitante, la impotencia del local, la seguridad del arquero uruguayo, el festejo de Palacios, el lamento de Giampaoli y una ciudad que vuelve a dividirse entre alegría y bronca.

Estudiantes ganó un partido que no se jugaba solamente dentro de la cancha. Ganó un duelo emocional, estratégico, territorial. Ganó en el Bosque, donde más duele para Gimnasia y donde más se festeja para su gente. Ganó porque entendió que estas semifinales no siempre las conquista el que ataca mejor, sino el que resiste más y comete menos errores. Y ganó, sobre todas las cosas, porque supo aprovechar el único minuto de claridad que tuvo en un clásico lleno de tensión.

Ahora, con la final en el horizonte, Estudiantes vuelve a quedar a un partido de otro título. Y lo hace con su marca registrada: ese espíritu competitivo que lo distingue, que lo define, que lo explica. Ese gen que, incluso en los partidos más duros, suele despertarse a tiempo para escribir otra página grande de su historia.

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