La derrota de La Libertad Avanza en la provincia de Buenos Aires no fue inesperada, sí la diferencia porcentual con el peronismo. Tal vez por ello el sacudón financiero y cambiario del lunes, consistente con el temor a las características irresponsabilidades económicas kirchneristas, aunque no hubo tragedias durante la semana, posiblemente porque nada está definido. Es que la elección provincial puede servir para pensar qué cambiar y mejorar apuntando a octubre.
¿Fue la economía o la política? Ambas, pero en partes desiguales. Téngase en cuenta que los números de actividad comenzaron a debilitarse justo cuando el Congreso mostró que varios gobernadores ya no respondían a su alianza implícita con el gobierno nacional. Hace pensar (no necesariamente es la respuesta correcta) que no se trata de que el rumbo económico esté errado sino de que no tiene sustento político. Puede ser, aunque no deben dejarse de lado los errores.
Primero una aclaración, repetida pero también lo fue la equívoca expresión del jefe de gabinete el lunes, cuando dijo que los resultados macroeconómicos no llegaron a la gente. Es que no tienen que llegar. Son planos diferentes, vinculados pero sin circulación entre ellos. La macro son condiciones para la micro (estabilidad de precios, por ejemplo) o son resultados de la micro (los niveles de consumo o el PIB). Pretender medidas para “la micro” o lo que sea que se entienda por ella en la conversación común no sirve de nada sin estabilidad macro o, peor, si atenta contra ella. En ese sentido, el superávit fiscal es esencial y el gobierno hace bien en no ceder.
Y entonces llegan los peros. Uno, que con la estabilidad sola no alcanza. Es cierto. La menor inflación es algo muy positivo pero hace falta que las empresas funcionen, produzcan, vendan, tomen empleo. El problema es que la Nación no maneja todos los resortes necesarios. Entre otras variables hacen falta menos impuestos, nuevas leyes laborales, criterios judiciales más modernos, mejor infraestructura de servicios públicos. Debería trabajarse en eso en paralelo a la macro y algo se hace. Por ejemplo, el Ministerio de Desregulación reduce costos reales de producción y comercialización eliminando o modernizando trámites, pero lo tributario depende del Congreso o de las provincias, según a cuáles impuestos se apunte, no del PEN.
Ahí entra lo político. No tiene sentido chocar con los gobernadores, tanto por su papel en las provincias como por su influencia parlamentaria. Con algunos sí, por supuesto, no pueden esperarse alianzas eventuales en Formosa o Buenos Aires, pero la necesidad de evitar la belicosidad surge de dos tipos de conductas. Primera, una posible reducción tributaria en la Nación no sirve si las provincias aprovechan el alivio a sus ciudadanos para subir ellas sus propios impuestos. Y segunda, esa baja nacional no es posible sin los gobernadores si les afectara la coparticipación. En ambos casos, para el común de los ciudadanos, que no sabe de república o federalismo, el culpable será Javier Milei porque el Presidente es el responsable de la economía aunque no lo sea. Como fuere, hay que conversar. Milei debería considerar que su prioridad es octubre de 2025; el enfrentamiento en serio con los gobernadores será en 2027, y para darlo primero debe llegar a 2027, lo que requiere afirmarse ahora, aunque ya esté atrás por su mala estrategia de armado de listas (violeta o nada).
Como mínimo, el debate próximo de la ley de presupuesto da la oportunidad de discutir cómo se distribuye el gasto en términos que no afecte el superávit pero le interese a los gobernadores. Básicamente, acordar obras públicas. Como siempre implica ceder, la habilidad estará en cuánto. Al respecto, una consideración. Las provincias tienen margen si tienen voluntad. En Tucumán el gobernador presenta reinicios de planes de vivienda como ejemplo de que puede cubrir los huecos que deja la Nación cuando en realidad es reasunción de responsabilidades propias. Durante décadas los gobernadores se acostumbraron a que la Nación solventara las responsabilidades locales. El “no hay plata” actual en parte es federalismo. Claro que hay obligaciones nacionales no cubiertas, pero no es tan directo eso de que la Nación no puede tener superávit a costa del déficit provincial: desde Mauricio Macri que las provincias son superavitarias gracias al déficit nacional.
Ahora bien, el error económico básico del gobierno, que contribuye a su debilidad, fue pretender resultados demasiado rápido. Específicamente, la baja de la inflación. Es cierto que ayuda mostrar logros, sobre todo cuando hay pocos legisladores propios, pero era un riesgo jugar todo a ello con herramientas peligrosas y pretender que alcanzara para las elecciones de medio término. La inflación es un fenómeno monetario de raíz fiscal y el gobierno atacó el mal con eso en mente. Pero también quiso acelerar el proceso con una herramienta de corto plazo, no de fondo, el dólar. Por eso propició la gran devaluación de 2023, para tener margen de pisar la cotización y calmar precios. Lo peligroso es el atraso cambiario y sus efectos en la competitividad de la producción nacional, así como la especulación sobre nuevos saltos de cotización. Para evitar esas presiones las autoridades eligieron la tasa de interés, afectando el crédito y la actividad. Entonces, cuando se observó debilidad política se buscaron divisas, el gobierno respondió subiendo tasas, eso comenzó a afectar la economía, aumentando el pesimismo electoral y por lo tanto la debilidad política… y se puede entrar en espiral.
Se sabía que salir adelante no sería fácil. Entonces, no había por qué apresurar las cosas. Claro que la demora en mostrar grandes resultados exigía una conducta ejemplar para mantener la convicción de que el sacrificio vale la pena. No se hizo. Ahora, las advertencias expuestas son política clásica. ¿Acaso a Milei no le fue bien siendo disruptivo? Los votos recientes muestran que ya no. El equipo que sirve para ascender no siempre sirve para mantenerse en primera. El estilo que sirve para ganar no siempre sirve para gobernar.






