

Por Alejandro Urueña - Ética e Inteligencia Artificial (IA) - Founder & CEO Clever Hans Diseño de Arquitectura y Soluciones en Inteligencia Artificial. Magister en Inteligencia Artificial.
Y María S. Taboada - Lingüista y Mg. en Psicología Social. Prof. de Lingüística General I y Política y Planificación Lingüísticas de la Fac. de Filosofía y Letras de la UNT.
Cada vez más la IA -en sus diversas formas tecnológicas -ocupa gran parte de nuestra vida diaria y realiza haceres que antes reclamaban nuestras acciones concretas. No está de “sólo estar”, como simboliza uno de los dichos de nuestro patrimonio lingüístico, sino que está haciendo, a veces con nosotros, a veces para nosotros y otras, por nosotros. Omnipresente y especular es una/o más de nuestro entorno, ayudándonos o siendo nosotros: desde el artefacto digital que limpia o cocina hasta el algoritmo que en la pc o en el celular produce un discurso en el que delegamos nuestra autoría, reducida así a la firma.
Los amigos
Hace pocos meses, Mark Zuckerberg, iniciático de las redes se refirió, paradójicamente, a una de las consecuencias de la IA. Lejos de afianzar las redes vinculares con nuestros pares, la IA progresivamente ha ido gestando una de las epidemias, no virósicas, que azota a los Estados Unidos: la epidemia de la soledad. Lo que no consiguió la pandemia, la IA, uno de los recursos fundamentales para combatirla, lo está logrando. Si en la hegemonía del COVID las ciudades se silenciaban de presencias y voces humanas, hoy muchas presencias/voces se acallan por las manos sobre el teclado o la pantalla. Zuckerberg alerta hoy sobre los efectos de lo que parece haberse constituido en un espejo del mítico Frankenstein: “Creo que el estadounidense medio tiene de media menos de tres amigos. Y una persona normal demanda muchos más. Creo que son 15 amigos o algo así. Y Tom Huberstone (autor del artículo publicado en la revista del MIT) va más allá: “Antes de que te des cuenta de la siniestra forma en que enmarca la conexión humana en términos económicos tan sombríos, ofrece su solución a la epidemia de soledad: amigos de IA. Idealmente, los amigos IA que genera su empresa”.
El tránsito del vínculo desde el otro presencial, palpable, respirable, sentible hacia este otro máquina, sentible sólo en la palma de las manos sobre el teclado/pantalla, le rememora a Huberstone una película premonitoria “La Red” (1995) en la que la protagonista, una informática, vive literalmente en una sala de chat en línea. Su horizonte social comienza y termina en la pantalla. No se expone ante los otros humanos, que ni siquiera la conocen. Este mundo-pantalla sí la expone, sin embargo, a los invisibles e invisibilizados colegas. Una empresa de software de ciberseguridad termina con su mundo digital, su vida cotidiana y su identidad personal.
Más allá de la posible hipérbole (o no), hoy son cada vez más (de los que tienen recursos para hacerlo) que transitan buena parte de su vida cotidiana en el universo de la IA: desde el celular, la PC, el GPS, los electrodomésticos digitales… y podríamos seguir. La “madre” tecnológica nos resuelve cualquier búsqueda, antes reservada a nuestra memoria y nuestros esfuerzos psicofísicos: desde un número telefónico, una dirección, una operación bancaria, una compra de insumos esenciales, la elección de un entretenimiento o de un libro, la resolución de un problema doméstico, la receta de una comida… La lista se vuelve interminable.
Pareciera que ya no necesitamos de los otros, sino de la otra/o superior que nos ayuda pero que también decide por nosotros: qué ver, qué oír, qué privilegiar y, aún más, qué decir, qué pensar, qué sentir y hasta qué hacer. Está ahí, para nosotros, sin que tengamos necesidad de invocarla: basta cliquear y ¡listo! Como la lámpara de Aladino. ¿La diferencia? La lámpara hacía lo que Aladino decidía, con algún condicionamiento. La IA nos hace caso aparentemente sin restricciones explícitas. Pero en cada apelación, estamos a merced de entregarles todos nuestros datos. Ya no le vendemos el alma al diablo, sino a la IA, o mejor a las grandes tecnológicas dueñas de su alma y de la nuestra. Al diablo no le interesa el poderío económico: aquí es lo que se juega. Venta sin costo para los gigantes tecnológicos: le regalamos nuestra identidad a cambio de sus favores.
Límites necesarios
Tal vez uno de los mayores riesgos de la IA instalada invisiblemente en nuestra vida diaria sea el hecho de transformarla en el vínculo privilegiado para consultar y confiarle dimensiones de nuestra humanidad antes reservadas a las amistades o a la familia. En otras palabras, instituirla en el referente principal de aquello que la IA no entiende, ni siente, ni experimenta: convertir a los chatbots o a los agentes en los amigos de la IA. Algunos hablan de “descarga cognitiva” cuando se delega en la IA el propio pensamiento. No es sólo descarga cognitiva sino también emocional, axiológica, ética; en suma: descarga humana. Esa descarga encubre la soledad; la vulnerabilidad; la fragilidad de la autoestima; la crisis vincular; el quebrantamiento de las redes sociales verdaderas, las que entablamos con otros humanos como nosotros. El desplazamiento terminológico no es inocente: una vez más asistimos a la metaforización o al aggiornamiento de términos que refieren fenómenos específicos de la existencia humana a la dimensión virtual de la IA. ¿Es lo mismo una red social de personas que interaccionan cara a cara que una red social virtual?¿Es lo mismo un amigo de la IA que un amigo-persona-humana?
No se trata de enterrar la tecnología y suplantar el auto por el caballo. El desafío es establecer los límites necesarios entre la dimensión virtual y la real-material-concreta de los haceres, pensares, sentires y decires. Importa no confundir soledad, aislamiento, alienación con dominio del universo tecnológico. Porque si se corta la luz, un doliente muro se levanta entre el sí mismo que soy y el otro “mismo” que se espeja en la IA.
El dominio tecnológico es fundamental. Es precisamente ese dominio tecnológico el que hace millones de años, cuando los homos crearon las herramientas, produjo un salto cualitativo que nos diferenció de todas las otras especies, nos liberó del “adaptarse o perecer” y nos permitió producir y crear nuestra existencia, más allá de toda determinación ambiental. La superación de la pandemia es una evidencia más de incontables. El dominio tecnológico no ha sido ni es una alternativa desestimable para nosotros los homos sapiens. Es una necesidad inclaudicable. Por eso tiene que estar al alcance de todos, sin concesiones. Si no fuera por ese recurso, este artículo demandaría varias horas (y hasta días) más de búsquedas, esfuerzos, desplazamientos, reuniones que la IA no solo simplifica sino que potencia. Pero el domino tecnológico reclama la educación, la conciencia y la ética tecnológicas. Y aquí también, no hay alternativa.







