En un país históricamente importador de café, la noticia del acuerdo entre una empresa señera de alimento y bebidas con identidad en el café, y el Instituto de Desarrollo Productivo de Tucumán (IDEP) marca un punto de inflexión para la agroindustria. El convenio, firmado recientemente pero gestado durante más de un año, sella una alianza estratégica que coloca a Tucumán en una senda ambiciosa: la de convertirse en productor nacional de café de calidad.
En un contexto económico complejo, donde el desarrollo de nuevas economías regionales resulta vital, esta apuesta por diversificar la matriz productiva adquiere un valor simbólico y concreto. Tucumán, conocido por su azúcar, sus limones y sus arándanos, ahora proyecta su nombre en una industria global y en constante expansión: la cafetera.
Cabrales, empresa con más de 84 años de trayectoria y referente indiscutido en el mercado argentino, aportará conocimiento técnico, asesoramiento especializado y formación a través de su reconocida Academia del Café. El IDEP, por su parte, aportará su capacidad de articulación pública y privada, con el foco puesto en fortalecer las cadenas de valor emergentes y en abrir nuevas oportunidades para los pequeños y medianos productores del piedemonte tucumano.
Hay entre 8.000 y 9.000 hectáreas aptas para el cultivo de café en la provincia. El número puede parecer modesto, pero representa un potencial enorme si se lo compara con la situación del vino argentino hace apenas unas décadas. Si Mendoza logró consolidar su identidad global con el Malbec, ¿por qué Tucumán no podría hacer lo propio con su propio perfil cafetero? Como señaló Martín Cabrales, “esto coloca a la provincia en el mapa cafetero” y abre la puerta a que el café tucumano sea en el futuro un producto con denominación de origen, reconocido dentro y fuera del país.
El cultivo del café es una actividad intensiva que no sólo genera valor agregado, sino que también demanda mano de obra calificada. En una provincia que necesita seguir creando empleo en el interior, esto representa una oportunidad concreta para revitalizar zonas rurales con trabajo genuino, innovación y sustentabilidad. Hay cerca de 15 pequeños caficultores tucumanos. Con apoyo técnico, formación y acceso a nuevos mercados, esa cifra puede multiplicarse.
En tiempos donde la globalización impone desafíos -como la apertura de importaciones y la presión de la competencia internacional-, pensar en una producción nacional de café no es solo una respuesta económica: es una apuesta cultural. Se trata de construir una identidad cafetera argentina que complemente el consumo sostenido con una producción propia, con trazabilidad, calidad y sello local.
El café, como dice Cabrales, ya no es solo una bebida. Es una experiencia, un ritual urbano, un fenómeno en auge entre los jóvenes. Tucumán puede aprovechar esta tendencia para insertarse con inteligencia y visión en un mercado que crece en exigencia y sofisticación. Este convenio es una siembra. Y como toda siembra, exige paciencia, cuidado y visión de largo plazo. Pero también entusiasmo, vocación transformadora y compromiso colectivo.







