Una historia de superhéroes: el legado de los atletas paralímpicos argentinos

Una historia de superhéroes: el legado de los atletas paralímpicos argentinos

Relatos sobre el deporte paraolímpico argentino y de cómo se ganó un lugar enseñando la gran capacidad de tolerar la frustración y superarla

Una historia de superhéroes: el legado de los atletas paralímpicos argentinos

Imagínense corriendo en una pista o tratando de hacer un gol, sin luz en los ojos. Figúrense lanzando una pelota al aro, o pegándole un raquetazo a una pelotita sentados en una silla de ruedas. Supónganse nadando con las piernas paralizadas.

Para quienes tienen la plena capacidad de sus cuerpos, estas serían actividades sencillas, con más o menos técnica, con mayores o menores resultados.

A los deportistas paralímpicos les pertenecen las hazañas que consiguen en un campo de juego, en una pista o una pileta, que derivan de tolerar y reformular la frustración para superarla. Sus historias siempre están al alcance de la mano y listas para ser descubiertas.

Esta que contamos no es una de superhéroes inventados, de esos que nos invaden en películas, series y comics, y que conocemos todos. Es de superhéroes reales, aquellos que nos enseñan todos los días cómo sobreponernos a las dificultades que nos presenta la vida. Hay una porción de esos superhéroes que hicieron de las luchas, los esfuerzos y los sacrificios del día a día su religión. La profesan ellos y quienes los ayudan.

Algunas consideraciones

Vale pasar en limpio qué es el deporte paralímpico. Se trata de actividades regidas por el Comité Paralímpico Internacional cuya competencia promueve la mayor justicia posible en disciplinas que se dividen en categorías de acuerdo con el grado de discapacidad. De manera paralela, el CPI toma en cuenta cuatro grandes ramas de discapacidades: la intelectual, la motora, la parálisis cerebral y la visual.

Como una antesala para contar estas historias de superhéroes reales, hay un dato que llama la atención sobre nuestro país en los Juegos Paralímpicos de verano: nunca faltó a ellos desde que empezaron a efectuarse en 1960 en Roma. Fue el único de habla hispana y el único latinoamericano presente en las primeras dos ediciones. En los Juegos de Invierno, la primera participación argentina fue en Vancouver 2010.

Algunos números: las delegaciones nacionales obtuvieron un total de 165 medallas en los Juegos, de las cuales 31 fueron de oro, 66 de plata y 68 de bronce. Todas fueron ganadas en ediciones de verano. Argentina se ubica en el puesto 30 del medallero histórico. Un dato comparativo: en los Juegos tradicionales, la “cosecha” fue de 77 medallas (21 de oro, 26 de plata y 30 de bronce). Esto, llevando más deportistas y participando en más oportunidades.

Es de esperar que en la próxima cita de París (la XVII edición irá del 28 de agosto al 8 de septiembre), los números paralímpicos se enriquezcan en buena medida. Los deportes previstos son: arquería, atletismo, bádminton, fútbol para ciegos, boccia, canotaje, ciclismo (pista y ruta), ecuestre, esgrima, goalball, yudo, pesas, remo, tiro, vóley sentado, natación, tenis de mesa, taekwondo, triatlón, básquet, tenis y quad rugby. Argentina ya tiene clasificados representantes en al menos 11 de esas disciplinas.

La mujer récord

Vamos a las historias. Silvia “Kika” Cochetti. ¿Les suena este nombre? Están invitados a googlearlo. Mientras, vale mencionar el dato más sorprendente sobre ella: es la atleta argentina, en cualquiera de sus variantes, que más medallas olímpicas ganó. Y lo logró en apenas ocho años como deportista, entre 1963 y 1971. Obtuvo cinco medallas de oro, cuatro de plata y otras cuatro de bronce entre los Juegos de Tokio 1964 y Tel Aviv 1968, ¡en natación, atletismo y básquetbol en silla de ruedas!

Para que comparen: en los Juegos Olímpicos tradicionales, los argentinos que más preseas suman son Carlos Espínola (vela) y Luciana Aymar (hockey), que cuentan con cuatro.

Cochetti es una porteña nacida en el barrio de Palermo el último día de 1945. Tenía tres años cuando contrajo poliomielitis. Comenzó a nadar por recreación y rehabilitación en la antigua sede del club Comunicaciones. Pero recién a los 16 años empezó a competir, casi de casualidad, porque asistía al Servicio Nacional de Rehabilitación para efectuar tareas comunitarias. Lo cierto es que debutó ganando en los Juegos Nacionales de La Plata de 1963.

Un año después, ya era parte del equipo argentino en los paralímpicos de Tokio.

Lo que siguió para ella fue competencia de la buena, reconocimientos y la gloria olímpica, hasta que con 26 años decidió retirarse. Se casó, tuvo cuatro hijos y alguna vez quiso volver a la competición. Es entonces cuando aparece una “conexión tucumana”: vino a nuestra provincia, nadó, sintió que ya no era lo suyo y que estaba en otra cosa. Es decir, la última vez que la atleta argentina más ganadora de medallas en Juegos Olímpicos compitió lo hizo en nuestra provincia.

El maestro

Hablar de Cochetti también abre la puerta para hacerlo del pionero en el desarrollo de actividades físicas para personas con discapacidad: el profesor de educación física Héctor “Pocho” Ramírez, fallecido recientemente (en marzo), a los 91 años.

“Pocho” no dejó récords. Tampoco ganó un título mundial ni medallas de oro. Lo suyo fue una obra que trascendió su vida, brindándose a los demás. De esta manera dejó una huella en miles de argentinos con discapacidad. Por él no sólo practicaron un deporte, sino que adquirieron habilidades, se proyectaron, socializaron y aprendieron a desenvolverse en la vida.

Ramírez fue el fundador del Comité Paralímpico Argentino (Copar). También organizó los primeros Juegos Panamericanos Paralímpicos, en Buenos Aires, en 1969. Es el único argentino que mereció la Orden Paralímpica del CPI.

Este profesor nacional de educación física comenzó a abrazar el deporte adaptado en el Instituto Nacional de Rehabilitación. Allí dirigió actividades físicas para personas con secuelas de poliomielitis y discapacidad motora. Llevado por su enorme vocación, fundó la Federación Argentina de Deportes sobre Silla de Ruedas, que nuclea al básquet, la esgrima, la natación, el atletismo, las pesas y el tiro.

Su formación tuvo también un carácter épico: viajó por su cuenta en los años 50 a Europa.

Conoció y se formó con Ludwig Guttmann, neurólogo polaco que fue el máximo promotor a nivel mundial del deporte paralímpico. Aunque “Pocho” no era médico, Guttmann lo inspiró y le enseñó sus técnicas para que pueda aplicarlas en la Argentina. El sitio de aquellas “clases” fue el hospital Stoke Mandeville (Gran Bretaña), donde los pacientes (soldados que había luchado en la Segunda Guerra Mundial) inundaban los pasillos.

Fue tal la influencia de Ramírez en los deportistas paralímpicos de nuestro país que alguna vez, uno de los tantos que formó, dijo de él: “a nosotros nos sacó de los semáforos”.

Doble referencia actual

Hay en el presente numerosos emblemas nacionales en el deporte paralímpico. Entendiendo que la lista puede resultar interminable, y asumiendo que en muchos sitios del país (con especial énfasis en Tucumán) se trabaja con denuedo y a conciencia, hacemos mención a dos casos puntuales. La primera es una referencia al seleccionado de fútbol para ciegos al que conocemos como Los Murciélagos; la segunda, al tenista adaptado Gustavo Fernández. En ambos casos, ya con un cupo seguro en París 2024.

Los Murciélagos, que en su historial cuentan con aporte tucumano, son ya una institución del deporte argentino. Sus conquistas son abrumadoras: el equipo obtuvo una vez la Copa América, tres veces el Campeonato Mundial (2002, 2006, 2023) y la medalla de oro en los Juegos Mundiales para Ciegos de Seúl 2015. En los Juegos Paralímpicos sumaron dos veces plata (en 2004 y 2020) y también dos bronces (2008 y 2016). “Ser campeones paralímpicos es lo único que nos falta, y eso sería también el cierre perfecto para mi carrera”, se ilusionó Marcelo Panizza, quien lleva 15 de sus 40 años defendiendo la camiseta albiceleste. Decir que tienen cómo hacerlo es prácticamente una obviedad.

“Lobito” Fernández es un deportista de alto rango. La historia de este jugador de tenis en silla de ruedas dice que, con apenas un año y medio, sufrió un infarto medular que lo dejó paralítico de la cintura para abajo. Empezó con el tenis a los seis años y a los 12 ya lo hizo de manera competitiva. Su impresionante palmarés lo precede: campeón cinco veces de torneos de Grand Slam (y finalista en otros siete) y cinco veces medalla de oro en los Juegos Parapanamericanos. Los Juegos Paralímpicos son por ahora su punto de inflexión: participó de las ediciones de Londres 2012; Río 2016 (tuvo el orgullo de portar la bandera argentina en la ceremonia inaugural) y de Tokio 2020. En todos quedó eliminado en cuartos de final. Con la clasificación a París 2024 sólo tiene una meta. Adivinen cuál es…

Fernández, todo un emblema del deporte paralímpico, es aquel que alguna vez dijo a viva voz que “hay que naturalizar la discapacidad”. En su idea de fijarse objetivos y buscar un sueño sobreponiéndose a una situación con la que convivió prácticamente toda su vida hay un mensaje: el deseo de poder ayudar, a través de su condición y calidad como deportista. Esto lo lleva a luchar con cada saque, con cada volea, con cada definición en la red, instando a que las personas se despojen de los prejuicios ante la discapacidad. Un potente soplo de humanidad que nadie debe desoír ni desatender.

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