La Argentina de Milei y el viaje en un tobogán auto-enmantecado

La Argentina de Milei y el viaje en un tobogán auto-enmantecado

Por Hugo E. Grimaldi.

El presidente Javier Milei. El presidente Javier Milei.
20 Abril 2024

El himno más conocido de Enrique Santos Discépolo caracteriza al siglo XX como un “cambalache”, pero hay otro tango más crudo aún, lleno de resignación, que bien podría situarse a fines de este primer cuarto del siglo XXI, tiempos que, para la Argentina de hoy, son un calvario. Una frase de “Qué vachaché” resume el actual sentimiento de mucha gente hacia el gobierno de Javier Milei: “El verdadero amor se ahogó en la sopa”, escribió el poeta para simbolizar que todo aguante tiene un final, algo que aparece cuando las necesidades del día a día, bolsillo incluido, le ganan al lirismo que se amasa en la teoría de las bibliotecas o en una cuadrícula del mismísimo Excel.

Si el Presidente no sintoniza (o no le dicen) que esa sensación de fin de enamoramiento hoy está en franca suba y que de a poco lo va a ir dejando con menos margen de acción, no interpreta la realidad de la política de una sociedad castigada hasta el hartazgo por un sistema político que la diezmó.

Milei parece no darse cuenta que el esmeril ha empezado a funcionar en su contra cada vez a mayor velocidad y no porque se lo aplique la oposición o lo cuente la prensa, sino porque son los defectos propios, fruto del caos que provoca la falta de planificación, de metas y objetivos claros, los que se agrandan solos a cada paso y derivan en una improvisación constante y costosa.

Para gobernar sin lastres, el CEO de cualquier empresa toma el toro por las astas, antes de que una corriente negativa se lo lleve puesto. Se arremanga y, sobre todo, no echa la culpa a los demás. El mejor manager y el mejor Presidente deberían poseer una combinación de habilidades, características y cualidades profesionales que les permita sostener el timón de manera efectiva, con un programa que sustente la acción, sobre todo cuando los negocios o la consistencia de una empresa o de un país se vienen en picada.

Ése es el momento para actuar con decisión, cuando la realidad empieza hacer que las ideologías se ahoguen en la sopa. Quizás fruto de la falta de experiencia o también por mucho de fanatismo, el nuevo Gobierno ya tropezó varias veces y si bien la gente del 56% viene bancando los trapos, el tobogán no se endereza y peor, con lo que sucede en el día a día parece que se enmanteca cada vez más, lo que genera, a su vez, mayor deslizamiento. Para evitar ese proceso que se empieza a notar en el derrape sostenido de la clase media hacia abajo no alcanza con que el dirigente vocifere contra la casta, ni tampoco desmerecer o insultar al periodismo que lo refleja, un tic propio de todos los populismos.

Busque lo que se busque en la historia, el manejo de la información y la cooptación de periodistas es una tara de la política en general, pero de los regímenes populistas en particular, los que atacan a la prensa por varios motivos: para controlar la información, para crear enemigos externos que movilicen a su base de apoyo y para evitar críticas y cuestionamientos sobre sus acciones y políticas. La razón central es mantener el poder y allí hay una delgada línea que mejor es marcarla, para que los gobernantes no la crucen nunca: el autoritarismo.

Entre tantos tics similares que tiene el Presidente en su cotejo con Cristina Kirchner, la aversión por quienes no piensan igual, sobre todo por el periodismo que marca los defectos, parece ser un cliché de ambas caras de la misma moneda. El kirchnerismo hizo de todo para colonizar a la prensa y Milei parece viajar en la misma frecuencia. Pero, además, se va de boca y muchas veces derrapa. Los casos de los insultos y críticas a Jorge Lanata, María O’Donnell, Jorge Fontevecchia, Jorge Fernández Díaz, María Laura Santillán y varios periodistas más están llenos de inexactitudes aviesas, malas interpretaciones o aún de mentiras de las que se hizo eco el Presidente para intentar fusilarlos mediáticamente.

La presentación judicial de Lanata, opacada en su sustancia porque se dirimirá en juzgado de Ariel Lijo nada menos, es un modelo de argumentos a favor del libre pensamiento, un valor que los liberales solían enaltecer.

Aquella frase de Spinoza que dice que la libertad “no es sólo el derecho a pensar de una determinada manera, sino también el derecho a pensar de manera contraria", bien podría haber sido escrita por Juan Bautista Alberdi.

Es un concepto que subyace en toda su obra. “La libertad que está en juego es la de quienes piensan distinto a la autoridad”, sostuvo el periodista que querelló a Milei, tras un episodio que muestra la clara decisión política de dinamitar la credibilidad de la prensa.

Lanata planteó que el Presidente lo injurió cuando lo llamó “mentiroso” y lo acusó de “recibir sobres”, pero dijo algo más: que su avance es un plan orquestado para destruir al periodismo independiente y crítico. El caso en sí mismo tuvo que ver con la presencia del embajador de Israel en una reunión de Gabinete, sobre la que Lanata dijo que “no le parecía propio”.

Este periodista piensa exactamente lo mismo. Entonces, Milei montó en cólera y lo agredió verbalmente, seguramente sin tomar en cuenta que fue un posteo de la mismísima Oficina del Presidente en la red X el que mostró (con foto incluida), la “participación” del diplomático.

Milei tiene una característica común a muchas mentes brillantes que son dirigentes, pero que carecen de anclaje práctico o aún de sangre fría y se dejan llevar por las emociones: su cabeza corre más rápido que los hechos.

Esa característica, que los manuales de management describen como un lastre para la acción coordinada, desorienta a propios y a extraños cada vez que él decide cambiar el caballo a mitad del río. Alguien le habrá explicado al Presidente que ese tic resulta ser insoportable para cualquier planificación, algo que una enfermedad tan delicada como la que padece la Argentina necesita imperiosamente. Pero él insiste en el caos porque seguramente está en su naturaleza.

Tal método, ya sea en un gobierno o en una empresa, da como resultado un insoportable zig-zag que confunde a todos, baja las defensas y amplía los hartazgos. También le pega a los propios puertas para adentro, a los mandos que deben ejecutar y a la tropa que debe acatar, más allá que muchos funcionarios actuales parecen no estar a la altura de las necesidades. Todo esto genera “fatiga de combate” y entonces, es común que los brazos ejecutores empiecen a caer.

En estos días hubo algunas muestras de cosas que hizo el Gobierno o aún otras que puso sobre el tapete el mismo Presidente, casi todas con puntos en contra para el oficialismo. Por lo notoria, sobresale el caso de la medicina prepaga, un monumento del libre mercado consagrado en el DNU 70/23 que el Gobierno debió desactivar antes de “ahogarse en la sopa”, habida cuenta de la velocidad de recuperación de ingresos que se dieron las empresas.

Pero, sobre llovido, mojado... y allí, aparece la inequidad de haber dispuesto (del liberalismo al dirigismo sin escalas) el recálculo de las cuotas desde diciembre en adelante en solamente siete empresas, para beneficio de sus afiliados y cero para todos los demás. Para zozobra de 25% del sistema, dicen que no pudieron hacerlo de otra forma y esperan que la Justicia amplíe el espectro.

Tampoco jugaron a favor del Gobierno el ruido que hicieron el aumento de aranceles a los registros automotores (algo que aparentemente se dio vuelta, pero no mucho) y los coletazos del grave cisma libertario en el Senado, un culebrón de internas que involucra a la propia hermana de Milei, un tema sólo opacado por la gravísima cuestión del aumento de las dietas que se votaron los senadores, en la que el Ejecutivo dice que no puede intervenir.

Volviendo al Presidente y tal como le ocurre al CEO de una empresa, un conductor político debe tener un fuerte sentido de la integridad y de la ética, actuar con transparencia, honestidad y responsabilidad en todas sus decisiones y acciones y debe evitar comportamientos abruptos que obstaculicen la colaboración, la transparencia, la flexibilidad, la empatía, la visión estratégica y la integridad del conjunto. Además de enfrentar desafíos y contratiempos constantes, un líder debe saber básicamente cómo aprender de los errores y seguir adelante surfeando la ola con determinación para llegar a la playa sin revolcarse. Y es esto, justamente, lo que aún no se observa en Milei.

Esta nota es de acceso libre.
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