Un desafío para la dirigencia: que el negocio no mate la pasión

Un desafío para la dirigencia: que el negocio no mate la pasión

la gaceta / foto de franco vera la gaceta / foto de franco vera

En los últimos días la pelota volvió a rodar en Tucumán. El jueves, Atlético tuvo su estreno oficial en la Copa de la Liga, mientras que el sábado San Martín jugó su último amistoso de pretemporada (el primero en el que el hincha tuvo contacto con el modelo 2024) antes del inicio de la Primera Nacional. La alegría, el fervor y el calor popular quedó reflejado en las inmediaciones del Monumental y de La Ciudadela.

En el corazón del fútbol argentino (y tucumano) late una pasión inigualable, capaz de calentar cualquier estadio y de movilizar las emociones a niveles épicos. Hace un tiempo, los cuerpos técnicos y (los dirigentes) tomaron la decisión de que los partidos de preparación (en gran parte) se disputaran a puertas cerradas, en los respectivos predios. Así, los famosos torneos de verano que supimos disfrutar en Tucumán, en el que los grandes se cruzaban por el honor, quedaron en el olvido. En parte, porque los calendarios y las obligaciones de los dos equipos no terminan de amalgamarse, pero también porque el miedo a perder un clásico y las posibles consecuencias que eso pueda ocasionar pesa mucho más que cualquier cosa.

Lo concreto es que los hinchas tuvieron que acostumbrarse a pasar mucho tiempo sin ver a sus equipos. Atlético volvió a jugar ante su gente luego de 60 días; San Martín lo hizo tras 92. Muchísimo; demasiado para una pasión incontrolable que muchas veces lleva a los hinchas a sólo pensar en el fin de semana. Ahí se encuentra la respuesta a la alegría que se percibió en los estadios. Volvió el fútbol, el cable a tierra, la locura, la emoción, el amor y la fiesta.

“Por el equipo damos lo que sea”, repitió la mayoría de los hinchas cuando fueron consultados al respecto por LA GACETA. Y es así, semana tras semana, los fanáticos dejan de lado todo para ir a la cancha. Incluso sabiendo que el fútbol dejó de ser ese deporte que supimos conocer hace bastante tiempo.

En Argentina, pero en el mundo en general, la mano fue cambiando para mal. La FIFA, por ejemplo, decidió que el próximo Mundial será de 48 selecciones y se jugará en tres países; que habrá un nuevo Mundial de Clubes en el que participarán más de 20 equipos, e instauró la tecnología que no terminó de resolver las suspicacias de siempre y por el contrario, le quitó un poco de emoción al juego (el jueves, los hinchas “decanos” debieron esperar casi cinco minutos para festejar un tanto que no tenía nada de dudoso).

En tanto en nuestro país, “el fútbol de los campeones del mundo” (así les gusta llamarlo a los dirigentes de la AFA) viene golpeado desde hace muchísimo tiempo. La expansión de equipos en Primera División a 28 y en la Primera Nacional a 38 ha dejado más interrogantes que respuestas. A eso se le suma todos los años la incertidumbre respecto a la estabilidad de los reglamentos. Esa es una nube oscura que se cierne sobre la esencia misma de la competición. Los cambios abruptos de reglamentos en mitad de los torneos no sólo desafían la lógica deportiva, sino que también socavan la credibilidad del juego.

Y si a eso se le suman los errores arbitrales o los supuestos favores a equipos que tienen estrechos lazos con el poder, el problema se agiganta a niveles insospechados. Los errores humanos son parte inherente del juego, pero cuando a estos se le suman a la falta de claridad en las reglas, se crea un cóctel explosivo que puede dejar a los equipos y a sus seguidores con un sabor amargo, y que puede cortar en seco esa felicidad con la que el hincha concurre a los estadios.

Por ese motivo, mientras enero llega a su fin y la pelota, como todos los años, comienza a rodar de nuevo y genera ese cosquilleo en la panza que sólo conocen los fanáticos, el desafío vuelve a caer en mano de los dirigentes de nuestro fútbol. La pasión, ese amor puro por los colores, merece un marco estable y reglas transparentes. La competición no sólo es una batalla en el campo de juego, sino también un compromiso entre los dirigentes y los seguidores para preservar la integridad del deporte.

Mientras las tribunas retumban con cánticos y los equipos buscan la gloria en el césped, es momento que las autoridades del fútbol argentino reflexionen las malas decisiones que se tomaron en el último tiempo y que hicieron que los torneos sean cada vez más difíciles de entender. “La pelota no se mancha”, supo decir Diego Maradona. Llegó el tiempo en el que los dirigentes deberán cuidarla y respetarla, así crecerá la alegría de esos hinchas que van a la cancha únicamente impulsados por el amor.

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