Casi un mes, internas impensadas y un baño de realismo para Milei

Casi un mes, internas impensadas y un baño de realismo para Milei

Por Hugo E. Grimaldi para LA GACETA.

Javier Milei. Javier Milei.
06 Enero 2024

La libertad no avanza y le cuesta porque la realidad le puso un límite. Simple, lisa y llanamente ocurrió porque los más ortodoxos, el presidente Javier Milei entre ellos, parecen haber creído que sólo con las fuerzas del Cielo bastaba y que si se tiraba al fuego toda la carne de sola una vez se iba a cocinar un costillar bastante apetecible en un tiempo más o menos tolerable. Una concepción casi mágica que se dio de patadas contra la realidad apenas se encendió la leña porque todo asado que se precie tiene sus reglas y el de la política necesita algo más que buenas intenciones y mucho más que voluntarismo, por no decir candidez, para suplir la inexperiencia.

Como si el mercado fuese suficiente ordenador para dar garantía de cocción, el liberalismo a ultranza probablemente pretendía que la carne se hiciera sola y que no fuese vigilada por ningún burócrata encargado de ponerle sal y de darla vuelta. La sociedad que, como coro de mirones está ubicada alrededor de la llama, hoy está asustada por demás ya que a medida que los precios crecen en ceros, el bolsillo se desangra. Pero, mucho más está perpleja porque para hacer este asado tan importante no parece que haya técnica, ni secuencia ordenadora de porciones, ni mucho menos cooperación suficiente. Hasta ahora, lo primero que ha empezado a fallar es la política.

Porque debido al agrande de la ortodoxia libertaria, que se aferró al 56% contante y sonante de la segunda vuelta y quizás subestimó que las bancas del Congreso se contaron al cierre de la primera, el Gobierno parece haber olvidado que para avanzar en un proyecto tan grandilocuente y, sobre todo, tan reformador a lo largo, lo ancho y lo profundo, se necesitan adherentes o socios ocasionales en todos lados, en el mundo de la política primero que nada, pero también en la Justicia y en la sociedad civil, empresas, sindicatos y gente del común.

Estas son las tres patas básicas de la parrilla donde se debería sostener el manjar prometido, tres actores fundamentales a quienes se debe conquistar todos los días con un discurso claro, sin “coimas” y con apego a los preceptos constitucionales para que los cambios sean duraderos y se consolide la noción de progreso, un bien que la Argentina perdió hace décadas. “Para asegurar los beneficios de la libertad”, dice el Preámbulo.

El Gobierno debería tomar en cuenta también como algo prioritario que, más allá del natural miedo que produce todo cambio de régimen, el asado que se quiere cocinar está destinado a una sociedad que está entrenada en otra sintonía que tiene bien adentro la dependencia estatal, la falta de competencia, el abuso de los sectores protegidos, el dedo regulador y otras yerbas. Una sociedad que parece dispuesta a hacer sacrificios, pero que  también por la memoria colectiva que la aqueja reclama un cocinero de fuste que regule los tiempos y que saque la carne a punto.

Y es allí, entonces, cuando el presidente de la Nación se tropieza con sus propias contradicciones y se debilita, ya que está en una notoria trampa. Él quiere mostrar puño firme, aunque no se sabe bien si percibe que si pega fuerte sobre la mesa, como quizás querría, la noción de libertad que pregona, la de Alberdi y la institucionalidad, se pulverizaría de inmediato en un devenir autoritario. Está claro es que la Justicia, aún parcialmente y nada definitivo, ha comenzado a ponerle la proa al Gobierno. Lo notable del caso es que toda esta novela está siendo aprovechada por el discurso reivindicador del kirchnerismo para barrer debajo de la alfombra el papel de gestor que tuvo de 9 de cada 10 de los graves problemas de la actualidad.

Es de tal profundidad la cuestión de los tiempos, que al Gobierno ya le apareció en su interior la más que habitual división entre halcones y palomas. Lo ilógico no es que se observe este clásico de la política a la hora de disputar la metodología de trabajo, sino que resulta llamativo que tal cesura se verifique a menos de un mes de haber llegado a la Casa Rosada. Como en los viejos tiempos, el titular de Interior, Guillermo Francos ha pasado a ser el “ministro político” y parece cumplir el rol de componedor, aunque se  hecho trascender que no da abasto para atajar los penales, Gobernadores, el Congreso y la CGT lo estarían obligando a cuidar la parrilla, pero su acción se da de plano contra los ortodoxos y hasta se hablado de renuncia.

Después está el tema del ordenamiento de la cocción, algo bien crítico para hacer un asado, con achuras y complementos incluidos. Al grito de guerra de “no hay plata”, el Presidente fue por el camino del ajuste fiscal para bajar la inflación. Y lo intentó –consejos de Mauricio Macri incluidos- por el camino del shock, remedio que necesariamente incluye una monumental licuación de ingresos. En paralelo, buscó inyectarle confianza a los mercados a través de un DNU y de un par de leyes de amplio espectro, algo que en términos prácticos se da de patadas con la urgencia y la necesidad que tienen el bolsillo y la producción.

Pero, además, meter la Biblia y el calefón en un mismo y atolondrado paquete no son buenos consejeros, sobre todo porque allí adentro conviven cuestiones de primera generación con muchos temas de segundo orden; se cruzan la proa puesta sobre los negocios de los sindicatos con flagrantes errores que los lobbies sectoriales se están encargado de marcar y con algunas carencias notables que más no se pueden disimular, como el hasta ahora intocable Régimen de Promoción Económica y Fiscal de Tierra del Fuego. Ni qué decir del gran contrasentido que implica que, en el mundo de la libertad, se propicie que sea el dedo de un funcionario el que decida en cuánto se va a ajustar el ingreso de los jubilados. 

Se sabía que no podía ser algo automático, que el péndulo había sido lanzado y que cuanto más avanzara más le iba a costar llegar al punto de retorno. La física habla de velocidad de transición y de equilibrio, pero un gobierno no es algo proclive a la exactitud, sino una suma de imponderables capaz de escupir cualquier asado. Milei y su gente lo están comprobando y, más allá de las cuestiones monetarias estacionales y de colchón cambiario, la brecha en expansión, signo de la preocupación general, ha comenzado a reflejar errores y carencias.

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