Si en torno al sexo todavía persisten tabúes, creencias erróneas, desinformación y prejuicios de toda índole, esto se multiplica hasta niveles impensados en lo referente a las personas con discapacidad. De forma evidente cuando se trata de una discapacidad intelectual o psicosocial, pero también -aunque de un modo más solapado- en los casos de discapacidad motora, visual o auditiva. Porque reconozcámoslo: un halo de sospecha, de desconfianza y hasta de reprobación ha envuelto históricamente la sexualidad de estas personas en el imaginario social. Y es algo de lo que, lamentablemente, no hemos logrado desprendernos como sociedad.
Hace unos años, el Instituto Nacional contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo (Inadi) publicó su trabajo “Sexualidad sin barreras: derechos sexuales y reproductivos de las personas con discapacidad”. Entre otras cuestiones, allí se enuncian una serie de estereotipos y mitos que recaen sobre la sexualidad de las personas con discapacidad, y que resulta importante destacar. Empecemos por algunos:
- “Las personas con discapacidad son asexuadas”. La idea de que las personas con discapacidad no tienen deseo sexual, o no piensan en “eso”, está muy extendida. Falso: por supuesto que, como todos, las personas con discapacidad piensan en su sexualidad y además la ejercen. Pero cargan con tantos tabúes que con frecuencia se enfrentan a obstáculos, lo que puede llevarlas a vivir la sexualidad de manera clandestina, con poca información, sentimientos de culpa y los consiguientes riesgos para su salud física y psicológica.
- “No necesitan tener relaciones sexuales”. Vinculada a la noción de “asexuadas” está la creencia, igual de falaz, de que las personas con discapacidad “sólo necesitan cariño”. Lo cierto es que la sexualidad es tan importante para ellas como para el resto. ¿Por qué no habría de serlo? En todo caso es sólo la persona interesada quien puede determinar sus “necesidades” al respecto.
- “Son como niños, son angelitos”. Investir a estas personas de un aura entre ingenua y angelical no es otra cosa que negar la etapa evolutiva en la que se encuentran, ubicándolas en un lugar de dependencia extrema. Y el suprimir una parte fundamental de su condición humana -es decir, de seres sexuados-, favorece que se visualice como perverso cualquier acercamiento que puedan tener a la sexualidad.
- “Tienen una sexualidad irrefrenable”. Es la contracara del enunciado anterior, también erróneo y sin sustento real. Por lo general esto se atribuye a las personas con discapacidad intelectual o psicosocial.
- “No pueden concretar relaciones normales”. Esta sentencia suele estar referida a las personas con discapacidad motora. Sobre todo a su supuesta imposibilidad de “concretar” un coito o penetración (dando a su vez por sentado que es la única forma de tener una relación sexual). La verdad es que el cuerpo en su conjunto -y no sólo algunas partes- tiene el potencial de conectarnos con el placer: darlo y recibirlo. De ahí que sea tan importante, y en beneficio de todos, cuestionar el modelo coitocéntrico, ya que esto nos abre un campo de posibilidades. De cualquier manera cabe aclarar que muchas personas con discapacidad motora pueden mantener relaciones sexuales con penetración.
- “Las personas con discapacidad no son deseables ni atractivas”. Una aseveración fuerte, hija directa del paradigma hegemónico de belleza (al igual que afirmarlo respecto de las personas mayores o de las personas gordas). ¡Qué urgente es trabajar en la deconstrucción de estos estereotipos que sólo nos traen frustraciones e insatisfacción!
Y es que, ¿cuántas personas responden al modelo que la sociocultura postula como deseable?








