Cartas de lectores: a un año de la partida de Miguel Leguizamón

Cartas de lectores: a un año de la partida de Miguel Leguizamón

24 Agosto 2023

Hace un año el ambiente de la pediatría tucumana sentía la muerte del Dr. Miguel Ramón Leguizamón, profesional de larga trayectoria, arquetipo del abogado del niño, del pediatra, ocupado por la situación social, del compañero defensor de los derechos del médico. Médico asistencialista y docente autodidacta que nunca dejó de comentar sus lecturas y transmitir sus conocimientos a los jóvenes residentes. Lo conocí a mediado de los años 70, cuando decidió ingresar a la residencia del Hospital de Niños. Volvía de ser médico en mina “La Casualidad” en la puna argentino-chilena, algo de lo que poco hablaba y cuando lo hacía inevitablemente una marea inundaba sus ojos. Su niñez fue dura. El oficio de su padre, al que siempre acompañó, le había dado la posibilidad de vivenciar todo lo que rodeaba al mundo de la crianza y entrenamiento de caballos de carrera. Del stud pasó de golpe a la facultad, un cambio social y cultural difícil de acometer y sostener durante los siete años que le llevó alcanzar su graduación, sin embargo ahí estaba el “Legui”, como cariñosa y respetuosamente le llamábamos todos, firme con sus principios e ideales.  En ese apodo se unían su apellido y sus orígenes turfísticos del que siempre se sintió orgulloso. Con el título bajo el brazo, había que trabajar y aquella mina azufrera salteña, de inhóspita ubicación, en años de bonanza de producción, le pareció atractiva. La actividad en la residencia le dio la posibilidad de expresarse y transformarse al poco tiempo en el líder que contagiaba optimismo, ganas de trabajar, despreocupación por lo económico, aunque su vida era bastante ajustada. Sus ideas, sus principios sociales y sus orígenes emergían cuando los ánimos del grupo de residentes se venían abajo por distintas razones que iban desde lo más trágico, la muerte de un niño, a la falta frecuente de insumos o a la eterna demora de pago de nuestros salarios. Accedió a la jefatura de residentes y luego a la primera sala de terapia intermedia del hospital. Formó parte de la dirección del hospital junto a la Dra. Nélida Cusa y luego de esa experiencia administrativa fue, hasta su jubilación, por muchos años, jefe del departamento de clínica. Podría contar múltiples anécdotas de momentos vividos pero voy a referirme solo a una que muestra su integridad como hombre, como médico y como hijo de esta tierra. Si observamos el edificio del hospital del Niño Jesús desde la antigua “plaza de los burros”(hoy de Los decididos de Tucumán), nos damos cuenta que se parece a un vapor con sus dos “chimeneas”. A fines de los años 70 era un barco a la deriva. Salas atiborradas de pequeños pacientes con diarrea, deshidratados y desnutridos. Calor insoportable. Niños crucificados con sus inseguras venoclisis. Cruentas canalizaciones venosas. Planes de hidratación y realimentación incumplibles. Barrigas hinchadas. Muertes inesperadas. Realidad apocalíptica que había que enfrentar cada mañana cuando en el pase, los compañeros de guardia contaban sus angustiosas vivencias nocturnas. En el medio de la desazón y la tristeza siempre estaba la palabra esperanzadora y la voz de aliento del “Legui”, que pedía redoblar esfuerzos. Fue el comentario de una de sus lecturas científicas la que nos condujo al Centro de Referencia de Lactobacilos (CeReLa). Aquella tórrida siesta de febrero de 1980 el Dr. Guillermo Oliver y la Dra. Aída Pesce directores de la institución, junto a su equipo, conocieron la apremiante realidad hospitalaria y nuestra endeble teoría de “combate biológico intestinal” entre la flora intestinal de los pequeños niños (escherichia coli - salmonelas - klebsielas, etc) y la cepa de lactobacilo descubierta por el Dr. Oliver. Los anfitriones ensayaron un conciso relato de las propiedades del Lactobacilo Casei y pusieron en duda la utilidad del mismo para prevenir o tratar las diarreas infantiles. Tanta era nuestra angustia e impaciencia que, paradójicamente el lánguido comentario se transformó en un desafío. Conociendo la inocuidad de su administración y quizás con el ánimo de congraciarse, nos ofrecieron la provisión sin cargo del inóculo de lactobacilo con la sola condición de entregar muestras de materia fecal de los niños, en la que a poco de comenzar, fue aislado el lactobacilo. Esta propuesta de tratar a los niños diarreicos y desnutridos con un inóculo de lactobacilus que dimos en llamar “Leche Cerela”, fue una experiencia inédita en nuestro país y dio el origen posteriormente a las leches pro-bióticas tan en boga actualmente. El Conicet vendió, tiempo después, la patente del descubrimiento a Sancor y luego se comenzó a comercializar como Leche Bio. Fue la inquietud de “Legui” por encontrar alguna forma de evitar muertes por el flagelo de las gastroenterocolitis y la desnutrición de pequeños niños, sumado a su ímpetu y a su dedicación y esfuerzo lo que llevó a ejercitar un abordaje distinto a ese flagelo que tantas vidas se cobró en los años 70 y 80. Hoy, a un año de su desaparición física, todos aquellos compañeros lo recordamos tristes por su partida pero agradecidos por haber compartido vida y sueños de un hombre que a cada paso que dio, nunca dejó de mirar al prójimo para no distanciarse de sus necesidades. QEPD querido “Legui” y que brille para ti la sonrisa eterna de un niño agradecido. 

Lorenzo S. Marcos

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