All that jazz

All that jazz

La música sincopada está ganando adeptos en Tucumán. Cada fin de semana, bares, pubs y hasta teatros ofrecen shows en los que es la protagonista.

16 Septiembre 2007
Libre y testarudo
Punto de vista. Por Sergio  A. Pujol - Periodista, historiador, crítico musical, autor de “Jazz al sur”.

El jazz siempre estuvo entre nosotros, al menos desde que la modernidad sincopada entró a Buenos Aires. Pero es cierto que en estos últimos años se tiene la impresión de que ha renacido, o que al menos ha retomado ese envión que la emergencia del rock y el pop pareció ralentar. ¿Alguna hipótesis para explicar la salud del jazz en la Argentina de 2007?
En principio debe reconocerse que una nueva generación de solistas ha subido a escena. Quienes la integran no son parricidas, pero comparten entre ellos algunos rasgos “epocales”, por decirlo de algún modo: componen lo que tocan - o mejor dicho, improvisan a partir de originales-han estudiado rigurosamente la mecánica de sus instrumentos y el menú de acordes y escalas que ofrecen Berklee y otras escuelas del exterior, graban constantemente sus músicas y están más conectados con el resto del mundo de lo que estaban las generaciones anteriores.
Ciertamente, nadie podría asegurar que, estadísticamente, el talento de hoy supere al de ayer: no podemos decir que Adrian Iaies sea mejor pianista que lo que supo ser Baby López Furst, por dar un ejemplo. Sin embargo, es evidente que Iaies, quien acaba de editar un magnífico álbum triple (Unodostres, SMusic, 2007), parece tener un poco más de apoyo por parte de la prensa, el público y los colegas. En otras palabras, Iaies - como Mariano Otero, Juan Cruz de Urquiza o Javier Malosetti - es menos ¿subterráneo? que los jazzmen de antes. Y cosa milagrosa: el tipo vive del jazz, cuando nuestros mejores improvisadores de otros tiempos fatigaban estudios de grabación haciendo jingles tocando una música pueril para poder sobrevivir.
 ¿Cuánto más durará este ciclo favorable para el género? Nadie puede saberlo; ojalá que toda la vida. Lamentablemente, algunos nubarrones asoman en el horizonte: pocos lugares para tocar, escaso apoyo estatal a la música creativa (no hay fondos ni becas especiales para incentivar el jazz, como sí los hay para el Nuevo Cine argentino) y una sobreabundancia de oferta cultural, a punto tal que hasta el crítico más informado carece de tiempo y espacio para dar cuenta de todo lo que, entre profesional y amateur, desborda bateas y mesas de redacción. Esto último parece una ironía, y quizá lo sea, pero no podemos ignorar que así como los libros nuevos tienen un tiempo de gracia muy corto en la vidriera, lo mismo sucede con los discos: el imperativo de novedades impide la degustación. Así de sencillo. De cualquier modo, confiemos en el vigor de un arte libre y testarudo, acaso la única música de nuestro tiempo capaz de seguir creciendo sin los créditos del mercado. Finalmente, tres o cuatro tipos tocando sin red y sin mayores cálculos ya son un hecho jazzístico.