El valor de la apariencia

El valor de la apariencia

Por Lucía Piossek Prebisch para LA GACETA - Tucumán. ¿Qué es esa disposición del ser humano, misteriosa por lo "inútil", a dejarse atraer por la apariencia y a conmoverse con la apariencia y su esplendor, hasta el punto de querer producirla él mismo? El arte, como esplendor de la apariencia, des-realiza la realidad y transmuta la materia de los elementos de que se vale. La búsqueda y la atribución de significados acrecientan la fuerza sugestiva y sensible de la apariencia.

ATRIBUCION DE SIGNIFICADOS. Las múltiples interpretaciones de La Gioconda acrecientan la fuerza sensible de la apariencia. ATRIBUCION DE SIGNIFICADOS. Las múltiples interpretaciones de La Gioconda acrecientan la fuerza sensible de la apariencia.
29 Junio 2008
La lectura del tan sugerente artículo de Jorge Estrella "¿El arte nos hace mejores?" (LA GACETA Literaria, 1 de julio de 2008) me incita a escribir unas notas breves vinculadas a esta pregunta que dejó sin responder: ¿Qué es esa disposición del ser humano, misteriosa por lo "inútil", a dejarse atraer por la apariencia y a conmoverse con la apariencia y su esplendor, hasta el punto de querer e intentar producirla él mismo? Producirla mediante colores, formas, ritmos, voces, movimientos, sonidos.

El engaño voluntario
Apariencia es una palabra con mucha historia y siempre sospechosa, por su parentesco con aparentar. Una larga tradición, que arraiga en el Platón de la República, la contrapone a realidad. Mientras la realidad es lo básico, lo esencial, la apariencia sería sólo superficie, copia de la realidad y hasta engaño, disimulo, mentira, simulacro, falsedad. Según la misma tradición, la realidad permite el conocimiento de la verdad; la apariencia, en cambio, sólo daría lugar a la opinión. Apariencia es, pues, una palabra sospechosa y hasta denigrada, como lo revelan expresiones de este tipo: "Hay que atravesar las apariencias para llegar a lo real?" O en el plano del trato personal, y hasta del amor: "No hay que fiarse de las apariencias". Porque la apariencia engaña.
Sin embargo, hay un plano de la vida humana que no es ni el teórico ni el moral ni el del quehacer de todos los días, en el que la apariencia es la reina y donde, de hecho, se le reconoce una dignidad indiscutible. En ese plano, a sabiendas, nos "engañamos" y nos "dejamos engañar". El arte, ¿no es acaso la producción de la apariencia para gozar de su esplendor?
En el arte no se exige ir más allá de la apariencia en busca de una realidad; no se supone nada tras la apariencia. Se me dirá: pero, ¿no se pregunta, acaso, qué significa un cuadro, qué quieren decirnos realmente una música, un poema? Sin embargo, insisto a mi vez, ¿preguntarse por el significado no es, al contrario, reconocer la riqueza que encierra el puro aparecer estético? La búsqueda de significado del arte no intenta dejar atrás los efectos sensibles una vez encontrado tal significado; no es dejar atrás ni los sonidos de la música, ni los colores de un cuadro, ni el personaje de una representación escénica, ni las formas de la plástica, ni las metáforas ni el ritmo poéticos, para luego, una vez desvalorizados, olvidarlos y dejarlos a un lado al compararlos con una realidad presunta que sería la "verdadera". Al contrario; la búsqueda y la atribución de significados acrecientan la fuerza sugestiva y sensible de la apariencia. Piénsese en las innumerables interpretaciones de La última cena, de Leonardo, o de La Gioconda... o de El cementerio marino, de Paul Valéry, o de Don Quijote de la Mancha...

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Aun en el arte llamado realista, en el arte plástico que se afana por imitar tal cual la realidad -el cuerpo humano, una mirada, un vaso con flores, un paisaje...- lo que esplende es la apariencia.
En el arte, y de modo más palpable en la pintura, la escultura y en las artes escénicas, lo presentado cobra una extraña forma de existencia. Recuerdo unas memorables palabras del filósofo de lo teatral Henri Gouhier referidas al hecho de la representación: "?al ingresar al teatro, somos cómplices con el actor para conferirle realidad a la apariencia?"
Otra cosa que se podría objetar: ¿brilla la apariencia en las obras que no juzgaríamos espontáneamente bellas, en las obras "negras" de un Goya, por ejemplo, en la Cabeza de Goliat, de Caravaggio? Sí; en ellas esplende la apariencia del horror, precisamente porque el horror está transmutado en apariencia. Aristóteles hizo en la Poética una observación notable: "las cosas que vemos en el original con desagrado nos causan gozo cuando las miramos en las imágenes más fieles posibles, como sucede, por ejemplo, con las figuras de los animales más repugnantes y de animales muertos" (Poética, cap. IV). Y en el caso especial de lo patético, comprueba el mismo Aristóteles cuánto gozamos con la representación ficticia, es decir, con la apariencia de "una acción destructora y dolorosa, como, por ejemplo, las muertes expuestas en escena, los dolores, heridas y todo lo de esta clase" (Ibid., cap. XI, cf. Retórica, el placer en lo imitado, aun cuando aquello que se imita no sea placentero, 1371, b, 5 ).
Es que el arte como esplendor de la apariencia des-realiza la realidad y también transmuta la materia de los elementos de que se vale (pensemos en los bloques de mármol de los que emergen Los prisioneros, de Miguel Angel, en la Academia de Florencia). Y así, el arte, des-realizando y transfigurando, desata y libera nuestra imaginación y nuestra sensiblidad.

Una forma de goce y liberación
Esa larga tradición metafísica a la que aludí más arriba, y muy clara en Platón, llevó a equiparar apariencia con mera copia, con engaño, con simulación; y a juzgarla, en consecuencia, algo difícilmente compatible, o más bien incompatible, con la búsqueda de la verdad y con la práctica del bien. Una tradición teórica negadora estuvo vigente en general hasta fines del siglo XVIII, cuando Kant, en su Crítica del juicio, y Schiller, en sus escritos de estética y moral, permitieron erradicar de las teorías del arte la equiparación de apariencia con engaño. Enseñaron a comprender que la apariencia no está reñida forzosamente con la verdad ni con el bien en la medida en que no pretende ser una realidad ni necesita ser defendida ante esta, es decir, en la medida en que es apariencia estética. (1)Pero hay que reconocer que, al margen de cualquier teorización, y en particular al margen de cualquier teoría desvalorizadora, el hombre siempre ha gozado y se ha liberado momentáneamente de su entorno problemático gracias al esplendor de la apariencia en la naturaleza y en el arte.© LA GACETA

NOTA
1.- Sobre un uso y hasta una manipulación de la apariencia con fines extraestéticos, cf. dos textos: el clásico de Friedrich Schiller, "Sobre los límites necesarios en el empleo de las bellas formas", y el reciente que interesa a este tema de Víctor Massuh: "¿Hacia una estetización de los valores?", en "¿Hacia dónde se dirigen los valores?", ed. Jérôme Bindé, FCE, México, 2006.

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