El arraigo a la tierra
15 Mayo 2019

> PUNTO DE VISTA

GLORIA ZJAWIN DE GENTILINI

DOCENTE-INVESTIGADORA

El pintor Antonio Osorio Luque, junto a Demetrio Iramain, Santos Legname, Luis Lobo de la Vega, José Nieto Palacios y otros, en la década del ‘30 en Tucumán, incorporaron a sus lenguajes plásticos las libertades expresivas que ofrecía el arte moderno y centraron sus miradas en el paisaje y el hombre norteño.

Una beca otorgada por el gobierno de la provincia le permitió a Osorio Luque recorrer entre 1936 y 1941 el noroeste argentino y conocer la variada geografía, las costumbres, mitos y leyendas del habitante del lugar. Esta enriquecedora experiencia vivencial fue la base de la que partió para elaborar una obra pictórica de la que emana una comprensión emotiva y conceptual de la naturaleza. Salió al aire libre a captar la esencia del alma rural del Norte.

El paisaje es el motivo dominante en sus composiciones: merece destacarse dentro de su prolífica producción su interés por la temática de la zafra. Carros cañeros arrastrados por cansados bueyes, cañaverales mecidos por el viento, peladores en el surco, generan en el cuadro escenas en las que el color y las formas se unen para crear un clima poético en las que el camino, el callejón, generalmente polvoriento, guía la mirada del espectador y lo introduce en el paisaje.

El color tiene un rol protagónico en sus composiciones. Trazos de una elaborada paleta de tonos fríos y cálidos con sutiles matices configuran imágenes que, sin apartarse de la figuración, trasuntan la emoción telúrica del artista ante las distintas variedades tonales que la luz derrama sobre las formas. La presencia de grises, violetas y azules dan a las obras cierto matiz de melancolía.

El repertorio de imágenes y colores que convoca el artista en sus cuadros son un canto a la naturaleza, testimonio de un tiempo y de un modo de estar arraigado a la tierra.

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