Christo envuelve a Trump

Christo envuelve a Trump

EL AÑO PASADO. Christo sobre “Los muelles flotantes”, en Italia. Alessandro Grassani para The New York Times EL AÑO PASADO. Christo sobre “Los muelles flotantes”, en Italia. Alessandro Grassani para The New York Times
21 Marzo 2017

Roger Cohen - The New York Times

Estuve en Doha, Qatar, la semana pasada y una sudanesa se me acercó a decirme que estaba desesperada por el hecho de que su hijo, que estudia en los Estados Unidos, ahora sentía que no puede viajar a verla. Tiene miedo de que, si sale del país, no lo dejen entrar de regreso. En muchas formas, pequeñas y algunas no tan pequeñas, la mentalidad malvada y militarista del presidente de Estados Unidos ha llegado a imponerse en la vida de los demás.

Si un presupuesto puede ser el retrato del alma, entonces el alma de este presidente es árida y marchita. Está llena de desdén por el menesteroso. He aquí a un hombre que desdeña las artes, el ambiente, las humanidades, la diplomacia, la pacificación, la ciencia, la educación pública y el servicio civil nacional. En pocas palabras, a la civilización misma. Si pudiera, le quitaría el financiamiento a la bondad. La caridad también está sujeta al hacha. Dar es señal de debilidad. Lo único que importa es el instinto adquisitivo, los muros y las prohibiciones (como las que separan a la madre del hijo), las muestras de poder y el estremecimiento de crueldad selectiva que sustentaba su programa de televisión. Ahora, todo el mundo es el aprendiz de Donald Trump, al menos como él ve las cosas.

En Doha, en la conferencia “Arte para el mañana” convocada por The New York Times, conocí al artista Christo. Esto fue antes de que se confirmaran los rumores de que Trump quería retirarle todo el financiamiento al Fondo Nacional para las Artes. Han sido unos meses particularmente difíciles para Christo. Él sabe muchos de muros. Y sabe todo lo que significa ser refugiado.

De joven, en los años cincuenta, Christo huyó de la Bulgaria comunista, entonces parte del imperio totalitario soviético. Cuando levantaron el muro de Berlín, en 1961, él hizo un muro con barriles de petróleo en la Rue Visconti de París. De 1964 a 1967, él vivió como inmigrante no autorizado en Nueva York con su esposa, Jeanne-Claude, hasta que finalmente legalizó su estancia y adquirió la nacionalidad estadounidense en 1973. Cuando Estados Unidos le abrió los brazos, él había vivido 17 años como ciudadano sin patria. La libertad significaba algo. Estados Unidos era más que un país: era una idea.

Sus grandes obras (los 7,503 “portones” que tejieron un tapiz de profundo color azafrán en Central Park en 2005, la envoltura de polipropileno del Reichstag en Berlín, las 3.100 sombrillas desplegadas en valles de Japón y de California) siempre han hablado de libertad. Después de algunas semanas han sido desmanteladas. Nadie puede poseerlas. La posesión y la libertad son compañeros incómodos. El tejido que él emplea expresa algo nómada, su propia vida. Las obras despiertan en el espectador una sensación de admiración colectiva y atraen a grandes multitudes. Esas creaciones parecían de sueño, pero sí existieron aunque hayan desaparecido. Son insustanciales al mismo tiempo que inmensas. Su improbable belleza resulta liberadora.

Durante más de veinte años, Christo se ha esforzado por crear una obra llamada “Sobre el río” en Colorado: un dosel de tela plateada que estaría suspendida durante dos semanas a lo largo de 67 kilómetros del río Arkansas, un espejo líquido ondulante y fluido. Pero ahora, después de haber gastado unos 15 millones de dólares, él se retiró en lo que quizá sea el acto de protesta más grande de un artista en contra de Trump. Gran parte de las tierras es propiedad del gobierno federal. Y como explicó Christo a mi colega Randy Kennedy hace unas semanas, “el gobierno federal es nuestro casero. Él es dueño de las tierras. No quiero hacer un proyecto que beneficia a ese casero”.

En Doha, Christo, que tiene 81 años, se negó a sentarse. El desafío es parte de él mismo. Vivir libremente es un inmenso acto de voluntad. Él habló durante una hora con una vitalidad irreprimible. Él aconseja comer poco a fin de canalizar la energía. (Él comió yogur con ajo en el desayuno, y nada después hasta la cena.) Determinar lo que uno quiere –esa es la parte más difícil– y después aplicarse uno mismo con esa meta sin flaquear.

El año pasado, él hizo otra obra que implica agua, llamada “Los muelles flotantes” en el lago Iseo, en el norte de Italia. Encima de 220.000 cubos de polietileno entrelazados, Christo instaló una pasarela brillante que conectaba la isla del lago con la costa. En el curso de unas dos semanas acudieron 1,2 millones de visitantes que querían caminar en el agua. Sí, es posible caminar en el agua. En tiempos de opresión, la libertad es también un feroz acto de la imaginación.

Christo Vladimirov Javacheff nació en la Bulgaria comunista. En 1995, seis años después de la caída del muro de Berlín, envolvió el Reichstag en Berlín. La sede del parlamento alemán fue incendiada en 1933, acto del que fueron acusado de orquestar tres comunistas búlgaros. Hitler aprovechó ese incendio, cuya verdad sigue en disputa, para adquirir poderos omnímodos e imponer el terror despótico. La envoltura de Christo precedió por unos años el regreso del parlamento de una Alemania libre y reunificada al edificio que había estado junto a la línea divisoria de Europa. Un búlgaro liberado por Estados Unidos declaró su libertad –la máxima libertad de la imaginación– en el pivote de Europa. Vale la pena recordarlo ahora.

Para lo único que se me ocurre que la grotesca muralla de Trump pueda servir es para que Christo la envuelva y nos libere a todos.

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