Narcotráfico: sólo atrapan a las “mulas” nerviosas

Narcotráfico: sólo atrapan a las “mulas” nerviosas

Una persona que ingiere cocaína en cápsulas no cobra más de $ 3.000 para trasladar cocaína desde el norte del país.

PARTE DE LA DROGA QUE TRANSPORTABA LA ÚTLIMA MULA. LA GACETA/ ARCHIVO PARTE DE LA DROGA QUE TRANSPORTABA LA ÚTLIMA MULA. LA GACETA/ ARCHIVO
12 Febrero 2017

Les dicen “mulas”, pero también se los conoce como “camellos” o “capsuleros”. Son nombres extraños para definir a las personas que llevan la muerte en sus estómagos. Son la carne de cañón de los narcos que los eligen para trasladar droga de una manera casi artesanal que, por la falta de controles, termina siendo una manera efectiva para trasladar sustancias prohibidas en pequeñas cantidades.

Domingo 5 de febrero. Personal del Escuadrón 55 de Gendarmería Nacional decide controlar un micro de línea que había partido desde La Quiaca. Comienzan a recorrer los pasillos y encuentran a un ciudadano boliviano que se había puesto nervioso cuando observó a los hombres de verde. Luego de un breve interrogatorio, comenzaron a sospechar de él; lo demoraron y lo trasladaron hasta el Hospital Avellaneda. Tres días después, el acusado terminó de eliminar unas 100 cápsulas que contenían droga. Fue en total 1,100 kilo de cocaína.

Este es el tercer caso que descubrieron los gendarmes en menos de dos meses. En total, las cuatro personas detenidas trasladaban más de 4 kilos de “merca” de máxima pureza. En la frontera, el valor de la sustancia es de unos 12.000 dólares, pero su costo se incrementa hasta un 50% si es que se traslada a Buenos Aires. Como es de máxima pureza, después de realizar el proceso de estiramiento se pueden conseguir hasta 28 kilos de cocaína, lo que representa unas 2.800 dosis.

“El problema es que esos son los casos descubiertos y no tenemos la más mínima chance de saber cuánto es lo que realmente se trafica con este sistema”, aseguró una alta fuente de la Justicia Federal. Desde las fuerzas de seguridad que combaten la misma droga realizan el mismo planteo. Es que no hay en nuestra provincia un sistema tecnológico que permita detectar a las “mulas”. La experiencia y la vista de los hombres es el único recurso con el que se cuenta.

“Normalmente son personas de origen boliviano las que se encargan de esta tarea. Pueden partir desde su país y hacen varias escalas para despistar. Habitualmente se trasladan en ómnibus de línea”, aseguró el comisario Jorge Nacusse, jefe de la Dirección de Drogas Peligrosas.

Las “mulas” ponen en riesgo sus vidas con esta actividad. Según los especialistas, no pueden retener más de 48 horas las cápsulas en sus estómagos. “Siempre tratan de aguantarlas más de un día, que es el tiempo que nos da la Justicia para que lo vigilemos”, explicó una fuente. Perderán la vida casi en el acto si uno de esos envoltorios revientan en sus entrañas.

Cambios

Los destinos resultan una incógnita. Algunos investigadores sostienen que las “mulas” han cambiado la modalidad. “Antes era común que trasladen poca cantidad hacia Buenos Aires o Rosario. Pero ahora cada vez llevan más carga. Se detectó hasta 1,4 kilo, por lo que no pueden tenerlo más de 24 horas en su cuerpo. Por eso sospechamos que se bajan en Tucumán, Santiago del Estero o Córdoba y de ahí lo trasladan hasta otras provincias”, destacó.

Ser “mula” se transformó en un verdadero oficio para muchos. Los narcos buscan en el Norte, donde no es fácil conseguir trabajo y la estabilidad laboral es una quimera, personas dispuestas a ganarse el dinero de manera fácil. Una vez reclutados, deben someterse a un período de entrenamiento básico, coincidieron los investigadores.

Según relataron las fuentes consultadas por LA GACETA, los mayoristas encierran en sus casas a los aspirantes. Durante varios días les enseñan a tragar elementos de un tamaño similar a las de las cápsulas. Luego deben superar un período de adaptación para que el organismo se acostumbre al ingreso extraño. Evitan así que los expulsen.

Una vez que están listos se preparan para el viaje. Cada cápsula tiene entre 50 y 100 gramos de cocaína, la envuelven en papel carbónico -para tratar de evitar que queden registradas en las placas radiográficas- y las colocan en preservativos a los que lubrican con vaselina. Luego se las entregan a las “mulas” para que las ingieran. La capacidad de “carga” depende de la contextura física de la persona.

Luego los narcos les entregan los pasajes y les avisan cuál es su destino. También les confirman quién será la persona que los estará esperando. Normalmente no se brinda mucha información para evitar que se descubra a toda la organización que está detrás del envío. Les advierten que no pueden alimentarse y sólo están autorizados a beber agua (de ahí el nombre de “camellos”).

Publicidad

Diferencias

Cuando llegan al destino planteado, un contacto los traslada a un lugar seguro para que expulsen las cápsulas con la ayuda de productos farmacológicos. Este proceso puede durar hasta tres días. Aprovechan ese tiempo para alimentarse y recuperar fuerzas. El temor a ser descubiertos destruye físicamente a las “mulas”. Luego regresan a su ciudad natal. Pocos, pero muy pocos, trasladan el dinero de la operación, según confiaron. “Los narcos les pagan los pasajes, se hacen cargo de la estadía y les pagan entre $ 2.000 y $ 3.000 por cada envío”, explicó Nacusse.

El subcomisario Jorge Luján, de la división Drogas Peligrosas de la Policía Federal, sostiene que este oficio se transformó en algo familiar. “Los narcos encuentran a una persona que cumple bien con la tarea e inmediatamente le piden que les recomienden a alguien de confianza. Y las ‘mulas’ normalmente eligen a algún familiar que esté necesitando hacer dinero fácil. Así es difícil ponerle punto final a esta actividad”, concluyó.

Tamaño texto
Comentarios
Comentarios