De Villa La Trinidad a la casa de Giacomo Puccini

De Villa La Trinidad a la casa de Giacomo Puccini

El saxofonista Tony Vera tocó con Raphael y Toquinho, entre muchas figuras de la música.

 LA GACETA / FOTO DE ROBERTO ESPINOSA LA GACETA / FOTO DE ROBERTO ESPINOSA
La pena y el silencio de una mujer hunden su huella en la arena. Desandan un eco de sal. El mar va mojando dolores antiguos. Las caracolas se arropan de versos. Ella se sacude el tiempo y se entrega al misterio. Una bocanada de corazón arrulla la caminata del adiós de Alfonsina en el saxo.

En su sonido cálido y ancho deambulan recuerdos de una vida surcada por vicisitudes y alegrías. Palpitan en el tiempo la infancia en La Trinidad, el desembarco de los sueños en el puerto, los desvelos orquestales, las giras con Raphael y Toquinho, los viajes europeos de la mano del tango, el duende de Puccini... “Nací en el 38. Llegaban a menudo al pueblo los misachicos; había un músico que tocaba la quena y el bombo. Un día me metí en un cañaveral y con una tacuara comencé a fabricar lo que yo creía que era quena. Un enfermero, que además era el presidente de la Sociedad Musical de Obreros del Ingenio La Trinidad, me vio y le preguntó a mi madre: “¿qué hace este chico?” Mi papá había fallecido cuando yo tenía 6 años. “Y ahí está con sus travesuras”, le contestó. Se me arrima y me pregunta qué tenía en la mano. “Es una quena”, le dije. “Hacela sonar”. Todavía tengo grabada la única melodía que tocaba el tipo de la quena. Entonces le dijo a mi madre: “a este niño hay que mandarlo a estudiar música”, evoca el clarinetista y saxofonista Tony Vera.

- ¿Cómo era La Trinidad cuando eras changuito?

- Se construyó un cine teatro que se inauguró en 1929, creo. Ahí se armó una banda de música pueblerina. Estuve estudiando dos años solfeo hasta los ocho, me dieron la flauta traversa, pero no me llegaban los dedos, en el clarinete tampoco y apareció un clarinete pequeño en Mi bemol; con ese empecé y me mandaron a integrar la banda. Todo el mundo era socio de la banda porque tocaba las famosas retretas los jueves y el domingo en la plaza central. Se cobraba un peso a los socios, cuando se recolectaba todo el dinero lo primero que se hacía era pagarle a la bibliotecaria, después se destinaba un poco para la conservación de los instrumentos y el resto lo distribuían entre los músicos. Con lo que me tocaba a mí compraba los útiles para la escuela. A los 13 años, salí a trabajar profesionalmente en La Trinidad y no paré nunca más. No sé hacer otra cosa más que música, trabajar de eso es un privilegio.

- Y después te viniste a estudiar a la capital…

- Sí, me inscribí en la academia provincial “Lola Mora” y andaba tan bien con el clarinete que me sugirieron que me inscribiera en la Escuela de Música de la Universidad. Estaba con el profesor Antonio Della Rocca, él había sido solista en la Scala de Milán, teatro que tuve la suerte de conocer luego. “El que puede con la música, puede con todo”, me decía. Andaba muy adelantado y trabajaba bien en orquestas, ya había pasado a tocar el saxofón en la época de Alfredo Pláate en el Casino. Comencé a tocarlo por necesidad, terminé tocando hasta con Ernesto Moita en la orquesta grande… El Casino traía números artísticos todas las semanas, había que acompañarlos, me fui vinculando con gente conocida. Tengo el mejor de los recuerdos para Tony Salvador que tenía la Sonora Calingó, solía venir con Roberto Yanés.

- ¿Se podía vivir de la música en los 60?

- Una familia tipo podía vivir con $5.000 o $6.000 y yo ganaba más del doble. De Trinidad vine a vivir acá en una prefabricada en la calle San Luis con mi mamá; cuando me casé fui a vivir a una pensión y trabajábamos los dos y bien, compramos una casa grande para vivir todos. Primero me fui solo a Buenos Aires. Vivía en avenida de Mayo 695, un altillo donde había un montón de gente que se juntaba a dormir. Y conseguí el primer trabajo tocando tangos con el clarinete. Era una cantina en Parque Patricios, el dueño era Semillita, un actor cómico. Después Tony Salvador comenzó a llamarme para que tocara con el saxo en alguna grabación.

- Tuviste la suerte de tocar con el ídolo de tu infancia…

- En Trinidad, los sábados había desfiles de bandas de jazz y a mí me llamaba la atención un director, al que le decían, “El mago del clarinete”; era Barry Moral, tocaba muy bien el saxo. Y yo me decía: el clarinete de este hombre debe ser distinto al mío y no, era el mío (se ríe con ganas). Estando en Canal 9, me lo presentan y le cuento que era mi ídolo; fuimos a tomar un café y me termina invitando a tocar en su orquesta. Era el sueño del pibe. Con Barry estuve hasta el setenta y pico a los saltos, porque yo tocaba con varios, había que comer. Él me propuso que usara seudónimo: Tony Balver (mi nombre completo es Antonio Baltasar Vera) y lo usé cuando grabé mi disco de tangos. Estuve en todos los canales, en el 13 con Bubby Lavecchia. Fui amigo de tipos que me dejaron enseñanzas, como Hugo Díaz, que me enseñó que hay que ser buena persona; él tenía un corazón enorme, como Tony Salvador.

- ¿Ya incursionabas en los distintos géneros musicales? Hugo Díaz era famoso no sólo como músico, sino por su humor…

- Me empezaron a llamar, hacía jazz, melódicos, trabajaba como solista en las recepciones y también con gente del folclore a través de Hugo. Él no aceptaba la más mínima desafinación. Nos juntábamos siempre en un bar, al lado del cine Rex, venían Mercedes Sosa, el Gordo Porcel… un día entra Guarany: “Buenas, muchachos” y pasó al fondo. Entonces Hugo dice: “este Horacio, hasta cuando habla, desafina”. Y al Gordo Porcel lo veía comer y le decía: “Gordo, si te empachás te van a tener que llevar a la talabartería a tirarte el cuerito”. Toqué con el Chango Spasiuk, he grabado la zamba “Agitando pañuelos” con Luis Salinas, con él también hice otros trabajos. Hice giras con Raphael, con Toquinho, que era muy buen tipo. Raphael me dejó una cosa fea como recuerdo porque su base eran músicos españoles y nunca los presentaba al público. A Europa siempre voy porque tengo algunas conexiones. Me llaman por el tango que gusta mucho.

- ¿Qué sorpresas lindas te depararon esos viajes?

- En Lucca, Italia, fui a tocar en el hall de una casa grande, donde vivió un gran músico de la ópera, tan conocido que en el patio de la casa tiene un monumento. La gente me pidió que fuera a tocar tangos al lado del monumento. ¿Sabés lo que es estar medio apoyado, rozando en el monumento de ese gran hombre tocando “Mi Buenos Aires querido”? Era la casa de Giacomo Puccini. Entrás a pensar en el misterio de la mente, porque te pasan tantas cosas en centésimas de segundo, desde Trinidad, todos los amigos, Ituzaingó, los conciertos, el día que se casó mi hija, todo. Me dije: “¿qué habré hecho en mi vida para estar acá, haciendo tangos?”

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