Para levantarse en la vida, Bruno no necesita estar de pie

Para levantarse en la vida, Bruno no necesita estar de pie

Mientras hacía la residencia en el Padilla, Bruno Fernández sufrió un accidente tránsito. No pensaban que iba a sobrevivir. A los cinco días despertó y comenzó a luchar para recuperarse. Quedó postrado en silla de ruedas, pero eso no le impidió terminar la especialización. Ahora, por resolución ministerial, lo nombraron traumatólogo del hospital. Atiende hasta 40 pacientes por día.

 la gaceta / FOTO DE JORGE OLMOS SGROSSO la gaceta / FOTO DE JORGE OLMOS SGROSSO
Fue la más dura historia clínica que le tocó leer. Entre sus manos tuvo lo que podría haber sido el relato de su propia muerte. Bruno Fernández la repasó una y otra vez. Hasta que finalmente decidió guardarla en un cajón, subirse a la silla de ruedas y retomar sus sueños.

Es médico. Tiene 34 años. Y aún no entiende bien cómo logró sobrevivir. Tantas veces le tocó asistir heridos de accidentes y nunca se había imaginado como paciente. Haber estado en ese lugar hoy lo hace más fuerte para abrazar su vocación de ayudar a los demás, asegura. Esta es su historia, dividida en cuatro capítulos:

1- Antes de aquella noche

Bruno era un joven como cualquiera. Desde muy chico se destacó como jugador de rugby en Lince. Sufrió algunas lesiones menores como deportista y eso le hizo saber que quería ser médico especializado en traumatología. En 2010 obtuvo su título y en 2011 comenzó a hacer la residencia en el hospital Padilla. Recuerda los días de guardias muy intensas, con largas listas de pacientes para atender. “Ahí descubrí cuánto me apasiona esta profesión”, revela Fernández, que entonces estaba muy enamorado y había dejado la casa de sus padres para irse a vivir en pareja.

2- Aquella noche

Bruno no tiene demasiados recuerdos del momento en que se accidentó. Tal vez sea un mecanismo de defensa, infiere. Fue el 20 de octubre de 2013. Domingo a la noche. Regresaba de la casa de los padres de su novia, en Yerba Buena. Iba en su auto por la avenida Perón hacia el este. Casi no circulaban vehículos a esa hora. Lo atrajo el tono de un mensaje de texto entrando en el teléfono. Tomó el móvil y escribió un par de frases. Las envió contento. Es lo último que se acuerda de esa jornada. Ni un retazo del choque le quedó en la memoria. Amaneció cinco días después internado en el Padilla, atendido por sus propios compañeros de residencia.

Por lo que averiguó la Policía, el accidentes se produjo al 1.200 de la Perón. Al parecer chocó contra la platabanda, el vehículo se despistó y él salió despedido. Por esas casualidades de la vida, pocos minutos después pasaba por allí una ambulancia. “Vieron el auto y luego me encontraron, tendido sobre el asfalto. Creían que estaba muerto... porque estaba azul e hinchado, sin pulso. Me dieron vuelta y tuve una bocanada de aire”, relata, de acuerdo con lo que leyó en los expedientes clínicos.

De ahí fue a terapia intensiva. Lo operaron. Le hicieron una traqueotomía. No había muchas esperanzas. Politraumatismos, traumatismo encéfalo craneano, contusión pulmonar y fracturas, detallaron las fichas médicas.

3- Después de aquella noche

“Los médicos pensaban que no pasaba del tercer día”, cuenta Bruno. Pero al quinto día se despertó. Y entonces supo que había vuelto a nacer. Pero ya nada sería igual. 120 horas después, y tras exhaustivos estudios, se reveló el tamaño de su infortunio: de la cabeza para abajo no sentía ni podía mover nada.

Se fue a Buenos Aires, a un instituto de rehabilitación, adonde consiguió recuperar algo de movilidad. “La lesión cerebral que tuve me dejó una hemiparesia; o sea que tengo un lado del cuerpo mucho más débil que el otro. Los dedos de las manos prácticamente nos los puedo mover”, enumera.

Al regresar a Tucumán, en 2014, se abriría otro capítulo en la vida de Bruno. “Era comenzar a rearmar mi vida con una discapacidad. Lo que más me comía la cabeza era que, como casi no tengo movilidad en los dedos, no iba a poder operar. Y era la parte que más me gustaba de la traumatología. De a poco me fui convenciendo de que podía hacer otras cosas. Pero la idea era sí o sí volver a ejercer la medicina, devolverle de esa forma sentido a mis días. Me faltaba un año para terminar la residencia, así que empecé a molestar (se ríe) para volver. Por suerte, nunca me cerraron las puertas del hospital”, resalta. Y agradece la disposición de su familia y de sus amigos para ayudarlo en todo momento.

El año pasado logró volver a hacer sus prácticas en el Padilla. En 2016 terminó la residencia con una fuerza de voluntad que todos a su alrededor aplauden.

4- Lejos de aquella noche

Es una mañana cualquiera en el hospital Padilla. Los rostros de angustia. Los largos pasillos. Las ruidosas camillas que van y vienen. Las sirenas de ambulancia que cada tanto rompen la paz. Los médicos que caminan presurosos, con radiografías en las manos. Puertas de consultorios que se abren y se cierran. Nada sorprendente. Hasta que aparece él, de bata impecable, sonriendo a quienes le tienden la mano para saludarlo. Bruno se ha convertido en un personaje que despierta admiración de colegas y de pacientes.

Sereno, con dos brazos que se esmeran para pilotear la silla de ruedas y un morral negro sobre las piernas, nos lleva hasta uno de los consultorios de la guardia. Está feliz porque acaba de alcanzar otra de sus metas: lo nombraron traumatólogo del hospital, por medio de una resolución del Ministerio de Salud. “Es un verdadero ejemplo de superación”, dijeron las autoridades antes de firmar la designación.

“No fue fácil, nada fácil llegar hasta aquí”, dice el joven de ojos marrones intensos y hablar pausado. “Al principio me ayudaban mis compañeros a revisar los pacientes. Después me fui dando maña, aprendiendo que puedo hacer todo: desde examen físico de las personas, diagnóstico y correcto tratamiento”, explica.

Bruno muestra la gran habilidad que consiguió en las muñecas: puede escribir perfectamente, manejar la computadora y usar el celular. “Aquí no lo consentimos ni le damos un trato diferencial; él se supera día a día”, explica Claudia Campos, compañera de trabajo de Bruno en la gerencia del hospital, donde él se desempeña también como auditor médico.

Por turno llega a atender hasta 40 pacientes. ¿Te sentís un médico distinto al que eras antes del accidente?, le preguntamos. “Sí, para bien. Aprendí mucho. A respetar los tiempos de cada herida. A creerles a mis pacientes cuando sienten que sus dolencias parecen ser el fin del mundo. Y a tratar esas dolencias como tales, ver el contexto de cada persona y siempre intentar buscar, como sea, una solución. No soy de los que dan un analgésico y chau”, detalla.

Siempre que puede, a sus amigos, a sus pacientes, a sus colegas, les da un consejo: “cuidate, no pensés que nunca te va a pasar. Cuando te dicen que no tomés alcohol si vas a manejar, que no usés el celular, que bajés la velocidad no es porque te quieren joder... Es porque te quieren salvar”.

Al final, Bruno regresa al primer capítulo y piensa en aquel joven que nunca volvió a sostenerse sobre sus piernas. Piensa en la historia clínica. Cree que todavía tiene muchas hojas para escribir, que le quedan sueños por cumplir: terminar un posgrado en Medicina del Deporte y formar una familia, por ejemplo... Lo que ahora sabe es que para levantarse en la vida no necesita estar de pie.



Rugby

Para rehabilitarse volvió al deporte

Otro sueño que logró cumplir el doctor Bruno Fernández fue volver a una de sus pasiones: integra el equipo tucumano de rugby en silla de ruedas (quad rugby). Desde allí tiene la oportunidad de hacer deportes y rehabilitarse. “Como se trata de una disciplina nueva, lamentablemente a quienes hacemos esta actividad nos faltan muchas cosas: desde un sitio para entrenar hasta sillas de ruedas adecuadas para practicar el deporte”, enumeró.

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