Edgardo Giménez en el país de las maravillas

Edgardo Giménez en el país de las maravillas

Ese país no figura en ningún atlas y cualquier mapa le quedaría pequeño. No tiene límites, ni fronteras, ni orillas y se llama Libertad. Es el país de Edgardo Giménez, un artista integral, polifacético, para quien ninguna rama de las Artes Visuales -cualquiera sea su manifestación- le es desconocida

LA REFLEXIÓN. “Soy autodidacta; no tengo diploma de pintor, ni de arquitecto, ni de diseñador, ni de nada. Me acuerdo de que cuando se lo dije a Romero, él me contestó: ‘Le Corbusier tampoco tenía título de arquitecto. Lo único que importa son las ideas’”. LA REFLEXIÓN. “Soy autodidacta; no tengo diploma de pintor, ni de arquitecto, ni de diseñador, ni de nada. Me acuerdo de que cuando se lo dije a Romero, él me contestó: ‘Le Corbusier tampoco tenía título de arquitecto. Lo único que importa son las ideas’”.
20 Noviembre 2016

Por Alina Diaconú - Para LA GACETA - Buenos Aires

“No es fácil contarse a sí mismo desde el principio y hasta donde ayuda la memoria. Pero en mi caso resulta sencillo: siempre he tenido el mismo deseo de crear, inventar y producir obras que de un modo u otro, reflejan mi gusto por la vida”.

Estoy leyendo y mirando su libro de reciente aparición, su autobiografía, Carne valiente. Un volumen de 436 páginas que “resume” en textos e imágenes, el recorrido de toda una vida dedicada a la creación. Y uno no sabe qué hacer primero: si leer el testimonio en primera persona que, como una confesión llena de anécdotas desopilantes, va relatando su historia, o si detenerse en las impactantes fotos de las extra-ordinarias obras de Giménez en todos los campos: la pintura, las instalaciones, los objetos, los muebles , los afiches, la indumentaria, las escenografías y hasta las obras de arte arquitectónicas (las casas) que hizo construir.

El libro destaca e intercala frases que Edgardo suele coleccionar en su memoria, todas llenas de un humor ácido, mordaz, y cuyos autores van desde Oscar Wilde, Lewis Carroll, Bukowski, Fellini, hasta Zsa- Zsa Gabor o Mae West.

Escribo esto y siento que es imposible transmitir todo lo que este libro transmite. Y todo lo que uno- visualmente- va experimentando. Asombro, admiración, euforia, deslumbramiento, desconcierto a veces, risas y sonrisas. Es lo que produce esta provocadora obra de un artista casi inclasificable, a quien lo del “pop” le quedó chico, tan desbordante y plural ha sido y es su despliegue creativo.

En sus páginas está contada e ilustrada su primera infancia en Santa Fe, luego en Buenos Aires, entre jugosísimas anécdotas que pertenecen a una visión del mundo que Giménez tiene y que consiste en darle una vuelta de tuerca a las situaciones dramáticas para encontrarle el lado risueño. Está también su paso por el mundo de la publicidad, sus famosas performances en el Instituto Di Tella, las explosivas experiencias de los años 60, sus muestras, la relación con Romero Brest – fundamental para él y su obra- y con varios artistas de esa época (Minujin, Puzzovio, Squirru, Cancela, Stoppani, Rodriguez Arias, entre otros).

Autodidacta

“Soy autodidacta en todo; no tengo diploma de pintor, ni de arquitecto, ni de diseñador, ni de nada. Me acuerdo de que cuando se lo dije a Romero, él me contestó: ‘No sos el único. Le Corbusier tampoco tenía título de arquitecto. Lo único que importa son las ideas’”.

Las originales casas y los interiores diseñados por Edgardo para Jorge Romero Brest en City Bell, para otros amigos y para sí mismo en Punta Indio (Provincia de Buenos Aires),donde también tiene su taller, fueron mostrados y ponderados en revistas de arquitectura de todo el mundo.

Desde una casa, hasta el diseño de una taza de café o un salero, sus ideas son tan impactantes , su estilo y su estética tan reconocibles, que cada obra de Giménez lleva un sello propio. Su devoción por la naturaleza, la minuciosa observación de cada flor, de cada hoja, de cada insecto, no sólo se reflejan en sus trabajos, sino que lo llevaron –desde hace décadas- a pasar todos los fines de semana afuera, en su casa y su atelier de Punta Indio. Acaso ese fervor se remonte a una época de su infancia cuando vivió con su madre en la casa de una tía: “El campo de mi tía era hermoso; recuerdo los perales, los chanchos gigantescos. Aquellos veranos fortalecieron el amor que desde chico siento por la naturaleza y, por eso quizá mi vida, alterna entre el ruido de la ciudad y la tranquilidad del campo”.

La profusión de fotos que tiene el libro, todas muy llamativas y estupendamente impresas, lo muestra a Edgardo Giménez en distintas etapas de su vida, desde ese niño sonriente que parece algo tímido, hasta un bello joven excéntrico en los años 60 (la inolvidable época del hippismo, de la rebeldía y de la osadía), hasta el hombre maduro, y el que hoy peina algunas canas y usa anteojos.

El artista se va asumiendo como es y como ha sido, y es como si todas esas imágenes fuesen diversas caras en un mismo espejo, o las mil facetas del mismo cristal.

Cuando cuenta que los jóvenes se le acercan para agradecerle su obra, Edgardo dice: “Lo que yo creo que rescatan los jóvenes es que nunca me he traicionado; siempre fui yo mismo, con lo que eso tiene a favor y en contra”.

En su testimonio, cuenta sin tapujos la relación con sus pares, con muchos personajes conocidos del ambiente del arte, del cine, del teatro, de la publicidad y allí aparecen las relaciones humanas en sus vericuetos y complejidades, los estímulos y las envidias, las generosidades y las avaricias.

El libro está dividido en siete partes que se titulan: Vi, Hice, Oí, Creo, Soñé, un extenso curriculum vitae -que es un repaso por su trayectoria- y una más extensa aún bibliografía.

Lo conocí a Edgardo Giménez en vida de mi marido, hace unos 40 años, cuando llegó a nuestra casa gracias a él. Ricardo lo había descubierto y valorado sobremanera en el frenético mundo de las agencias de publicidad de aquel entonces. A lo largo de los años, pasamos muy buenos momentos juntos en nuestro departamento, en el suyo de Buenos Aires y fuimos sus huéspedes en las originales construcciones de Punta Indio. Siempre recordaré una noche, en el campo, sentados todos en una banqueta, en la primera casa que Edgardo estaba construyendo allí. La misma contaba con sus cuatro paredes, las aberturas, pero todavía no tenía colocado el techo. Al lado de la chimenea, donde chisporroteaba un fuego maravilloso encendido por el anfitrión, se cocinaban papas y batatas, y cuando uno levantaba la vista estaba ese cielo estrellado que sólo puede verse así en las noches claras de la pampa. Parecíamos componer un cuadro de Magritte… Nunca me olvidaré de esa noche, fue magia pura.

Tampoco me olvidaré del mural que Edgardo creó en nuestro departamento del barrio de Belgrano. Recortando papeles contact de colores, inventó un paisaje selvático espectacular que fue improvisando y que adornaba de un modo insólito la pared central de nuestro living. Cuando se vendió el departamento, la selva de Edgardo quedó allí… imposible llevarla (¡era un gran collage!).

Muchas cosas pasaron en tantos años de amistad...Gente querida que partió, mudanzas, cambios políticos, crisis económicas, viajes, incertidumbres, pero Edgardo Giménez seguía siendo Edgardo Giménez.

Y sus carcajadas, su desenfado, su manera de tomarse la vida y el arte con ese humor tan singular que lo caracteriza, siguieron incólumes.

Basta con escuchar el CD que viene con el libro para entender esa cualidad del espíritu, ese petardo de alegría y de libertad que habita en él. El CD es “la frutilla del postre” del voluminoso tomo que su autor califica como “el primer libro de arte antidepresivo que aparece en el país”. En él se puede escuchar la voz de Edgardo, tan importante en la narración de sus anécdotas y la música, cuyos secretos no voy a develar aquí, porque es parte de otra sorpresa.

“Los verdaderos artistas no saben lo que significa la palabra ridículo. Arriesgan, se arrojan sin red hacia otra dimensión, sin medir las consecuencias. Por eso merecen llamarse artistas: solo los inseguros miden las consecuencias.”

Rompecabezas

La autobiografía de Edgardo Giménez está constituida por las entrevistas que le hiciera Rubén H. Ríos , por la narración histórica de Paola Melgarejo y el asesoramiento crítico de María José Herrera.

Cierro esta nota con las palabras introductorias de Giménez: “Como en un rompecabezas, en este libro se arman y desarman las piezas que significaron algo en mi vida: gente que quise y que quiero, momentos trascendentes y felices intranscendencias. Con música, claro. Y con la alegría de vivir, algo que seguramente viene de mi infancia, cuando mis tías, sin el menor esfuerzo, convertían cualquier tragedia en una desopilante comedia. Tal vez por eso nunca concebí la alegría como algo superficial: entiendo que Beethoven le haya dedicado un himno”.

El diseño del libro, la excepcional calidad que posee en su concepción y realización son producto del propio Edgardo Giménez, de su talento y de esa impecabilidad que roza la perfección.

Este libro es, en realidad, otra de sus obras de arte.

© LA GACETA

Alina Diaconú - Escritora y columnista. Su libro más reciente es Relámpagos- Máximas y Mínimas (Galáctica Ediciones).

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