Historias de pescadores

Historias de pescadores

Los amantes de este deporte se destacan contando historia para divertirse y hacer reír a sus compañeros de aventuras. La mayoría de los relatos sobrenaturales tienen una explicación científica. La importancia de la transmisión de boca en boca. Santiago del Estero, tierra rica en leyendas que cautivan a los fanáticos de la actividad.

UN RITUAL. Los pescadores, a la noche y cuando los peces se resisten a tomar la carnada, comienzan con sus interminables relatos.  UN RITUAL. Los pescadores, a la noche y cuando los peces se resisten a tomar la carnada, comienzan con sus interminables relatos.
27 Agosto 2016

Los pescadores tienen fama de mentirosos o, al menos, de exagerados. Pero en realidad, los que practican este deporte son grandes contadores de historias. En su genética figuran rasgos únicos. A los fanáticos de la actividad, por ejemplo, siempre se les escapa el pez más grande o tienen una rara habilidad para no poder contarle a otro el camino exacto que lleva a un lugar donde disfrutó de una gran jornada, pese a que todos saben que en su cabeza tienen incorporado un GPS. Sin embargo, son expertos en transmitir acontecimientos o sucesos sobrenaturales.

Imagínese el momento. Sábado a la noche en medio de la nada. Una enorme luna llena alumbra el campamento al borde un río o de un lago si lo prefiere, con el cielo actuando como un majestuoso cobertor manchado con miles de manchitas de color llamadas estrellas. No hay pique y los aventureros calientan sus ilusiones al calor de un fogón. El aroma de la leña del monte ardiendo combina a la perfección con esa bebida fresca que pasa de mano en mano. “Tengo una historia tremenda para contar”, dice el “Pollo”, el típico filósofo bromista del grupo. “Una vez, el ‘Tano’ estaba por salir a pescar y casi se infartó cuando se dio cuenta que en la puerta de su casa había una pala”, relata generando una explosión de risas entre los que escuchaban su relato.

Después de las bromas llegan la historias de apariciones y de monstruos. Normalmente son leyendas que nacen con una razón y con el correr de los años se le agregan detalles fantásticos. Una de las más tradicionales es el de la bestia que protege la Laguna del Tesoro, ese paradisíaco lugar enclavado en el límite entre Tucumán y Catamarca. Dicen que en plena conquista, los pueblos originarios arrojaron a ese pequeño lago todo el oro que tenían en su poder. Luego, siempre de acuerdo al relato, pidieron protección a sus dioses. Por ese motivo, cada vez que alguien intenta buscar esos tesoros, un enorme toro con astas doradas y ojos rojos emerge de la nada y elimina a todos aquellos que intentan llevárselos.

Han pasado siglos desde que esa leyenda cobró vida y hay dos certezas: nunca se encontró ese tesoro y nadie presentó evidencia alguna de la existencia de ese animal endemoniado. Sí se sospecha que ese relato fue inventado por los mismos conquistadores para evitar, ante la posibilidad de que la versión sea cierta, que otros españoles intentaran quedarse con el botín.

Más cerca

En El Cadillal también se tejen historias de miedo. Póngale la música de terror si quiere para descubrir que en el camino de India Muerta -sugestivo el nombre- dicen que existe un perro con ojos rojos que aparece en el camino del perilago. No se trata del “Familiar”, esa especie de monstruo que atacaba a los zafreros más rebeldes y menos trabajadores en los tiempos de la cosecha de la caña. Tampoco es una bestia justiciera que ataca a los trasmalleros que están colando el espejo con sus redes. Simplemente, es un cuadrúpedo que de vez en cuando aparece en esa desértica ruta.

En ese espejo hay muchísimos lugares para pescar. Pero uno de ellos está casi prohibido. A la zona se la conoce como el Cementerios de los Indios. Y, efectivamente, allí el pueblo originario colocaba a sus difuntos en urnas funerarias. En ese sitio, fundamentalmente de noche, aseguran escuchar silbidos y, los más audaces, juran que hasta vieron siluetas de hombres arrojando piedras al lago. La única explicación científica que existe para ese fenómeno es que en el lugar, donde abundan las quebradas, ese sonido es producido por el viento o las corrientes de aire que por allí pasan de manera sorpresiva.

Hay otro dato para tener en cuenta. Muchísimos sitios pesqueros están ubicados cerca de un cementerio. Alrededor de ellos se escribieron decenas de historias de espanto. Si bien es cierto que en nuestra sociedad se hace culto al respeto hacia los difuntos, no es descabellado pensar que sólo fueron historias inventadas por algunos para evitar que los pescadores concurran a esa zona.

Duendes y peleas

Santiago del Estero es una usina de mitos. En su tierra, seca y agreste, florecen las leyendas. Hace más de 50 años no había pescador que en la vera del río Dulce no haya visto un duende. Según sus relatos, eran pequeños seres que se movían de un lado a otro y que sólo se les veía los ojos verdes o rojos. Aseguraban que, cuando se los alumbraba con una linterna, se quedaban quietos por unos segundos y después se escapaban misteriosamente escondiéndose en medio del monte. Esas historias dejaron de contarse al mismo tiempo que diezmaron la población de las vizcachas. En este caso, las pequeñas criaturas desaparecieron gracias a los cazadores que prácticamente extinguieron a los roedores en ese y otros lugares de la vecina provincia.

Salamanca, para los santiagueños, es el lugar donde se reúnen todos los seres malvados que se pueda imaginar. Desde duendes, pasando por curanderos y brujos, hasta seres mitad hombre mitad animal son, siempre según la leyenda, los participantes de ese encuentro en el que bailan endemoniados al son de las chacareras. Las víctimas son, generalmente el pescador que no quiere dormirse y que es sorprendido en el medio del monte abrazado a una damajuana de vino. Siempre sobreviven, pero aparecen con raspones en gran parte de su cuerpo producto, de acuerdo a sus relatos, de una pelea encarnizada. Sin embargo, esos combates, en la mayoría de los casos, se producen en lugares donde la vegetación es agreste, cerrada y los árboles tienen espinas tan grandes y filosas como una fina navaja.

Decenas de deportistas aseguran que la pasaron muy mal en tierras santigueñas. Juran que en medio de la noche se despertaron al sentir estridentes llantos de mujeres y que nunca más pudieron conciliar el sueño. Muchos de ellos no saben que en esa provincia, sobre todo en las poblaciones rurales más alejadas, aún sobreviven las “Lloronas”. ¿Quiénes son? Personas contratadas para que lloren en los velorios de algún ser querido. Ese extraño oficio tiene mucha vigencia en los lugares donde los pescadores suelen ir. Increíble, pero real.

Relatos

Muchas de estas historias nacen de la imaginación y exageración de los pescadores. La gran mayoría de los relatos son anónimos y varios de ellos cobran vida porque fueron transmitidos de manera oral por otro. Por ejemplo, el humorista Luis Landriscina, un experto en contar las vivencias de tierra adentro y pintar de una manera única a los personajes del campo, siempre tuvo a los fanáticos de esta actividad como referentes a la hora de hacer divertir. De él es la historia del hombre que perdió un valiosísimo reloj y que al año siguiente lo recuperó del vientre de un dorado que había capturado en el Paraná.

En Tucumán, el ya desaparecido periodista Octavio Cejas también se encontró con historias sorprendentes. Una de ellas, fue la de un habitante de un pueblo del sur de la provincia que había sido muy castigado por las inundaciones. “Llegó tanta agua que cuando bajó los sábalos quedaron atrapados en las copas de los árboles más bajos”, escribió en una nota cargada de calor y color.

En el ámbito de la pesca también existen personajes que, ante la falta de historias, las inventan para divertirse y hacer reír al compañero de aventura. Miguel “Efémerides” Quesada es uno de ellos. Cuentan que un domingo regresaba de una excursión de pesca de Santiago en medio de una típica tormenta de verano. Al llegar a la esquina de Benjamín Aráoz y Coronel Suárez, por la cantidad de agua, no pudo avanzar. Para mitigar la espera decidió bromear. Se bajó del vehículo, armó su caña, y sin que nadie lo viera, enganchó uno de los bagres moribundos que traía en una conservadora y soltó la línea en medio de la correntada.

Los automovilistas, primero lo miraron y después se acercaron a él. De pronto gritó: “¡me picó!”. Inmediatamente quebró el aire y la modorra del público con un cañazo y recogió lentamente la línea. Cuando sacó del agua la pieza todos lo miraron asombrados. El experimentado deportista, después de fingir semejante aventura, desarmó todo, lo guardó y se metió al auto como si nada hubiera pasado.

Los vecinos aseguran que después de esa experiencia y ante cada tormenta, se podía observar a personas que fueron a buscar bagres como el que capturó “Efemérides”. Y más de uno aseguró haber llevado un ejemplar de buen porte a su casa. Así son las historias de pescadores.


El cuento del bagre guardián

Hasta el día de hoy, los pescadores del Club de Caza y Pesca de la UNT recuerdan un encuentro. Una noche, Miguel “Efémerides” Quesada, contó una versión moderna de “Pancho, el pescao’ del patio”, célebre cuento “patentado” por el humorista Luis Landriscina.

“Una vez me fui a pescar a Los Quiroga, allá en Santiago del Estero. Ese día saqué varios bagres grandes y uno chico. Cuando lo quise devolver, me miró con una cara de orgullo para que no lo suelte, y me terminó convenciendo”, contó.

“Efemérides”, con cara de piedra, dijo que comenzó a limpiar las piezas en su casa, pero el ejemplar más pequeño, el único que estaba vivo, se le escapó al patio. “Decidí dejarlo hasta que se muriera. Pero al otro día, seguía coleteando como si nada. Pasaron las jornadas y el ‘bichito’ seguía vivo, por lo que comencé a alimentarlo”, siguió.

“Se había acostumbrado tanto, que me veía y roncaba. Hasta movía las aletas cuando estaba contento y se enojaba cuando un extraño entraba a la casa”, continuó ante la atenta mirada de sus compañeros de pesca.

De pronto, se tomó la cabeza y remató: “pero no saben lo que pasó. Un día al atorrante del chango más chico fue a cargar agua en un balde en el caño del fondo. Se olvidó de cerrar el caño y se llenó una zanja que había en el patio. Después ocurrió la desgracia”.

“¿Qué pasó?”, le preguntaron. “Y el bagre se cayó a la zanja y se murió ahogado”, concluyó generando una catarata de carcajadas entre todos los oyentes, menos uno, que se quedó pensando. “Lo que debe haber sufrido Don Miguel porque se ve que estaba encariñado con el animal”, dijo un hombre cuyo nombre se mantiene en reserva. El silencio se apoderó de la sala de reuniones. Hubo cruce de miradas y, en cuestión de segundos, las risotadas se escucharon a varias cuadras.

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La pelea con el duende en el badén

Cuenta la leyenda que el extraño episodio sucedió en invierno, en la temporada alta de pesca de pejerreyes en el badén que está en el camino a Ticucho, lugar que siempre regaló emociones a los amantes de las carreras de rally.

El protagonista de la historia es un lugareño de El Cadillal que había concurrido a una reunión de amigos en Tapia. Cuenta el hombre que un frío amanecer lo atrapó tomando vino con sus compañeros, que poco pudieron hacer para evitar que tomara su bicicleta y regresara a casa.

Bien arropado, con una desesperante lentitud y haciendo ochos con su andar, el personaje -cuya identidad se mantiene en reserva- asegura que se topó con un enano de ojos rojos que lo frenó en seco.

“Me empezó a insultar de la nada y cuando me di cuenta, me estaba pegando. Era muy rápido y no pude ni defenderme de ese duende infeliz. Me desmayé de los golpes y del cagazo”, contó en varias oportunidades.

Su relato no cobraría fuerza si no hubiera sido por unos socios del club de Pesca y Regatas. Ellos, cuando se dirigían a la sede, observaron a un hombre que daba pequeños saltos en la zona del badén y que después quedó tendido en el camino.

Fueron a su lado para auxiliarlo. “Casi nos volteó el olor a alcohol que tenía. Después de un rato recobró el conocimiento. Nos dijo que lo había atacado un duende. Nos morimos de risa, pero nos asustamos cuando volvió a desmayarse. Decidimos llevarlo al Centro de Salud”, relataron.

El pescador, con contactos en el hospital, averiguó que el hombre no tuvo ningún problema neurológico y, si bien estaba alcoholizado, no lo suficiente para sufrir algún tipo de convulsión. “Ahí entramos a dudar y llegamos a una conclusión: ni ebrio me vuelvo a detener en el badén”, bromeó el profesional.

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