Que la fiesta no sea un cascarón vacío

Que la fiesta no sea un cascarón vacío

El desfile del Bicentenario viajará desde la avenida Mitre hasta la Ejército del Norte. Los memoriosos no olvidan que los 150 años de la Declaración de la Indepedencia también se festejaron con un desfile por la Mate de Luna. Aquel día muchos chicos vieron el espectáculo subidos a los árboles. Hay una diferencia sustancial con este Bicentenario: el 9 de julio de 1966 gobernaba al país una dictadura encabezada por Juan Carlos Onganía, un general ultracatólico que soñaba con ser el Franco argentino y terminó eyectado del poder por las mismas fuerzas cívico militares que lo habían sentado en el sillón de Rivadavia. Aquel desfile debió ser presidido por Arturo Illia, presidente vapuleado por sus contemporáneos y cuya notable obra de Gobierno encuentra el aplauso a la vuelta de las décadas. Así funciona la justicia argentina: con una lentitud intolerable.

Onganía había echado a Illia de la Casa Rosada pocos días antes -el 28 de junio-. En la provincia la suerte quedó echada para el profesor Lázaro Barbieri, gobernador de elegante capa e interés por los estudios sociológicos al que le tocó lidiar con una crisis de la industria azucarera que Onganía resolvió con la más absoluta brutalidad: bajando las persianas de las fábricas. Fue un genocidio económico, pero sobre todo social, del que Tucumán sigue sin recuperarse, medio siglo más tarde. El 66 -y el 76- están ahí, cerca, recordando todo lo que se hizo muy mal. Da la sensación de que, medianamente, la sociedad aprendió esas lecciones.

El contexto histórico es imprescindible para mirar el Bicentenario desde el prisma de las ideas. Los actos son necesarios y bienvenidos en la medida en que involucren a la sociedad, la sacudan y la llamen a encolumnarse detrás de una visión, y por eso no pueden presentarse vacíos de contenidos. El Bicentenario, como invitación a pensar dónde estamos parados y adónde queremos ir, es simplemente una oportunidad. La cuestión es encontrar y contagiar esos sentidos. ¿Quién dijo que es fácil?

Mientras, la procesión es incesante. El miércoles sesionaron en San Javier los ministros de Educación de todas las provincias. Ayer fue el turno de los rectores universitarios y hoy la Corte Suprema de Justicia de la Nación homenajeará a los próceres de 1816 en la Casa Histórica, con un auditorio nutrido por camaristas, jueces, fiscales y funcionarios de variopinta procedencia. Por la noche, en el Timoteo Navarro, una muestra aglutinará a artistas de máximo prestigio. Es un adelanto de lo que viene la semana próxima: un abanico de actividades que, de tan amplio, luce inabarcable. El riesgo, en estos casos, es que entre tanto visitante ilustre siempre se filtra alguno cuestionable. Por ejemplo, al rey emérito español, el cazador de elefantes Juan Carlos I, no le faltan acusaciones de las que defenderse.

En cuanto a la puesta en escena... Una cosa son los trastornos lógicos que genera la organización de los actos, ya sean multitudinarios o reducidos a un puñado de personalidades que le ponen el cuerpo a la institucionalidad. De esos habrá muchos el 9 de julio, a punto tal que ese día no se podrá entrar al microcentro, ni siquiera caminando. La plaza Independencia, la Casa Histórica y los alrededores serán pista exclusiva de las autoridades y de los invitados. Para el pueblo se piensan otros espacios, como la avenida Mate de Luna (con el desfile) y el hipódromo (con una muestra interactiva que se mantendrá durante una semana). Es impensable celebrar una megafiesta como la del Bicentenario sin alterar rutinas, entre ellas la circulación peatonal y vehicular. Pero otra cosa es la improvisación, esa costumbre tan arraigada en Tucumán de dejar todo para último momento y trabajar contrarreloj.

Lo del parque Avellaneda es sintomático. La remodelación del paseo se mantuvo en el limbo durante meses para activarse en la recta final hacia el 9 de julio. Si hubieran aprovechado el verano hoy sería cuestión de retocar y de pulir. La misma reflexión cabe para las numerosas cuadras que están cortadas a causa de las refacciones y que convirtieron a la capital en un caos. Cuando no hay plata para encarar las obras, ¿no es mejor explicárselo a la ciudadanía? Porque de lo contrario hablaríamos de incompetencia.

El reloj electrónico de la peatonal advierte que el 9 de julio llegará en cuestión de horas. Dos días antes quedará inaugurado el monumento en Mate de Luna y pasaje Cervantes. Ya forma parte del paisaje, lo que transforma a las críticas vertidas durante su construcción en meros poemas conjeturales. Habrá que aprender a quererlo.

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