Del malecón a Miramar con sabor a mojito

Del malecón a Miramar con sabor a mojito

Una ciudad con ruido y mucha música, que cautiva con su arquitectura colonial, sus coloridos autos antiguos, y la frescura de su gente divertida.

PASEO EN DESCAPOTABLE. Los almendrones (autos antiguos) son los preferidos de los turistas que van al Capitolio, ubicado en La Habana Vieja, donde se luce la arquitectura colonial. PASEO EN DESCAPOTABLE. Los almendrones (autos antiguos) son los preferidos de los turistas que van al Capitolio, ubicado en La Habana Vieja, donde se luce la arquitectura colonial.
Un viejo se sienta en el malecón frente al mar oteando el horizonte. El hombre de unos 70 años, de piel mostaza, arrugas en la frente y cabello color ceniza, contempla el oleaje suave del mediodía. Dicen los cubanos que cuando el mar está bravo es porque empuja con sus olas, por encima del malecón, para volver hasta su sitio original. Está prohibido pescar en balsa, pero durante el día se pueden ver, cada uno o dos kilómetros, pequeños grupos de hombres desafiando la orden. Otros se suben al paredón de cemento para tirar el anzuelo al mar. Obtener unas cinco piezas de pulpo significa haberse levantado con el pie derecho. Algunos lo logran en un par de horas, entre el amanecer y el mediodía.

Llegar a La Habana es abrumador desde la salida del aeropuerto. El bullicio es un compañero permanente. Voces, música, ruidos de motores de autos añejos, bocinazos atropellan al visitante apenas pone un pie fuera de la estación aérea José Martí. Hay cadenas hoteleras para todos los presupuestos. Sin embargo, lo más bonito, como dicen los cubanos, es alojarse en casas de familia. El contacto cotidiano con los cubanos enriquece la estadía. Es la manera de sentirse más en familia que en el rol de turista tradicional. Por supuesto hay quienes prefieren el turismo montado en un bus de dos pisos y para ellos La Habana tiene sus servicios cinco estrellas.

Por las calles se pasean coloridos almendrones, tal como le llaman a los autos viejos y portentosos de los años 50. Todavía circulan con sus motores a pleno por el centro de la ciudad. Son un medio de transporte barato para los cubanos y divertidos para los visitantes. La mayoría está bien cuidado; algunos le agregaron luces led en el interior para llamar la atención (como si hiciera falta); otros avanzan con ritmo de reggaeton a todo volumen; unos cuantos son descapotables para pasear con el viento que pega en el rostro disparando fotos en el trayecto.

En La Habana siempre hay algo para descubrir. Además de la clásica foto en la plaza de la Revolución con el rostro del Che Guevara de fondo, también se puede visitar la Habana Vieja, uno de los paseos más chévere sin dudas. Es una postal que parece congelada en los años 30. En una de las esquinas del capitolio, frente al Gran Teatro Alicia Alonso, es posible tomar fotos al estilo vintage. La escena muestra almendrones coloridos, y edificios de piedra con balcones pegados, uno al lado del otro, adornados con rejas de hierro forjado, donde las mujeres dejan la ropa a secar al sol. En La Habana, todos los días “hay bombacha tendida”. Debajo, sobre el camino empedrado, suelen sentarse grupos de cuatro o cinco cubanos alrededor de una mesa para jugar al dominó. Ríen y fuman tabaco, despreocupados por el paso del tiempo, en actitud de quien no le debe nada a nadie. Otros miran como en estado de letargo permanente.

Debe ser una de las ciudades más seguras del mundo. Salir a caminar de día o de noche no implica ningún riesgo. El castigo para quién roba es muy grande. Por robar un celular, un cubano puede terminar en la cárcel. Por eso no hay riesgo. Lo que si puede resultar molesto es que en pleno centro, frente al mítico Hotel Habana Libre, los cubanos suelen atormentar a los turistas ofreciendo jineteras, travestis, rumba, lo que tú quieras, chico. Lo que tú digas, mi hermano.

Para escapar de ese atolladero de ofertas sexuales solo basta con moverse unas cuadras hacia las afueras del centro. Hay restaurantes en las terrazas de los edificios para probar un mojito, mientras se observa la ciudad desde las alturas. Un paseo por el sector de Miramar, unos de los principales barrios residenciales de La Habana, resulta bien provechoso para conocer las afueras del circuito urbano.

Esa zona es tan coqueta que allí se instaló la mayoría de las embajadas en edificios coloniales, pintorescos, históricos y con demasiado espacio verde.

Frijoles negros

La comida cubana es fuerte en proteínas, pero también recargadas de grasas. Es ideal para estómagos acostumbrados a las frituras y en cantidades abundantes. Fricasé de cerdo con arroz morro, frijoles negros, rodajas de tomate, de pepinos, y chicharritas es el menú que se ofrece en cualquier paladar (así les llaman a las casas de comida casera). Es tanta comida para una persona, que suelen servirla en dos platos.

-No es fácil; tú ya sabes... Es la frase de cabecera de cualquier cubano de ley. Quiere decir que siempre hay un obstáculo, pero hay que seguir adelante. Que la vida es un sufrimiento, pero no hay que bajar los brazos. También la utilizan cuando reniegan porque algo no sale bien. Por eso es que Barak Obama, en su histórica visita de marzo, durante el discurso en el Gran Teatro, ante Raúl Castro, dijo: No es fácil, pero tampoco es imposible.

Hay vendedores de chicharritas y chicharrón que van y vienen a lo largo de la enorne muralla anfibia que contornea la ciudad. Tienen mucho ingenio para ofrecer sus mercancías, pero necesitan un gancho para empezar. Por eso, de entrada, siempre preguntan de dónde tú eres, chico...

Si respondes Argentina a prepararse para una oda de agradecimientos por el Che Guevara, Diego Maradona, Lionel Messi y, a esa lista, ahora se suma el Papa Francisco. Por supuesto, hay también una intención de venderle a uno las chicharritas. El peso cubano está tan devaluado que los vendedores de la calle suelen decirle a los turistas dame lo que tú quieras. Ellos saben que los visitantes siempre cargan el CUC (la moneda cubana convertible), que tiene mayor valor. Se dice que en los bares hay dos cartas con distintos precios: una para los cubanos y otra para los turistas.

Regatear es un arte en Cuba. Es la clave de cualquier trato. Un amigo cubano me dio el secreto para negociar con un taxista o a la hora de comprar cualquier cosa. Hay que decir que es la tercera vez que uno visita La Habana.

Al atardecer, después de una caminata extensa durante el día, los mejor es regresar por el malecón en cocotaxi. Es un vehículo de tres ruedas (como los motocarros), pero con diseño divertido en forma de coco partido al medio y pintado de amarillo, donde caben tres pasajeros. Alrededor de las 18, el sol dibuja una línea de fuego sobre el mar, pasa por encima del malecón y se refleja de frente en los paredones de los edificios coloridos de estilo colonial. Esas viejas construcciones se mezclan con los edificios en torres vidriadas de las cadenas hoteleras. Es uno de los mejores atardeceres de La Habana, sin dudas. Es la hora en que los pescadores, que llegaron al amanecer, empiezan a levantar sus enseres, antes de que anochezca. Las luces de la avenida se encienden para dar paso a los cubanos que llegan en pareja o en grupos de amigos a instalarse por una horas de cara al mar. Tal como lo hizo aquel anciano al mediodía. También hay turistas a lo largo del malecón. Bajo la luz de la luna siempre aparece algún músico cargando un tres cubano (instrumento a cuerda, derivado de la guitarra) ofreciendo clásicos a cambio de una propina.

Con solo quedarse sentado un tiempo, podrá verse a los cubanos tomando una Bucanero, cerveza cubana en latita, y conversando a los gritos y en medio de risas cerca del mar. El viento acerca la melodía que entona un músico de la calle y una voz que repite:

-Se volvió looooocoooo Barbarito! Hay que ingresarlo...

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