Manzur y un gesto de supervivencia
El gobernador Juan Manzur acusó recibo. Sin decirlo, admitió que Tucumán ha tocado fondo y que la provincia ha sido arrastrada a una debacle institucional y política sin precedentes.

Una hecatombe democrática que explotó el 23 de agosto pasado, pero que viene cocinándose a fuego lento desde 1983 y a fuego máximo durante los últimos 12 años de unicato de José Alperovich.

Una catástrofe que se venía venir, reconocen jugadores clave en el andamiaje del poder peronista, pero que se intentó prolongar tanto como fuera posible. Confiesan que la ruina de los acoples fraudulentos, el clientelismo desaforado, un Tribunal Electoral tragicómico y un sistema de financiamiento político millonario y sospechado hasta los huesos, eran prácticas electorales cuasi tramposas que tenían fecha de vencimiento.

Aún así, afirman que jamás imaginaron un colapso tan violento, que llegara a poner a la provincia al borde de una intervención federal.

Ese coqueteo con el vale todo le costó muy caro a Manzur, porque asumió muy debilitado y deslegitimado para un amplio sector de la sociedad. Y más se lamentan dentro de la mesa chica del gobierno, porque saben que sin trampa igual hubieran ganado las elecciones, aunque quizás con un resultado más ajustado.

Un desgaste tan profundo como innecesario. Un derroche de fondos que ahora tanta falta harían para tapar varios agujeros negros que lentamente se aproximan al planeta Tucumán.

Manzur acusó recibo y eso es importante. Por ahora es apenas un gesto, pero es el gesto correcto y necesario.

Que vengan todos

Por eso, una de las primeras órdenes que impartió, apenas asumió como gobernador, fue la de impulsar una profunda reforma política, nada menos que con la participación de todos los sectores de la sociedad. Y el nombre de este proceso tampoco es ingenuo: “Tucumán dialoga, mesa de encuentro para la reforma política”. Diálogo y encuentro, dos palabras suprimidas del idioma argentino desde 2008.

Ningún partido sabe reciclarse y reconvertirse tanto y tan rápido como el peronismo. Es capaz de adaptarse a cualquier inclemencia climática o desastre natural antes de que ocurra, y por eso cuando un peronista abre un paraguas es porque seguro viene tormenta.

El discurso de asunción de Manzur fue una señal muy fuerte en este sentido. Reconoció que no son pocas las cosas que hay que corregir, que deberá escuchar a todos los sectores, que además los necesita, y anunció, como no ocurrió nunca en los discursos de la década pasada, medidas concretas para enfrentar las dificultades.

Marcó, desde el inicio, una clara diferencia con su antecesor: que hay que admitir los errores, dejar de mentir con los números, terminar con los personalismos y empezar a trabajar con equipos, y que además sean idóneos.

Desde el vamos, más de 20 personas metieron mano en ese texto inaugural y esa ya es una clara diferencia.

Es cierto que es sólo un discurso, pero por primera vez en años, un discurso ajustado a la realidad. Si Manzur cumple con la mitad de lo que anunció podría pasar a la historia grande de la provincia. Y aquí está el gran interrogante y, en definitiva, lo verdaderamente importante: el diagnóstico es correcto, la medicina también; ¿tendrá la voluntad y el coraje de cumplir con el tratamiento?

¿Se le puede creer a una persona que acompañó en silencio 12 años a Alperovich y nunca señaló un error, cuando hubo tantos?

¿Cumplirá con lo que prometió? ¿O son anuncios que se irán diluyendo en la poderosa inercia de la burocracia estatal, de la corrupción enquistada en los tres poderes, y en la primacía de los intereses individuales y particulares por sobre los de la mayoría de la sociedad?

¿La soberbia alperovichista puso simplemente pausa o estamos verdaderamente ante un cambio de ciclo? ¿Es otro amague de marketing político o iniciamos definitivamente una recuperación institucional?

Demasiados interrogantes

Bastarán apenas unos meses para saber si este es un gobierno que prioriza el cortoplacismo demagógico y electoral, o si de verdad se propone empezar a trazar estrategias a largo plazo, a pensar en un Tucumán grande y sin tanta miseria, económica y moral.

¿Será Manzur capaz de decirle basta al sometimiento del unitarismo presidencial, o elegirá el cómodo lugar de convertirse en un mero cónsul de Buenos Aires?

Por ahora, el primer gesto que hizo es fuerte e importante, impensado en un contexto alperovichista. Para este proceso de reforma política convocará a trabajar a todos los partidos políticos, a las universidades, a organizaciones no gubernamentales, a colegios profesionales y a distintas instituciones de la sociedad civil.

El anuncio formal se hará el martes y que el lugar elegido sea neutral, como es el Colegio de Graduados de Ciencias Económicas, es otra señal positiva.

Otro gesto es que el cierre de este lanzamiento del “proceso de diálogo y consenso” estará a cargo de Marcelo Leiras, politólogo e investigador del Conicet, especialista en federalismo y en sistemas electorales. Tanto Leiras como los otros conferencistas propuestos para disertar en el transcurso de este proceso, en total cinco, son todos investigadores del Conicet de amplia trayectoria, y no son kirchneristas, ni tampoco antikirchneristas.

Son investigadores serios y reconocidos en distintas universidades internacionales. Algo que también genera confianza y rompe el molde tóxico que impuso el kirchnerismo en esta década, la grieta de amigos y enemigos, donde no hubo lugar para los intelectuales que no se subordinaron al régimen. Y menos para pensar y discutir una reforma política.

Sin espacio para los ingenuos

Tampoco vamos a pecar de ingenuos. La mayoría de los dirigentes del oficialismo, y también de la oposición, están muy cómodos con el sistema electoral y político actual. Si tuvieran la mínima chance no lo cambiarían un milímetro. Lo hacen a regañadientes y por una cuestión ultrapragmática: supervivencia.

Saben que no tienen demasiado margen para seguir con esta fiesta para pocos, gastando fortunas para perpetuarse en el poder, y sin rendir cuentas a nadie sobre el origen de los fondos.

Este proceso que se lanza el martes no será fácil. Seguramente habrá varios intentos de que fracase, sobre todo a medida que pasen los meses y baje la espuma de la bronca de agosto.

Se discutirán puntos complejos, como los partidos políticos y sus mecanismos para seleccionar candidaturas; el financiamiento de los partidos; el sistema electoral tucumano; y la administración, fiscalización y control de las elecciones.

Se tocarán muchos intereses poderosos y millonarios, enraizados en lo más profundo de nuestras instituciones, débiles y bastardeadas durante décadas, por verdaderas mafias que viven de la política. No forman parte de la mayoría, pero son suficientes para abortar cualquier intento de transformación.

De todos modos, estamos ante una gran oportunidad de cambio, en donde el máximo responsable es Juan Manzur, pero no es el único.

Se trata de una ocasión inmejorable para que todos los sectores se involucren, con sus recursos y experiencias, con las mentes más brillantes y los corazones más generosos, y que Tucumán pueda dar de una vez por todas ese gran salto que pide a gritos.

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