Groenlandia se está derritiendo

Groenlandia se está derritiendo

Un grupo de científicos se abrió camino a través del paisaje congelado y consiguió datos reveladores.

Groenlandia se está derritiendo
31 Octubre 2015
Coran Davenport, Josh Haner, Larry Buchanan y Derek Watkins / The New York Times

El sol aún brillaba a la 1 de la mañana en toda la extensión del casquete glaciar de Groenlandia. Brandon Overstreet, un candidato al título de doctor en Hidrología de la Universidad de Wyoming, se abrió camino a través del paisaje congelado, enganchó su arnés de escalar a un ancla en el hielo y trepó hacia la orilla de un río que corría velozmente hacia un enorme sumidero.

Corría un gran riesgo de caer dentro. “La tasa de mortalidad es del 100%”, le había advertido su amigo y compañero Lincoln Pitcher. Pero su tarea -recolectar datos críticos del río- es esencial para comprender uno de los impactos más relevantes del calentamiento global. Los datos que él y su equipo -otros seis investigadores- recolectaron pueden dar información trascendental sobre el ritmo al cual se derrite el casquete glaciar de Groenlandia, uno de los trozos de hielo más grandes y que más rápidamente está desapareciendo. Y esa información es fundamental para prever cuánto se elevarán los niveles del mar en las próximas décadas. El derretimiento total -se calcula- incrementará el nivel del mar unos seis metros.

“Los científicos amamos sentarnos ante nuestras computadoras y usar modelos climáticos para hacer esas predicciones”, reconoció Laurence C. Smith, jefe del departamento de Geografía en la Universidad de California, en Los Ángeles, y líder del equipo que trabajó en Groenlandia este verano boreal. “Pero conocer realmente lo que está sucediendo solo puede lograrse a través de mediciones empíricas en el campo”, añadió. Sucede que, aun cuando hay imágenes satelitales para rastrear icebergs que se desprenden y modelos para simular el derretimiento, es poca la información in situ. Eso significa que es problemático predecir con precisión cuán rápidamente se elevarán los niveles del mar. Y ese dato es fundamental para calcular cuántas personas que habitan áreas costeras, desde Nueva York hasta Bangladesh, tendrán que hacer planes para enfrentar el cambio.

Trabas políticas

Pero no está siendo sencillo: la investigación es atacada por líderes republicanos en el Congreso de Estados Unidos, quienes niegan -o al menos ponen en duda- el consenso científico de que las actividades humanas contribuyen al cambio climático. Encabezando la “resistencia”, Lamar Smith, representante de Texas y presidente del comité de Ciencias de la Cámara Baja, ha buscado recortar 300 millones de dólares del presupuesto de la NASA destinado a las ciencias de la Tierra y ha iniciado una investigación sobre unas 50 subvenciones de la Fundación Nacional de las Ciencias. El 13 de octubre, el comité citó a científicos de la Agencia Nacional Oceánica y Atmosférica, para que presenten los resultados de más de seis años de deliberaciones internas, incluidos “todos los documentos y comunicaciones” relacionados con la medición del cambio climático hecha por la agencia. Cualquier recorte afectará directamente el trabajo de Smith y de su equipo, quienes reciben de la NASA una subvención de 778.000 dólares que debe cubrir tres años de trabajo, incluidos salarios, vuelos, alimentos, computadoras, instrumentos científicos y equipamiento para trabajar en climas extremadamente fríos.

Preparándose

A pesar de todo, en julio, el grupo de Smith llegó a Kangerlussuaq, Groenlandia, un puesto de avanzada de 512 habitantes en la costa sudoccidental de la isla, que sirvió de base a quienes unos días después viajaron en helicóptero a realizar el trabajo de campo: durante 72 horas, cada hora, observaron una vertiente interior supra glaciar, tomando mediciones -velocidad, volumen, temperatura y profundidad- desde la helada ribera del torrente.

“Nadie ha recolectado nunca un conjunto de datos así”, alentó al grupo -durante el almuerzo de hamburguesas de buey almizclero en la cafetería del aeropuerto- Asa Reenermalm, profesora de Geografía en el Instituto Climatológico de la Universidad de Rutgers, que dirigía el proyecto con Smith. Tomar cada medición sería tan difícil y peligroso que se requerirían dos científicos a la vez, afirmó. Tendrían que planear una agenda para asegurar que siempre hubiera un grupo despierto, les recordó. Y todos sabían que el equipo estaría trabajando río arriba del sumidero que se tragaría a cualquiera que cayera en sus profundidades.

La mañana antes de partir, el grupo empacó equipo y provisiones. Cuando el helicóptero despegó los científicos miraron la superficie aparentemente interminable de hielo entrecruzada por ríos y lagos color aguamarina. Después de 40 minutos, el piloto hizo rebotar cuidadosamente el helicóptero en el hielo, para asegurarse de que fuera lo suficientemente firme para aterrizar.

Al descender, los científicos fueron golpeados por el verano de Groenlandia: una temperatura que osciló entre los 32° bajo cero y unos templados 4°; un viento constante y el brillo del sol.

Mientras los otros establecían el campamento, Overstreet, el joven estudiante del Doctorado en Hidrología del principio de esta historia, se encaminó hacia el río. El mayor peso del éxito de la misión caía sobre sus hombros. Overstreet, que tiene 31 años y creció practicando kayak y rafting en Oregón, había diseñado el complejo sistema de cuerdas y poleas - basado en los sistemas de rescate de botes en aguas rápidas- que sería crucial para recoger los datos. Había pasado meses refinando y poniendo en práctica su sistema en ríos en Wyoming.

Sobre el hielo

El equipo pronto se puso a trabajar. El helicóptero llevó a dos de los colegas de Overstreet, Pitcher y Matthew Cooper, al otro lado del río de 18 metros de ancho. Allí taladraron el hielo, fijaron un ancla y se engancharon a ella para estar seguros. Sujetaron el extremo de una cuerda de nylon al ancla, y enrollaron con el resto una pesada mochila. Y llegó la parte crucial: después de varios intentos -en los que la mochila cayó repetidamente al agua- Cooper finalmente logró hacer cruzar la soga, Overstreet la atrapó y empezó a montar el que había estado probando tanto tiempo.

En el campamento, Johnny Ryan, un candidato a Doctorado en Geografía en la Universidad de Aberystwyth, en Gales, lanzó un drone y lo guió por encima de un área de casi 194 kilómetros cuadrados, pero se estrelló. Ryan no se dio por vencido: lanzó su drone de respaldo y lo monitoreó mientras las horas pasaban, bebiendo tazas de té para mantenerse caliente.

En la ribera, Overstreet y Pitcher empezaron la recolección de datos sujetando un dispositivo que parecía una tableta enorme a la soga que cruzaba el río. Cada hora la enviaban en una u otra dirección a medir la profundidad, la velocidad y la temperatura del agua. Pero las cosas se complicaron: con el paso de las horas, la batería, debilitada por el frío, empezó a morir, lo que podía significar la muerte de su misión. A Overstreet se le ocurrió una primera idea: envolvió la batería con el papel plateado que usaban en el campamento para reflejar el calor, y eso ayudó un poco. Pero continuaba agotándose. Entonces Pitcher sacó los calentadores de manos de gel de sus guantes y los metió en la funda plateada de la batería. Éxito. La batería permaneció caliente y funcional.

Durante tres días y tres noches, las mediciones continuaron: constataron, por ejemplo, que hasta 1.6 millón de litros de agua por minuto se escurrían hacia la vorágine. En la última semana, el grupo, cansado pero eufórico, se reunió al lado del río mientras la tableta hacia su viaje final. Para entonces, el drone había completado su misión de mapeo.

“Es difícil tomar la decisión de participar de proyectos como este, pero todo en mi vida me ha preparado para estar aquí -dijo entusiasmado Overstreet-. Pasamos de pelear con el río a trabajar con él, y luego aprendimos mucho de él”. 

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