Veintitrés unidades
12 Octubre 2015

Juan María Segura - Columnista invitado

Encuentro notable la forma visiblemente evidente en la que, muchas veces, nuestras acciones cotidianas se encuentran íntimamente relacionadas con los grandes problemas que se dice tienen nuestras sociedades. Me explayo. Días pasados debí ir al supermercado a realizar algunas compras menores. No se trató de la compra semanal de alimentos para mi hogar, que siempre ocurre en día y horario predefinido y abarca una gran variedad de productos, sino que se trató en esta oportunidad de una visita corta para reponer algunas mercaderías menores.

En situaciones así, los establecimientos que poseen cajas habilitadas para una menor cantidad de unidades son un gran alivio, pues impiden que quien deba comprar unos pañales o unas gaseosas tenga que esperar a que la madre de seis despache sus dos changuitos. Así lo pensé ese día, y con mi pequeño lote de cositas me dirigí a una caja que con un gran cartel indicaba “Máximo 15 unidades”. 

Mientras esperaba en fila, y sólo a los efectos de matar el tiempo muerto, comencé a contar la mercadería de los carros de mis compañeros de filas. Para mi sorpresa, detecté que quien estaba justamente delante de mí poseía 23 unidades. Repasé el conteo varias veces, para estar seguro que no me estaba equivocando, y siempre la cuenta dio igual. Volví a leer el cartel indicador del máximo de unidades de esa caja, y efectivamente decía 15. Como cliente me incomodé un poco, por el hecho de que todos nos habíamos ajustado a la norma con excepción de esta persona.

Sin embargo, como educador me quedé reflexionando: ¿cuán relevante es un evento de esta naturaleza para una sociedad? ¿Será, de alguna manera, un síntoma de algo más profundo, trascendental? Finalmente, ¿conectará de alguna manera con algunos de los problemas de educación que padece nuestro país? Es sabido por muchos, porque de eso se habla bastante en esta campaña electoral, que la educación Argentina no está pasando por un buen momento que digamos. 

Existen sobradas evidencias de que los chicos aprenden poco en la escuela. El aprendizaje es un proceso neurocognitivo que no sólo nos permite comprender y dominar el entorno que nos rodea, sino que además nos habilita a desplegar proyectos individuales y colectivos de vida. El aprendizaje no es un proceso exclusivo de los niños, y tampoco es un proceso que ocurra dentro de una institución formal de educación. 

Sin embargo, los pequeños son quienes más virgen o descontaminados de otros aprendizajes tienen el cerebro, y por lo tanto los mayores y más preciados aprendices en potencia. Por su parte, las escuelas son el espacio institucional que la sociedad ha acordado y diseñado para que niños y niñas se expongan a lo largo de un período de tiempo determinado a un tipo particular de contenidos, facilitando y favoreciendo un tipo específico de aprendizajes. 

Que los niños aprendan más o menos depende de varios factores. En primer lugar, del tiempo total en el cual se encuentran en situación de enseñanza-aprendizaje. Si no van a la escuela, o si van y pierden el tiempo, o si llegan a un aula en donde no hay docentes, entonces se reducen el tiempo en el cual esos chicos están expuestos a esos contenidos que se espera que aprendan. 

En segundo lugar tenemos al entorno social. Los niños aprenden inmersos en un espacio de aprendizaje ocupado por otras personas, en general pares etarios, que hacen que un ambiente sea más o menos amigable para el aprendizaje. Un ambiente ruidoso, mal acondicionado, agresivo, desorganizado, falto de reglas, impredecible, sin dudas entorpece cualquier consigna de aprendizaje. 

Luego tenemos al contexto particular de cada aprendiz, vinculado a su historia personal y a sus experiencias previas. Los niños provienen de una familia, de un barrio, de una historia, y ello está marcado no solo en su genética sino también en su piel y en sus hábitos

Finalmente, y no siempre bien atendido y entendido, tenemos a las referencias externas y a los modelos de conducta aceptado por la sociedad como grandes condicionantes o influyentes sobre los procesos de aprendizajes de los niños. Prácticas externas a escuela, desplegadas en forma regular en diversas situaciones de vida, generan conductas y acuerdos tácitos. 

La utilización de un lenguaje soez, la infracción de pasar la luz roja, el coche en doble filo sólo por un ratito, la acusación infundada o la violencia física son todas acciones que, masificadas, impregnan una cultura, se instituyen como tales, y logran grados de aceptación que luego influencian formas de aprendizaje. 

Lo que el señor de las 23 unidades me permitió advertir es que, en la Argentina de hoy, las reglas, leyes, pautas y acuerdos sociales y culturales son meramente una guía de conducta que apenas orienta comportamientos, transfiriendo al propio juicio y criterio del alcanzado la decisión de ajustarse a letra y espíritu. 

Votar en la Argentina es obligatorio, pero lo hace solo el 80% del padrón electoral, y no pasa nada. Los niños deben tener 190 días de clases reales, pero no las tienen por diversas razones, y no pasa nada. El condenado debe estar en la cárcel, pero anda suelto por allí delinquiendo, y no pasa nada.

Deberíamos tener por ley al 30% del sistema escolar en jornada extendida, pero sólo tenemos al 10%, y no pasa nada. Un candidato a presidente firma asistir a un debate público respetando ciertas reglas acordadas por él mismo, pero luego dice que no va, y no pasa nada. El cartel indica 15 unidades, pero el señor de las 23 transita con naturalidad todo el proceso de espera y pago, y no pasa nada. 

Ni penas para unos, ni aplazos para otros, ni condena social para tantos que realizan acciones socialmente condenables. En mundo del revés de María Elena Walsh, un poroto. La educación formal está atravesada en todos sus niveles educativos por un peligroso ablandamiento de pautas y pactos, que hacen tan ingobernable un aula como ingobernable parece la sociedad que la aloja.

Sin ser especialista en educación, el señor de las 23 unidades actúa como tal a través de sus conductas cotidianas, alentando modelos de comportamiento que influencian los aprendizajes dentro del aula. Aunque él no lo sepa, aunque él no lo note. Parte de la tare de restituir la gobernabilidad dentro del aula del sistema escolar, y con eso el anhelo de que los niños aprendan más y mejor, consiste en restablecer un nuevo pacto entre los adultos. 

Debemos generar una cultura más amigable hacia las instituciones formales de educación, más en sintonía con pautas y normas dentro las que la escuela debería funcionar.

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