“Hola, es verdad, lo estoy viendo, lo estoy viendo”

“Hola, es verdad, lo estoy viendo, lo estoy viendo”

“Hola, es verdad, lo estoy viendo, lo estoy viendo”
-¿Por qué no está preso (Amado) Boudou? - Porque la Justicia está esperando el resultado de las elecciones para ver si avanza o retrocede. Según el resultado, habrá jueces y fiscales que pondrán o sacarán el pie del acelerador.

La pregunta pertenece a una persona del público, ubicada en la sala del Teatro Hilton, el martes pasado, durante la conferencia del periodista Hugo Alconada Mon, organizada por este diario. La respuesta, claro está, es del disertante.

El diálogo entre este espectador y el multipremiado periodista del diario “La Nación”, especializado en investigación, hacía referencia a las varias causas por corrupción en las que está involucrado el vicepresidente del país. En dos de ellas ya se encuentra procesado, una por los papeles falsos de un auto Honda y otra por el alevoso caso Ciccone. En este último hecho, las pruebas son tan contundentes que hace rato Boudou podría haber pasado de procesado a imputado, lo que extrañamente no ocurre.

A esto hacía referencia la pregunta del espectador. El caso Ciccone es sólo una muestra de cómo funciona la verdadera Argentina, la real, no la que vemos en las cadenas nacionales, en los discursos de apertura de sesiones legislativas, en las declaraciones públicas de los funcionarios o, en los últimos meses, en los spots de campañas electorales.

Los funcionarios judiciales saben que si imputan a Boudou ahora podrían ser apartados de la causa, como ya pasó con varios jueces y fiscales que osaron investigar la corrupción en el poder. Si eso ocurriese, la causa podría caer, por ejemplo, en un juzgado como el del juez ultraoficialista Norberto Oyarbide, con lo cual Boudou sería sobreseído en cuestión de minutos de toda culpa y hasta quizás nombrado embajador en El Vaticano o miembro honorífico del Tribunal Internacional de Etica.

Entonces, prefieren esperar al 11 de diciembre para evitar que la investigación se caiga. O no, depende de quién sea el próximo presidente electo. O sí, y utilicen a Boudou y al recibidor de dádivas Ricardo Jaime, el ex secretario de Transporte con más acusaciones que Al Capone, como chivos expiatorios de un sistema corrupto y, como dijo Alconada Mon, pasen a ser “los nuevos María Julia (Alsogaray)” de la década ganada.

Dos corderos entregados en ofrenda al Señor (la sociedad) para que el sistema siga funcionando en su más absoluta normalidad, es decir, en su máxima podredumbre.

Porque se equivoca groseramente la gente que supone que la corrupción política, legislativa y judicial es responsabilidad del kirchnerismo. Es lógica la confusión después de tantos años de gobierno. A tal punto que hay, por ejemplo, funcionarios de La Cámpora de 21, 22 o 23 años, con sueldos siderales, que aún los atendía un pediatra cuando empezó este gobierno. No vieron otra cosa.

Del mismo modo que también hay “carpetazos” judiciales, operaciones fraudulentas en Tribunales, montadas a solo fin de perjudicar a un gobierno o a un funcionario en particular. Esa es la Justicia que tenemos y esa es la política que tenemos. Porque, en definitiva, esa es la sociedad que tenemos.

Como dijo Alconada Mon en su presentación, la corrupción es de a dos, “it takes two to tango”, se necesitan dos para bailar el tango.

Bien viene repasar este pasaje de la ponencia, que fue ampliamente desarrollada en el diario, pero por una cuestión de espacio muchas definiciones importantes quedaron afuera.

“La mayoría de las veces ocurre que es el empresario el que está dispuesto a pagar la coima, y no es un sujeto pasivo, víctima, una pobre persona a la cual vienen a extorsionar y, si no paga la coima, pobrecita, no la dejan hacer negocios. No, al revés, hay muchos empresarios argentinos que están acostumbrados a ponerla (a la coima) y que, por el contrario, no están acostumbrados a no ponerla y, de hecho, prefieren ponerla porque saben cómo es ese juego. Y, por el contrario, no saben cómo es competir realmente. Algunos, si tuvieran que competir realmente ni siquiera sabrían dónde está el expediente, entonces prefieren ponerla. Eso lleva a una readecuación de muchos de los empresarios que quieren ver cómo posicionarse hacia adelante, y lo que están haciendo en este momento es apostar, como si fueran caballos de carrera, a los tres principales candidatos al mismo tiempo. Y esto me lo cuentan los mismos empresarios, que me dicen le estoy poniendo a Massa, a Macri y a Scioli, en la dinámica de quieren tener un teléfono abierto con ellos. Al mismo tiempo, están preparando con cualquiera de los tres una especie de amnistía de la corrupción, es decir, el pasado ya fue, miremos para adelante”.

No son todos, sería injusto decirlo, pero son los necesarios y suficientes como para ensuciar la República, de hundir al país en una crisis cada diez años, religiosamente desde hace dos siglos, de no haber podido erradicar nunca la pobreza, con picos más altos o más bajos, mientras un puñado de pícaros se llena los bolsillos con dinero del Estado.

En este contexto, es perfectamente comprensible que ocurran escándalos como el del 23 de agosto en Tucumán, antes, durante y después de las elecciones.

Por esa razón, como ya sostuvimos en esta misma columna, no alcanza con reformar el sistema electoral, hay que renovar todo el sistema, hay que cambiar la forma en que funciona el poder en la Argentina. No puede permitirse que se sigan gastando cientos de millones de pesos en campañas electorales, porque así la política es un gran negocio (público y privado), que no viene a solucionarle los problemas a la gente, sino a mejorarle el estándar de vida a unos cuantos inescrupulosos.

Esos millones de las campañas, esos millones de los gastos sociales legislativos, esos millones del clientelismo, esos millones que se van en coimas, sobrefacturaciones y obras mal ejecutadas, esos millones que se evaden, se transforman lisa y llanamente en millones de pobres.

No vamos a sucumbir en la demagogia de algunos, de exigirles a los funcionarios que viajen en ómnibus o cobren la miseria de los jubilados, pero tampoco se puede seguir soportando que vivan en un lujo que no pueden justificar de ninguna manera.

De esto no se sale con un proyecto de ley, con un decreto, ni siquiera con un cambio de gobierno. La única salida es la más ardua y compleja, con el compromiso de toda la sociedad.

Alconada Mon expuso el martes dos ejemplos superadores, que no hubieran sido posibles si no se involucraba la sociedad en su conjunto: el proceso mani pulite (manos limpias) en Italia, y el racismo en los Estados Unidos. En ambos casos aún no tocaron el cielo con las manos, pero al menos salieron del infierno.

“Son procesos que duran muchos años y por eso tal vez nosotros no lleguemos a ver el cambio en la Argentina, o tal vez sí, nadie sabe. En EEUU pasaron 150 años entre la abolición de la esclavitud (Abraham Lincoln, 1863) y la llegada a la Casa Blanca de un presidente negro”, describió Alconada Mon.

En ese siglo y medio hubo, además de miles de muertos, cientos y cientos de activistas, académicos, políticos y civiles en general que lucharon, trabajaron, estudiaron opciones y leyes, forjaron cambios culturales, dieron el ejemplo, pusieron el cuerpo, y hasta dieron la vida por un proyecto de un país diferente. Y aún así, con Barack Obama en lo más alto, aún persisten focos de racismo en muchos sectores de la sociedad norteamericana.

Alconada Mon finalizó su disertación con una experiencia que vivió en EEUU mientras era corresponsal de “La Nación” en ese país, y que merece ser reproducida.

Contó que corría 2007 y Obama había ganado las elecciones por primera vez. La asunción iba a realizarse en los jardines de la Casa Blanca y pese a que él contaba con una acreditación para asistir al sector de prensa, prefirió dársela a un colega y ubicarse en medio de la multitud para vivir esa experiencia en primera persona. Encontró un lugar en el montículo elevado que rodea al obelisco de Washington y a su lado había una mujer negra, de unos 80 años, que intentaba infructuosamente marcar un celular. Se ofreció a ayudarla y tras marcarle el número, con característica de Oklahoma, le oyó decir: “hola, es verdad, es verdad, lo estoy viendo”. Cuando colgó, el periodista, intrigado, le preguntó a quién había llamado. La mujer le contó que a su hermana, mayor que ella. Que las dos hubieran querido venir, pero como no tenían dinero, sortearon quién de las dos iría a la asunción, con el compromiso de llamar a la otra, apenas llegara, para contarle si era verdad lo que habían visto por televisión, que un presidente negro llegaba a la Casa Blanca.

Una historia conmovedora de dos octogenarias que vivieron todo tipo de discriminaciones y agresiones y no podían creer lo que estaba pasando. Fueron a escuelas para negros, usaron baños para negros, viajaron en colectivos en sectores para negros, y les negaron el acceso a decenas de lugares y, lo que es peor, de derechos.

Cuántos años deberán pasar para que esa llamada se repita en Argentina y alguien diga “hola, es verdad, es verdad, lo estoy viendo, hay un presidente honesto en la Casa Rosada y un gobernador intachable en Tucumán”.

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