“La política es una construcción permanente de ilusiones”

“La política es una construcción permanente de ilusiones”

Conoció de cerca a muchos de los protagonistas del último medio siglo de historia argentina y no pocas de las tramas que estuvieron detrás de acontecimientos que marcaron nuestras vidas. En esta entrevista, que tuvo lugar hace algunas semanas en el marco de un foro organizado por la Fundación Federalismo y Libertad, el destacado periodista aborda el desconcertante “caso argentino”.

 la gaceta / foto de diego aráoz la gaceta / foto de diego aráoz
04 Octubre 2015

Por Daniel Dessein - Para LA GACETA - Tucumán

Cuando se cumplían 50 años de labor de Escribano en La Nación, Raúl Alfonsín afirmó que aunque pasaran 50 años más el diario seguiría inescindiblemente unido a su nombre. Joaquín Morales Solá, también en esa oportunidad, lo señalaba como uno de los más grandes maestros del periodismo, con quien los columnistas estaban en deuda por haber jerarquizado el lugar de sus notas dentro de las ediciones de los diarios y por haberlos obligado a salir a la calle para apoyar sus opiniones con fuentes y datos. Pronto se cumplirán seis décadas del día en que inició su trayectoria profesional. El siguiente es un recorrido por algunos episodios históricos, ligados a primicias periodísticas de Escribano, como excusa para reflexionar sobre el turbulento periplo histórico de los argentinos y acerca del futuro que nos aguarda.

- Quiero proponerle un viaje en el tiempo. Julio de 1952. Un cadete del Liceo Naval custodia el cuerpo de Eva Perón. Ese cadete de 14 años no sabe todavía si será médico o periodista, como un tío suyo que es cronista parlamentario en La Nación. Finalmente seguirá este último rumbo y muchos años más tarde conseguirá una primicia que obsesionará a Tomás Eloy Martínez. El cuerpo de Eva Perón está en un cementerio de Milán y el gobierno de Lanusse se lo entregará a Juan Domingo Perón.

- Me tocó participar de la guardia que se hizo en el velatorio de Eva Perón, en el Concejo Deliberante (después se trasladó al Congreso), donde fui testigo de una manifestación de profundísima congoja popular. Pasaron los años y, a comienzos de 1971, visité al ministro del Interior Arturo Mor Roig, como solía hacerlo con otras fuentes. Mientras tomábamos un café, supe que el cadáver de Eva Perón estaba en el cementerio de Milán bajo del nombre de María Maggi y que sería entregado por el gobierno de Lanusse a Juan Domingo Perón. Me retiré con una primicia extraordinaria pero, en lugar de avisarle al secretario general del diario que tenía esa información para desarrollarla en la tapa, la reservé para mi columna dominical. Una lección sobre lo que no hay que hacer.

- Me gustaría que reconstruya ese año inicial en el periodismo, a partir de su ingreso a La Nación en 1956.

- Gobernaba el presidente Aramburu. La revolución que había derrocado a Perón había tenido dos grandes ejes; la del Ejército con fuerte influencia nacionalista y la del Ejército con una línea liberal, que es la que termina prevaleciendo con Aramburu. El primer gran episodio político, desde mi ingreso en el diario, se produjo el 9 de junio de 1956 con la llamada contrarrevolución peronista. Esa noche, y durante una semana, se produjeron fusilamientos que dejaron huellas muy fuertes en el desenvolvimiento político del país. Me preguntaron recientemente si había conocido algún momento de mayor odio en la política argentina que el que se vive actualmente. Y creo que sigue siendo, desde mi perspectiva, el enfrentamiento entre peronismo y antiperonismo producido en los últimos años del segundo gobierno de Perón, con la prensa amordazada, la crisis con la Iglesia, las bombas de la oposición, la quema de las sedes partidarias y lo que ocurriría en 1956. En esa semana de fusilamientos ningún partido político nacional los condenó. La profundidad del odio generó ese silencio. La Vanguardia, el órgano oficial del Partido Socialista, escribió entonces: “Se acabó la leche de la clemencia”. “La letra con sangre entra.”

- En 1958 llega al gobierno Arturo Frondizi, para muchos el último presidente con una visión estratégica del país. Pero un año más tarde, el premio Nobel de Economía Simon Kuznets ya lanzaba su clásica clasificación de países en “desarrollados, subdesarrollados, Japón (el desarrollado con todas las condiciones para el subdesarrollo) y Argentina (el subdesarrollado con todas las condiciones para el desarrollo)”.

- Eso nos lleva al punto central de la Argentina de hoy y a la renuencia de los argentinos a mirarnos en el espejo de nuestro propio horror. En febrero del año pasado, The Economist hizo una nota de tapa sobre la Argentina en la que señalaba que se trataba del único país del mundo que en términos relativos no ha hecho más que retroceder a lo largo de un siglo. Ese recorrido no puede llevar sino a la disolución de una nación. En 1910, el PBI argentino era la mitad de del PBI de toda América Latina. Eso nos colocaba en la posición 11 o 12 en PBI por habitante del mundo. Hoy ocupamos la posición 62 y nuestra presencia en la constelación de naciones es cada vez más intrascendente. ¿Cuándo se produjo la involución? Un historiador notable como Luis Alberto Romero fija ese momento en la década de 1970 porque entiende que a partir de entonces se dinamitó al estado y, por lo tanto, su capacidad para cumplir con sus funciones en materia de seguridad, educación, justicia y salud (dinamitar al estado no implica achicar el gobierno; de hecho, entre 2003 y 2012, el número de empleados públicos se duplicó). Otros afirman que todo comenzó con el peronismo. Algunos van más allá y establecen como punto de partida del deterioro a 1930. Hay quienes se preguntan si no deberíamos revisar los sedimentos de esta Argentina de inmigración aluvional, sedimentos que celebramos pero que tal vez impidieron la articulación de una sociedad que actuara luego con coherencia y cohesión. Más allá de quien gane en las próximas elecciones, este es el dilema que debemos resolver. Hoy la Argentina muestra un país populista. Con un populismo que, más que una ideología, es un procedimiento de retención indefinida del poder ejercido por gobernantes que miran la punta de sus zapatos y no la línea del horizonte. La referencia a Simon Kuznets es muy interesante porque marca que ya entonces, hace más de 50 años, apuntaba que algo andaba mal al señalar que la Argentina era un país que teniéndolo todo no tenía nada. Es la contradicción que asombra a los observadores internacionales que analizan a un país inarticulado, imprevisible, “al margen de la ley”, como decía Carlos Nino en su célebre libro.

- Uno de los ejemplos de la desmesura argentina se produjo en 1982. La primicia internacional la dio usted con un título redactado a las dos de la mañana del 2 de abril, después de recibir una contraseña de un hombre cercano al canciller Costa Méndez. ¿Cuál fue la trama detrás de la decisión de desembarcar en Malvinas?

- En 1977, la Armada llevó a la Junta Militar como un tema de consideración la eventualidad de una invasión a las Malvinas. No parecía el mejor momento porque el proceso de debate con el Reino Unido no pasaba por su peor momento y se contaba con la resolución 2065 por la que la Asamblea de las Naciones Unidas impulsaba el diálogo. Las otras dos fuerzas respondieron que no había una hipótesis de guerra. Entonces el almirante Massera le confió al almirante Anaya, quien sería posteriormente comandante en jefe de la Armada, el desarrollo de esa hipótesis. En diciembre de 1981 la Junta Militar desplazó de su condición de presidente al general Viola, alegando inexistentes razones de salud. El almirante Lacoste, uno de los ministros que no había renunciado dentro de un gabinete dividido, me invitó a tomar un café y mientras me explicaba los pormenores de la situación, jugando con un llavero, me dijo: “Todo esto se arregla invadiendo las Malvinas”… En la tarde del 1 de abril tuve los primeros indicios. A las dos de la mañana tuve un santo y seña de que había tropas argentinas en Malvinas. Así La Nación fue el único diario en el mundo que tituló con la novedad.

- La última pregunta apunta al futuro. Conoce muy bien a los tres candidatos que asoman en el horizonte con mayores posibilidades. ¿Qué podemos esperar los argentinos en 2016?

- En principio un cambio, sea cual sea el ganador, y una cuota de esperanza. La política, en definitiva, es una construcción permanente de ilusiones. Sin dudas habrá un cambio de estilo con respecto al que caracterizó a los presidentes de los últimos doce años, estilo que agrió la vida cotidiana de muchos argentinos. También son evidentes los problemas de la oposición. Pocos políticos como los Kirchner han encarnado esa condición básica de la política que es la voluntad de ejercerla; la voluptuosidad por la conquista, el ejercicio y la retención del poder. En Macri vemos una gestión que claramente se distingue de la del gobernador de Buenos Aires y que probablemente en 20 años sea recordada. Pero la política no se hace solamente con realizaciones. Necesita gestos, palabras y emociones ligados a un proyecto trascendente que logre entusiasmarnos.

© LA GACETA

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PERFIL

José Claudio Escribano ingresó al diario La Nación en 1956, donde fue cronista parlamentario; jefe de Políticas, Parlamentarias y Gremiales; corresponsal para América Latina; columnista político; subjefe de Editoriales; secretario general y, hasta 2005, subdirector. Desde 1997 integra su directorio. Se recibió de abogado en la UBA y obtuvo la beca World Press Institute para realizar estudios en el Macalester College, de Minnesota. Fue presidente de ADEPA, presidente de la Academia Nacional de Periodismo y miembro del consejo ejecutivo de la Asociación Mundial de Periódicos. Integra, junto a Fernando Henrique Cardoso y Ricardo Lagos, el Foro Iberoamérica. Ganó el Premio EFE y recibió tres Konex de Platino.

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