Arrancarles poesía a la muerte y a los objetos cotidianos

Arrancarles poesía a la muerte y a los objetos cotidianos

Protagonista de la cultura tucumana del siglo XX y traductor de importantes autores rumano, el poeta murió ayer a los 98 años.

INCANSABLE. A los 98 años, Serrano Pérez seguía escribiendo poesía. la gaceta / foto de analia jaramillo (Archivo) INCANSABLE. A los 98 años, Serrano Pérez seguía escribiendo poesía. la gaceta / foto de analia jaramillo (Archivo)
01 Julio 2015
“La muerte es un monstruo de mil caras; pero entiendo la vida como incesante conquista que la muerte no oscurece ni elimina. La sonrisa de Hiroshima nos enseña que el demonio ama los precipicios llenos de noche. El demonio odia la sonrisa con su loca confianza en la luz. El demonio, la noche y la muerte odian al poeta; en sus ojos hay lágrimas, pero la sonrisa no le abandona”, escribió alguna vez Manuel Serrano Pérez. El poeta y ensayista tucumano murió ayer a los 98 años y su deceso causó conmoción en el mundo de la cultura. Sin embargo, “Manolo” (como lo llamaron sus numerosos amigos) se fue tranquilo” acompañado por los cuatro nietos y seis biznietos, de sus dos hijos ya fallecidos. Liliana, la mujer, murió víctima de un cáncer. En cuanto a Eduardo, su hijo, es uno de los desaparecidos por la última dictadura; y la tristeza por esa ausencia es un sello permanente en la poética del autor de “Morir a sabiendas”.

Sin embargo, para Serrano Pérez el material para la poesía estaba en todas partes. “De pronto meto la mano en el bolsillo y encuentro una cantidad de objetos que no tienen sentido y me pregunto qué significan para mí. A partir de eso, escribo poemas. El celular, el cigarrillo, el pañuelo, la tarjeta de crédito, el espejito, el reloj, la agenda...”, le había dicho en el año 2011 a un periodista de LA GACETA.

En 1940 Serrano Pérez había fundado junto a Alberto Burnichón el “Taller de Teatro”. Fue integrante del grupo editor y de la revista “Cartón de Poesía” con Carlos Duguech y Carola Briones. Y, a lo largo de su vida, fue un infatigable gestor de diversos movimientos culturales en el norte de Argentina.

Destacado traductor, el destino lo llevó convertirse en traductor de los más representativos poetas rumanos del siglo XX, producto de su paso por la universidad, en Rumania, en la cátedra de Lingüística Románica, enseñando Literatura Argentina. “Daba mis clases y los alumnos empezaron a hablar conmigo y a traducirme textos; me puse a pensar: estoy en un país con un idioma que no conozco, vienen a verme quienes saben español o francés, para poder hablar conmigo, ¿por qué no voy a ellos con el rumano?. Recordé a los trabajadores extranjeros en Tucumán, que salen a la calle sin saber una sola palabra y luego, a tropezones, están hablando. Hice eso y a los tres meses ya les hablaba en rumano”, recordó más de una vez, a propósito de una de las experiencias que lo marcaron en su larga vida.

Dueño de una profunda erudición, había obtenido numerosos premios, entre ellos el Gran Premio de Honor de la SADE. “Despojado de lo meramente lírico, se aleja de las estridencias de las actuales ‘modas poéticas’, para entrar en un terreno en que la poesía encuentra verdadera significación”, dijo entonces de su obra María Scardanelli.

Y a los 98 años, la poesía todavía tenía sentido para él. En su semblanza de despedida, su nieto Luciano le cuenta a LA GACETA que su abuelo,- “un erudito, el tipo era una enciclopedia”- dejó casi 60 títulos sin editar”, pero que el legado más importante que les dejó fueron las enseñanzas que les transmitió durante toda su larga vida.

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