El respiro de las postas

El respiro de las postas

Comida, baile y descanso de los pasajeros.

UNA DILIGENCIA. El medio habitual de viajar hasta fines del siglo XIX, cuando fue generalizándose el ferrocarril. la gaceta / archivo UNA DILIGENCIA. El medio habitual de viajar hasta fines del siglo XIX, cuando fue generalizándose el ferrocarril. la gaceta / archivo
Como se sabe, en los largos trayectos en “diligencia” o “mensajería”, esperaba a los pasajeros un ansiado respiro cuando se detenían en las postas. Allí se descansaba, se comía y se cambiaban los caballos.

El escritor Pablo Lascano (1854-1925) dio su testimonio sobre las postas que conoció durante su juventud. En un colorido artículo contaba que, a la puesta del sol, el carromato llegaba “al punto donde se pernocta, y centenares de personas os aguardan con los rostros hermoseados por la alegría”.

“No son vuestros deudos ni siquiera vuestros amigos: son apenas prójimos que os dan la bienvenida hospitalaria del árabe”, explica Lascano. “El maestro de posta, cuya agreste persona se ha pulimentado con el frecuente trato de los pasajeros, os imprime un fuerte apretón de manos como un antiguo conocido”. Esto a tiempo que “cada cual corre a las habitaciones a posesionarse del catre tradicional de tientos”.

Teóricamente, hay que dormir, salvo que el pasajero acepte la oferta del maestro, quien le proporciona “diez o doce frescas muchachas para el baile de esa noche”. Así, “mientras coméis un puchero de cabrito y un asado al asador, sentís que por la alegría hay ruidos de vestidos que se chocan, conversaciones de mujeres que llegan y, si sacáis la cabeza, veréis los hermosos ojos centellantes como luminares, que os dicen ¡ay, si fueses mío!, frase que, agregada al vino de Cafayate, os pone en completa ebriedad de amor”…

De ese modo, de posta en posta, con “una bella conquista aquí, un amor en germen allí, una promesa en otra parte o un recuerdo cariñoso en todos los lugares”, transcurrían gratamente los quince o veinte días del viaje.

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