Que la verdad nunca arruine una buena primicia

Que la verdad nunca arruine una buena primicia

La verdad siempre fue un bien escaso en la humanidad, pero en épocas de elecciones es aún más escaso.

Existen distintos tipos de mentiras. Las consideradas buenas o necesarias, llamadas piadosas, como cuando a un niño se le oculta un hecho muy doloroso o que por su edad es incapaz de comprender. O mentiras que sirven para evitar un daño o un sufrimiento, o mentiras en pos de producir o facilitar un bien mayor.

Después están las mentiras cobardes, miedosas, o de autodefensa, como puede ser evitar un castigo, o propias de la inseguridad emocional, o porque no tenemos el valor de hacernos cargo de una responsabilidad.

Entre los diferentes grupos de mentiras, otro muy usual es el autoengaño. En este, la persona es víctima de su propia mentira, cuyas razones son complejas y vamos a dejarlas para que las explique la psicología.

En un cuarto grupo encontramos a las que podríamos llamar las peores mentiras. Las que buscan hacer daño, las destructivas, las que persiguen la venganza o las que buscan sacar ventaja engañando al prójimo, sea una o millones de personas.

Podemos, además, incluir entre los tipos de mentiras a la omisión, que es callar algo que se sabe, o la verdad a medias, que al ser una verdad que no está completa termina siendo una mentira.

Volviendo al comienzo, en tiempos electorales se exacerban varios tipos de mentiras: las cobardes, porque se quiere conservar el status quo personal; las destructivas, porque se quiere dañar al oponente; y el autoengaño, porque se ve sólo la verdad que conviene o la realidad que más nos agrada.

Algo que ha sido una de las características más pronunciadas de esta última década y que se ha dado en llamar “la grieta”. Una herida muy profunda que ha dividido a todas las capas de la sociedad: la encontramos, ante todo, en la política, pero también en el periodismo, en las religiones, en los claustros académicos, en los sectores empresarios, en los sindicatos, en las fuerzas de seguridad, en los actores civiles y hasta en el seno de la propia familia. No son pocas las familias destrozadas por “la grieta” en estos últimos años.

Una división que hoy parece irreconciliable y que, sin embargo, con sólo tomar distancia, aunque más no sea mental, resulta muy simple de comprender: las dos orillas de la grieta mienten, porque aceptan sólo la verdad que les conviene, porque mienten u omiten para dañar al adversario y porque son incapaces de reconocer otras interpretaciones de la realidad.

En la carrera de periodismo muchas veces surge este debate, por obvias razones. Y siempre, sin excepción, luego de acaloradas discusiones, los alumnos llegan a la misma conclusión: un periodista que durante 12 años sólo ha dado malas noticias miente, como también miente un periodista que en el mismo período sólo ha dado buenas noticias.

Es muy evidente este triste fenómeno en las redes sociales, la gran palestra donde hoy se dirimen todos los temas y donde se cruzan desde presidentes hasta alumnos del primario.

La más mínima mención positiva hacia alguna acción de gobierno de, por ejemplo, José Alperovich o de Cristina Fernández de Kirchner, recibe automáticamente un masivo fusilamiento de odiadores seriales de la oposición. Lo mismo ocurre al revés: ante la más pequeña crítica, los talibanes del kirchnerismo salen violentamente a desacreditar, insultar y atacar al mensajero.

Según encuestas nacionales de la consultora Poliarquía, estos grupos fundamentalistas no superan el 30% de la sociedad. Sin embargo, como son los más ruidosos y virulentos, terminan por contagiar y dividir al resto mayoritario.

Esta crisis de honestidad que vive nuestro país perjudica principalmente, y como siempre ocurre, a los sectores más débiles. Porque sin verdad jamás podrá haber progreso.

¿Cómo se puede combatir la pobreza si por decisión de gobierno nadie sabe cuántos pobres hay? ¿Cómo hará el próximo gobierno para continuar con algunas políticas de Estado y no volver a empezar de cero, como siempre pasa, si acaso muchos opositores afirman que está todo mal?

¿Cómo vamos a desterrar la desnutrición de Tucumán si no sabemos cuántos desnutridos hay?

Tomemos este ejemplo que es paradigmático y que además explotó esta semana, luego de que fuera abordado el domingo pasado por el programa porteño “La Cornisa”, que conduce Luis Majul. Con una edición claramente parcializada, con una música de fondo que buscaba tocar la fibra emocional del televidente y testimonios elegidos quirúrgicamente, Majul hizo un corte interesado de la realidad, que dejó la impresión de que buscaba más golpear al gobierno tucumano que informar toda la verdad.

Como era de esperar, los opositores acérrimos se subieron a esta denuncia para despellejar al gobierno, mientras que el alperovichismo/kirchnerismo respondió que todo es mentira. Ni uno ni lo otro.

Tampoco se aclaró que el médico que denunció 22.000 casos de desnutrición en el programa, Eduardo Gómez Ponce, es un militante declarado del Acuerdo Cívico y Social que lidera José Cano, hecho que no lo desacredita en absoluto -sino pecaríamos de lo mismo que cuestionamos-, pero no deja de ser un dato que contextualiza la denuncia y transparenta desde dónde se acusa.

El ministro Pablo Yedlin, candidato a intendente de la capital, apenas tuvo espacio para defenderse y fue interrumpido grosera y reiteradamente por Majul. Yedlin dijo que en la provincia sólo había 2.500 niños desnutridos.

Fuentes inobjetables a las que accedió este columnista revelaron que el Ministerio de Salud tiene detectados 2.937 casos de desnutrición, en niños de entre seis meses y 14 años, y otros 2.922 en “riesgo nutricional”, lo que no deja de ser un eufemismo para descomprimir la cifra final. En definitiva, hay 6.000 chicos desnutridos en Tucumán, bastante menos de lo que mostró “La Cornisa”, apelando a confusas ecuaciones matemáticas, y un poco más del doble de lo que admitió Yedlin.

¿No sería acaso mucho más inteligente y productivo, sobre todo en un tema tan delicado como los niños que pasan hambre, que Cano y Yedlin dejaran de pelearse por los medios y se sentaran juntos, con sus equipos de trabajo, a acordar políticas de Estado a largo plazo para erradicar para siempre la pobreza de Tucumán?

Hay en la provincia, además, 60.000 familias en “estado crítico” que están siendo asistidas, mal o bien, por el Ministerio de Desarrollo Social. Es decir que estamos ante una situación sumamente delicada.

Estos dramas no los resuelve un solo partido. Esa es otra gran mentira de “la grieta”. Los resuelve toda la sociedad unida y empujando durante muchos años hacia el mismo lado.

Lamentablemente, la prioridad sigue siendo acribillar al adversario y apelar a cualquier mentira para ocupar espacios de poder. Están más preocupados por los números del Indec y no por lo que representan esos números: millones de argentinos que la están pasando muy mal. Porque como dice ese viejo axioma del mal periodista, “que la verdad nunca te arruine una buena primicia”.

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