El solar de la Catedral

Por Carlos Páez de la Torre H 16 Abril 2015

Nuestra Catedral se construyó en el lugar que le estaba destinado desde 1685, cuando San Miguel de Tucumán fue trasladada a la ubicación que actualmente tiene. Al parecer, hubo un momento en el cual –cuando se hallaba cerrada por ruinosa- se pensó vender el solar y edificar el templo en otra parte. El obispo José Agustín Molina se opuso victoriosamente a ese cambio.

Así lo narraría el doctor José Manuel Moure, en el sermón de homenaje fúnebre a Molina que pronunció en San Francisco, en 1839. Decía que el doctor Molina, “así de clérigo particular cuanto de prelado de diócesis, defendió el sitio sagrado de la Iglesia Matriz, oponiéndose firmemente a su enajenación, con ese celo apacible y persuasivo que le caracterizaba, ambas veces en circunstancias espinosas y temibles”.

Narraba Moure que, con ese objeto, “convocó esa reunión de pueblo ya van para tres años, en este templo, recién nombrado Vicario Apostólico”. Es que tenía “vehementes sospechas de la venta sacrílega, que se intentaba por segunda vez, del mismo terreno”. Quería “explorar la voluntad general de los ciudadanos y apoyar en ella su resistencia y oposición”.

“Puesto a la cabeza de la asamblea popular, el vicario apostólico habla. Y el pueblo se entusiasma. A una voz, a una voluntad, pronuncian todos: la Iglesia Matriz ha de edificarse precisamente en la Plaza, en su propio sitio”. Los resultados de este pronunciamiento fueron “crearse en el acto una junta directiva de la fábrica”, hacerse “ardientes ofertas de servicios personales sin interés; recolectarse limosnas; acudir inmediatamente gente de toda clase –sacerdotes, seglares, mujeres- a desmontar el terreno, limpiar inmundicias y proponer otros mil arbitrios”.