Nos gobiernan a los balazos
NADA CAMBIA. Herminio Iglesias quema un ataúd radical en el cierre de campaña de octubre del 83. LA GACETA / ARCHIVO NADA CAMBIA. Herminio Iglesias quema un ataúd radical en el cierre de campaña de octubre del 83. LA GACETA / ARCHIVO
El viernes 28 de octubre de 1983, el peronismo cerraba su campaña presidencial en el obelisco, en el mismo lugar donde lo había hecho el radicalismo, dos días antes.

Ambos actos fueron multitudinarios y de intensa efervescencia política. Según los organizadores, el peronismo había reunido a unas dos millones de personas en la avenida 9 de julio, y el radicalismo a un número similar, lo que nos da una dimensión del entusiasmo democrático que se vivía, luego de siete años de dictadura.

Ese viernes, el único orador fue Ítalo Argentino Lúder, pero estuvo acompañado en el palco por dos dirigentes sindicales: Lorenzo Miguel y Herminio Iglesias, ambos provenientes del vandorismo. Miguel era dirigente de los metalúrgicos e Iglesias candidato a gobernador de la provincia de Buenos Aires. Ese día, Iglesias se hizo tristemente célebre por haber quemado un ataúd y una corona fúnebre con las siglas y los colores de la UCR y el nombre del “cadáver” que había adentro: Alfonsín. Este hecho que cayó muy mal en la opinión pública, incluso dentro del propio peronismo. Se le adjudica a este gesto de violencia la causa de la derrota que sufriría Lúder, dos días más tarde.

Puede que le haya restado votos al peronismo, pero la verdad es que, según publicaciones de la época, Alfonsín ya encabezaba las encuestas antes de este incidente.

En los sondeos de opinión, el electorado no pedía demasiadas cosas: democracia, libertad y paz, en ese orden, encabezaban el reclamo. Y los discursos de Alfonsín, los que siempre cerraba con el preámbulo de la Constitución, se acercaban más a estos valores. Iglesias, en cambio, durante la campaña le había dicho a Alfonsín “mal nacido” y “gusano”, entre otros insultos. Reeditaba, de esta forma, la violencia que había sitiado al país durante la última década y de la que la sociedad ya estaba asqueada.

Traemos a colación este suceso, porque los sondeos de opinión actuales muestran reclamos similares al de aquella época y porque no hay un mes en este país en que no ocurran hechos de violencia política.

Las encuestas afirman que la gente pide más institucionalidad y división de poderes (democracia), más seguridad (libertad) y menos confrontación (paz). Se le suman, además, reclamos económicos y laborales.

Desde luego, no puede hacerse una comparación lineal con el 83, ya que eran elecciones antecedidas por una década con terrorismo de Estado, organizaciones guerrilleras, grupos paramilitares de la derecha peronista, como la Triple A, y sindicatos armados. El propio Iglesias participó en al menos tres tiroteos entre el 72 y el 73. En dos resultó herido. Y sabemos lo que vino después.

Son escaladas que si no se detienen terminan siendo una bomba de tiempo, siempre.

Sólo desde 2008 hasta hoy ya hubo siete muertos en distintos enfrentamientos sindicales. Santa Rosa, La Pampa (un muerto, noviembre de 2008, Petroleros); Rosario, Santa Fe (un muerto, diciembre de 2008, Lácteos); Ciudad de Buenos Aires (un muerto, octubre de 2010, Ferroviarios); Coronel Pringles, Buenos Aires (un muerto, marzo de 2013, UOCRA); Lomas de Zamora, Buenos Aires (un muerto, marzo de 2014, UOCRA); Rosario (un muerto, abril de 2014, Camioneros); y el más reciente, ocurrido el jueves pasado en Caleta Olivia, Santa Cruz (un muerto, abril de 2015, UOCRA y Petroleros).

Deben sumarse además, en el mismo período, decenas de heridos de bala y por lo menos tres atentados con bombas, sin víctimas.

En esta misma columna, publicada el 28 de febrero, titulada “Estamos enfermos de violencia”, se enumeraban distintos hechos de agresiones políticas ocurridos en Tucumán en este último tiempo y cómo, a medida que se acercan las elecciones, estos se intensifican en cantidad y en ferocidad.

En lo que todo parece indicar que se trata de otra interna peronista dirimida a los tiros, el jueves cuatro sujetos en moto realizaron seis disparos contra un vehículo del concejal amayista Christian Rodríguez. Ocurrió en el mismo barrio, Ejército Argentino, donde hace no mucho fue atacada la opositora Sandra Manzone, por un delincuente que poco después fue detenido por homicidio: el “Loco Velloni”.

El diario cuenta con información, no confirmada, de quiénes serían los autores de los disparos del jueves y a qué dirigente responderían. De ser así, se trata de un peso pesado de la política local, del riñón del gobernador José Alperovich. ¿No lo saben los concejales? ¿El Gobierno tampoco? O será que, como dice el dicho, entre bomberos no se pisan la manguera.

No son códigos de lealtad, aunque así quieran hacerlo parecer. Es complicidad, lisa y llanamente. La misma complicidad que existe con los gastos sociales legislativos, donde ni un solo parlamentario, de ningún partido, revela los montos ni rinde cuentas de esas erogaciones.

Con ese dinero se financian a estos sicarios que balean a opositores, golpean a dirigentes, ponen bombas y matan sindicalistas. Y por qué no, fiscales. Porque no vaya a creer algún ingenuo que es el apasionamiento político el que moviliza estos hechos de violencia. Es la caja, el dinero, los negociados putrefactos que se sirven del Estado como si fuera un negocio de familia.

Es la misma complicidad que tienen todas y cada una de las barrabravas del fútbol con dirigentes políticos. Agrupaciones probadamente delictivas. Y no hay que investigar demasiado, basta ver “los trapos” en las tribunas apoyando a tal o cual dirigente.

Cada vez que ocurre algo salen todos, con escandalosa hipocresía, a repudiar las agresiones. Pero nunca una denuncia concreta, con nombres, montos, vinculaciones, direcciones, números de cuentas, etcétera. Esa es la política que hay que cambiar urgente, porque es la que no deja que este país cambie.

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