Un país que anda en moto
Once años tardó el kirchnerismo en reconocer que la inseguridad no es una sensación promovida desde los medios no domesticados por la pauta oficial, sino que figura entre los temas que más preocupan a los argentinos.

Aún así, es sólo una parte del kirchnerismo la que empieza a despegarse del discurso hegemómico de la Casa Rosada. La presidenta sigue enfrascada en su propio mundo y le dedica más minutos de Cadena Nacional al rap y al humor que a problemas reales como la inseguridad, la inflación, la pobreza o el narcotráfico. Estos son asuntos inventados por la “cadena del desánimo” que no existen en el maravilloso mundo de las costosas carteras Hermès o los zapatos Christian Louboutin. Sobre la inseguridad, la señora apenas comentó que es causada por la exclusión -lo mismo que dijo su marido hace 11 años- con lo que fue un reconocimiento tácito de que la exclusión, de mínima, sigue siendo la misma que hace una década. Sobre el narcotráfico, ironizó con que los que tienen plata “toman de la buena” y, sobre la inflación, primero la negó a rajatabla, anulando cualquier referencia al tema en todos sus discursos, salvo esa vez que dijo que si la inflación fuera del 25%,“como dicen por ahí...”, “el país estallaría en pedazos”. En febrero no tuvo otra opción que admitirla, devaluación mediante, aunque le endilgó las culpas a los empresarios, subestimando una vez más la inteligencia colectiva de la sociedad.

La sangría de dirigentes no se detiene en el kirchnerismo. Algunos porque ven que el barco empieza a ladearse; otros porque deben pilotear sus propias gestiones y el ninguneo ya no factura como antes; y otros porque ya miran a 2015 y saben que si no se suben a la agenda real de los reclamos sociales no tienen chances de perpetuarse en los mullidos sillones del poder.

La semana pasada el gobernador Daniel Scioli sacó los pies del plato y decretó la emergencia en seguridad en la provincia de Buenos Aires. Entendió que con cuatro homicidios por día en su distrito no puede continuar sosteniendo el relato de que todo lo que ocurre es un invento antipatriota. Corre el riesgo de seguir cediendo terreno ante la oposición o ante ex kirchneristas como Sergio Massa.

Un día más tarde, el gobernador José Alperovich anunció que iba a analizar la posibilidad de seguir los pasos de Scioli. Aunque un par de días después dijo que, en realidad, lo que se iba a implementar en Buenos Aires ya se estaba haciendo en Tucumán desde hacía varios meses. Es decir, o nunca supo lo que quería hacer Scioli o bien no sabe lo que estaban haciendo sus técnicos en la provincia. La improvisación en materia de seguridad es un sello indeleble del alperovichismo, que ante cualquier crítica responde “estamos trabajando fuerte”, sin nunca explicar demasiado el qué, el cómo, el cuándo o el por qué.

En un país cada vez más unitario, en donde las provincias dependen de las limosnas de la Nación, se entiende que el modelo nacional se replique en las provincias. Lo que en Olivos es “cadena del desánimo”, en Tucumán es “palos en la rueda”.

Mientras, los sicarios del motoarrebato siguen asesinando impunemente. Porque por más brillante que sean las ideas, suponiendo que las hubiera, no es fácil controlar al delito subido en moto, ya que desnuda la real Argentina subyacente. En Tucumán, como en muchas provincias, no hay subtes, ni trenes urbanos (inaugurados varias veces por la tele) y el servicio de ómnibus es un desastre. El verdadero transporte público de la clase trabajadora es la moto, en la que se trasladan hasta familias enteras. El delito y el trabajo corren por la misma senda, como en la evasión, como en la corrupción, como en el narcotráfico. Una metáfora de un país que no se ve por Cadena Nacional.

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