Mapplethorpe: esculpir con la cámara

Mapplethorpe: esculpir con la cámara

05 Septiembre 2010
Por Marcelo Gioffré
Para LA GACETA - Düsseldorf (Alemania)

En medio de un pequeño parque de la ciudad de Düsseldorf, al lado del río Rhin, se erige el NRW-Forum, museo en el que se expone la retrospectiva de Robert Mapplethorpe, el revulsivo artista norteamericano al que le bastaron 42 años para elevar la fotografía a una categoría estelar.
El 16 de marzo de 1989, Harry y Joan Mapplethorpe, al acercarse a la iglesia Our Lady of the Snows, en Queens, donde se realizaría el funeral de su hijo Robert, devastado por el SIDA, vieron dos limusinas negras llenas de personajes cuyas identidades ellos ignoraban. Lo habían criado en una estricta moral cristiana y conservadora pero, con el correr de los años, se había convertido en un misterio para ellos. Poco y nada sabían de sus impenitentes adicciones a las drogas y el sexo, ni de sus múltiples andanzas cuyo eje topográfico era el mítico loft de 24 Bond Street, al que accedió gracias a la ayuda de su amante y mecenas Sam Wagstaff. Hasta creían con candor que estaba casado con la cantante de rock Patti Smith, sin advertir -tal como debió de alertarlos la serie de fotos de la subcultura gay exhibidas en el Witney Museum- que era, básicamente, homosexual.  
A Patti Smith la conoció una tarde de verano, teniendo ambos 20 años, en Tompkins Square Park. Ella -que acababa de parir y entregar a su hijita en adopción- hacía medio mes que estaba durmiendo en la calle, de modo que Robert la llevó al departamento de Waverly Avenue donde vivía por entonces. La recíproca atracción fue instantánea: ambos sintieron que habían encontrado su doppelgänger.
En la muestra del NRW-Forum hay fotografías de Patti Smith tomadas a lo largo de una década, que muestran el detallismo y la obsesión por la armonía que acuciaban a Mapplethorpe: la luz exacta sobre el músculo o la vena, la grieta en un vidrio, el erotismo de la ocultación, la sombra sobre una mejilla, los poros de la piel, la posición de los labios y de las manos, lo que expresa la mirada. Absolutamente nada está en Mapplethorpe fuera del cálculo estético. Las fotografías de flores constituyen un capítulo diverso en apariencia, pero secretamente coherente con su lógica. Ese registro planteaba para Mapplethorpe una connotación sutil: las flores representaban los órganos sexuales de las plantas y veía en los estambres y pistilos la misma potencia simbólica que asoma en los genitales masculinos. Quizás por eso, una vez que las usaba para sus retratos, ajeno a la responsabilidad de ponerles agua, las trataba igual que a sus modelos: no sabía qué hacer y las abandonaba en la basura.
Y son justamente los retratos de modelos varones, especialmente los desnudos de fisicoculturistas negros, como los de Ken Moody, los que resultan más emblemáticos en la obra de Mapplethorpe y los que provocaron grandes revuelos después de su muerte, cuando en Washington y Cincinnati sus muestras fueron calificadas como pornográficas y clausuradas en medio de escándalos judiciales y mediáticos. Mapplethorpe estaba claramente vampirizado por la belleza masculina, por los cuerpos, e incluso su extraño romance con Lisa Lyon, una fisicoculturista con la que entabló relación después de que Patti Smith se evaporara en 1979, puede inscribirse en esa predilección, pues su figura era musculosamente varonil.
Pero su producción, aun la más osada, no es obscena, la percibo más bien en el quicio que va de lo erótico a lo clásico. Erótico en el sentido de que lo que revela no tiene el fin de despertar los apetitos concupiscentes del espectador, de provocar lo que los antiguos llamaban la delectatio morosa, sino de mostrar la belleza y plasticidad del cuerpo en sus pliegues, en sus detalles y en sus infinitas posibilidades de mudanzas y permutaciones. Y al decir clásico pienso en las estatuas griegas y romanas, en las que hay cierta fetichización del físico humano, y sobre todo en Miguel Angel y en Rodin. Mapplethorpe, qué duda cabe, llevó la fotografía a un punto culminante: convirtió su Polaroid en un buril.  
© LA GACETA

Marcelo Gioffré - Escritor, periodista y abogado.
Su último libro es "Cuentos de Hados" (2010).

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